Analfabeta.

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 Era poesía, era arte, era mi mundo

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Era poesía, era arte, era mi mundo.

Mis días a su lado fueron los mejores de toda mi existencia, a su lado me sentía completo. Recuerdo lo disparejo de nuestra relación, y lo complementaria que solía ser en la intimidad. Yo era un analfabeta que jamás supo leerle el alma. Era un simple hombre intentando ganarle el corazón.

Las personas jamás le comprendieron, y eso es porque era diferente. Eran celos, celos de su belleza, de esa infinita calidad humana que le caracterizaba.

Tenían celos de su sonrisa dispareja, porque iluminaba los rincones.

Tenían celos de su buen humor, bastaba un buenos días para que su día fuera mejor.

Le tenían celos al verla andar descalza por la casa mientras cantaba y bailaba a par que hacia lo que le venía en gana.

Envidiaban su inteligencia, esa manera fría de calcular y no perder su calidez humana. Añoraban su vida entera, esas mañanas olorosas a café y las caricias que le regalaba a sus plantas mientras observaba desde su balcón la simpleza de los problemas cotidianos. Me tenía sorprendido, atontado y deseoso. Estaba enamorado. Su compañía era un regalo, un canto de gloria después de la ardua pelea día a día. Era reconfortante abrazarle y que me llenara de ese amor tan puro por mi, por la vida, por ella misma. Había infinidad de cosas que le gustaba hacer, no era buena en todas pero nunca se quedaba con ganas de hacer algo. Era un mujer decidida y necia.

Me gustaba verle escribir, me hacia sentir especial. Ella siempre escribía sobre mi, decía que era su musa. Me gustaba verle así porque a mis ojos ella era un arcoíris que llenaba de vida cualquier habitación. Para los demás era solo tinta en cuadernos, para mi era su alma regalada de una manera tan elegante. No cualquiera deja que tomes algo tan puro con tanta facilidad. Pero lo cierto es que no era fácil. Ella me regalo su alma, la cual tomé pero sólo eso. Jamás supe interpretar aquellas lineas, era demasiado común para entender aquellos versos... Y la perdí. Fue claro, ella era una flor que necesitaba de un jardín para florecer. Yo la mantenía en un desierto, marchitando su alma, dejando que su vida escapara por las comisuras de sus labios. Aún tengo su alma entre mis manos, me hizo prometerle que cuando dejase de ser un analfabeta le buscaría. Sigo sin descifrar las lineas de aquel cuaderno.

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