Prólogo.

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Después de terminarse el café que se estaba tomando, Sugawara Koushi soltó un suspiro cargado de desidia. Realmente aquella situación le superaba y cada vez más se iba debatiendo entre explotar de agobio, frustración o las dos cosas. Él, como vicecapitán, era el único que no tenía permitido sentirse mal o al menos aparentarlo, ya que debía mantener a todo el equipo unido y animado. Le prometió a su capitán que iba a hacerlo y transmitir fuerza a los demás, aunque realmente, fuera el que peor lo estuviera llevando y el que menos fortaleza tuviera.

Aunque solía reírse de sus dos kouhais idiotas, Tanaka y Nishinoya, cuando iban a visitarlo y lloraban como magdalenas. Aunque fuera el que más había consolado a Hinata o Kageyama, cuando de visita veían al enfermo toser y se desesperaban creyendo que era su culpa. Aunque había tenido que regañar a varias veces a la estrella de su equipo, porque al no ver a su capitán en los entrenamientos, no se esforzaba al máximo en sus remates.

Aunque en todo momento él le había levantado la moral a todos, cuando se quedaba a solas no tenía ganas de hacer otra cosa que no fuera llorar.

Por mucho que lo intentara, ya se había cansado de hacerse el fuerte.

Ya había pasado lo peor, o al menos los médicos decían eso. Se excusaban diciendo únicamente que su compañero seguía ingresado porque debían tenerlo en observación. Desde que Sawamura Daichi había ingresado en el hospital después de colapsar en mitad de un partido, había dejado de sentirse bien consigo mismo. Pero no solo físicamente, ya que la verdad desde que el joven deportista estaba en aquel lugar se había abandonado un poco; llevaba el pelo totalmente alborotado, no comía adecuadamente y unas enormes ojeras le adornaban la cara, emocionalmente también estaba destrozado. No tenía confianza en ninguna de sus acciones o decisiones con el equipo, aunque intentaba ocultarlo, e incluso aún seguía teniendo pesadillas con un joven Daichi que no despertaba de un largo coma. Cada vez que su tiempo le permitía un rato de descanso, su mente le torturaba recordándole el momento y las escenas exactas en aquel partido cuando su amigo cayó y en ningún momento se levantó.

Aquel infernal partido se le había grabado en el alma.

Cada vez se planteaba más la posibilidad de clavarse una jeringuilla con un veneno mortal y dejar de existir. Y eso era porque por mucho que intentara esconderlo, por mucho que intentara que se hiciera liviano, la razón por la que no podía soportar aquella situación ni estar más de dos horas lejos de aquella pequeña habitación era porque un pedazo de su vida estaba ahí dentro enganchado a esas máquinas.

Aunque hubiera querido evitarlo, él, Sugawara Koushi, la madre del Karasuno y segundo colocador del equipo, estaba terriblemente enamorado de aquel joven muchacho, que siendo el capitán traía tantas alegrías y confianzas al equipo.

Desde que lo conoció, aunque no se dio cuenta cuando había comenzado a estarlo, amaba a Sawamura Daichi a morir y no iba a dejar de hacerlo ahora.

Por segunda vez soltó un suspiro lleno de cansancio, y se puso en camino hasta la habitación de su amigo y hablar un poco con él para calmarle, e incluso, a sí mismo. Tenía esperanzas en que pronto le dieran el alta y salir de aquella prisión que, con máquinas innecesarias, retenía a la persona que más quería en el mundo.



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