CAPITULO 1: "La Cabaña"

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Mi vida de pequeño fue tranquila, sin discusiones entre mis padres, sin problemas en el barrio, todo era perfecto, hasta que mi padre desapareció cuando fue al trabajo.


Estuve meses esperándolo, creía que se había ido de viaje de trabajo, ya que era investigador, y que por eso demoraba tanto en llegar a casa, pero solo me engañaba a mi mismo.


Cuando ya tenía, más o menos, diecinueve años decidí ser investigador como mi padre, me prometí que no dejaría de serlo hasta que yo lo encontrara.


Así que un día me armé de valor y decidí salir a buscarlo y saber que le sucedió, aunque eso me costara la vida.


Mientras caminaba por la ciudad escuché a unos chicos de mi edad hablar sobre una cabaña en el bosque, donde pocos se atreven a entrar porque, según dicen, el que entra no vuelve a salir, así que pensé que mi padre pudo haber ido allí.


-¿Dónde queda la cabaña?-pregunté


-En el bosque que está afuera de la ciudad-me respondieron-. ¿No pensarás ir a la cabaña? ¿No has escuchado lo que dicen de ese lugar? Solo un loco entraría allí.


-Entonces no estoy muy cuerdo que digamos-respondí-. Perdí a mi padre hace ya casi diez años y creo que lo puedo encontrar en ese lugar.


Luego de que pensaron un buen rato me dijeron:


-Te acompañaremos, no queremos que alguien más pierda a un ser querido en ese lugar.


-¿Alguien más?-pregunté algo asombrado


-Sí, mucha gente ha perdido a sus familiares, entre ellos nosotros.


Me quedé asombrado cuando supe que no era el único que había perdido a algún familiar, así que fuimos a la cabaña, no era demasiado grande y pensé que solo me estaban molestando, pero recordé el dicho: "no juzgues un libro por su portada".


Entramos y me di cuenta de porque mucha gente se perdía, había una escalera que llevaba a un laberinto y los que me acompañaban me dijeron que cada paso en falso podía terminar en un desastre y no era mentira, ya que por accidente accioné una trampa pero no era para tanto, ya que solo lanzó unas cuantas flechas y ninguna nos tocó, ni si quiera nos rozó.


-Que suerte-dije yo mientras me miraban con enojo, yo estaba con cara de avergonzado.


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