Capítulo 1

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-          Buenos días Linda.

-          No soy Linda abuela, soy Lucy- le digo a la abuela a la vez que le planto un enorme beso en la mejilla.

La imagen de la abuela nunca cambia. Postrada en esa butaca enorme y destrozada de un color azul turquesa no muy agradable a la vista. La televisión está encendida, como cada día cuando me levanto para ir a trabajar. La abuela mira deseosa de saber lo que va a pasar en el mismo programa que ve cada mañana. Me sé de carrerilla absolutamente todos los diálogos del programa que está viendo y, como cada día, no hago ningún comentario sarcástico e hiriente aunque me muero por hacerlo. Todos los días el mismo programa. La misma grabación un día tras otro. Al fin y al cabo es el único programa que consigue que la abuela se quede sentada y es el único que dura lo suficiente como para que su cuidadora llegue a casa y ella no se mueva del sitio.

-          ¿Has visto lo que ha hecho ese chico?- me dice señalando con el mando al chico que hace extraños trucos con un monopatín. En su cara se dibuja una expresión de asombro. La misma expresión que el día anterior.

-          ¿Cómo ha hecho eso? ¡Es alucinante!- le digo con fingido interés y asombro mientras me pongo la chaqueta y cojo la mochila de encima de la mesa.

Me acerco a ella y le doy un beso en la cabeza, como siempre hago antes de salir a la calle. Cada día me preocupa más que la abuela sienta una inmensa curiosidad por salir a la calle y lo haga en el poco tiempo en el que se encuentra sola. Pero es un riesgo necesario. Me alejo lentamente y me dirijo hacia la puerta principal sin dejar de mirarla con ese atisbo claro de preocupación que siempre se puede ver en mis ojos. La casa no es muy grande, lo que es bueno para ella ya que no tiene tanto espacio por recorrer y, por tanto, menos espacio en el que accidentarse. Es una casa hecha a prueba de niños lo que quiere decir, digo yo, que también estará hecha a prueba de ancianas a las que le van la aventura. La puerta de entrada es mucho más inaccesible que el baño o la cocina así que, aunque la preocupación sigue presente,  la probabilidad de que la abuela salga de casa sin que nadie lo sepa es mucho menor que la probabilidad de que incendie la casa o se ahogue en la bañera durante el tiempo en el que está sola y, aunque parezca increíble, eso me tranquiliza. 

Salgo por la puerta y me aseguro de dejarla bien cerrada, no vaya a ser que la abuela sienta la necesidad de salir antes de que llegue Carmen, su cuidadora. Carmen es una mujer de unos sesenta años, de piel morena y bastante entrada en carnes. Tiene el típico acento latinoamericano y juraría que es de Méjico pero la verdad es que nunca me ha interesado tanto como para preguntárselo directamente. Es la persona más agradable que he conocido en toda mi vida. Siempre que necesito ayuda no duda en quedarse conmigo e intentar solucionar el problema que pueda tener que, prácticamente siempre, tiene que ver con la abuela. Aunque la mayoría de veces sus muestras de amabilidad vienen acompañadas de un plus, que suele ser la petición de dinero extra por un día tan “escandaloso” como le gusta decir a ella. Pero la verdad es que eso no me preocupa demasiado porque, aunque vamos bastante faltas de dinero, la abuela necesita unos cuidados que yo no soy capaz de proporcionarle por mi cuenta.

Hace unos meses le diagnosticaron Alzheimer y, como se puede suponer, a mis dieciséis años, el médico no consideraba que pudiese ocuparme de ella. Las opciones eran fáciles de entender: la abuela se quedaba en un centro, lo que quería decir que yo tendría que separarme de ella y al ser menor acabaría en manos de los servicios sociales, o venía una cuidadora a casa que se encargase de ella durante el día. Claramente escogí la segunda opción, aunque eso supusiese tener que trabajar doce horas al día para ganar un sueldo mísero y gastarlo todo en pagarle a Carmen. Por suerte, aún tenemos el sueldo de la abuela que, aunque no es mucho, nos permite apañarnos por el momento.

Buenos días LindaWhere stories live. Discover now