Un chico extremadamente guapo me mira con expresión divertida. Sus ojos, de un azul intenso, resaltan sobre su cara morena y su gran sonrisa brilla con luz propia. Lleva el típico mono de pintor aunque, a juzgar por la fregona que sostiene en las manos, su trabajo es más el de una señora de la limpieza. Está tan bueno que no puedo dejar de pensar que ojalá lo hubiese conocido en otra situación. No hay una sola parte de su cuerpo que el mono me deje imaginar sin músculos y eso hace la situación aún más incómoda.
- Yo… Sólo… ¿Desde cuándo las señoras de la limpieza son hombres?- digo sin poder aguantar en mi cabeza lo que llevo tiempo pensando.
- ¿Por ese motivo has salido prácticamente desnuda del lavabo?- me dice riendo-. No habrá nadie ahí metido, ¿no?- dice a la vez que mira por encima de mi hombro.
- ¡No!- digo escandalizada y provocándole más de una risa. Me pongo tan roja como un tomate y bajo la mirada, muerta de vergüenza. Su risa es tan bonita… Pero ahora no puedo pensar en eso, más que nada porque es el típico chico que es totalmente inalcanzable para mí y porque, ¡Dios!, estoy prácticamente desnuda frente a él.
Agacho la cabeza y dirijo mi mirada hacia el suelo. Vergüenza es lo único que mi mente me permite sentir en este momento pero no dejo que él lo note más de lo necesario. Miro la camisa y acaricio los botones. Ella es la culpable, si no hubiese sido por ella nada de esto habría pasado. No sé la razón por la que se mantiene callado, es el momento perfecto para mofarse de mí pero agradezco que no lo haga.
- Yo sólo quería pedirle ayuda con la camisa a la señora de la limpieza- digo después de un rato en silencio y con la cabeza lo más gacha posible.
Oigo la fregona caer al suelo y veo como sus pies se acercan hacia mí. Lleva unos zapatos muy estropeados, unas botas negras militares que, por lo que parece, no le importa manchar con los productos de limpieza. No sé por qué razón se está acercando a mí pero sigo con la mirada clavada en el suelo, solo por si acaso. No levanto la mirada hasta que sus manos tocan las mías.
¿Inalcanzable? Parece ser que he menospreciado mis dotes de seducción porque, de otra forma, no entiendo cómo puede ser posible que un chico como el que tengo delante tenga sus manos entre las mías y me esté mirando fijamente a los ojos con esos ojos suyos tan azules. ¿Puede ser el sujetador? Seguramente sea eso. Este sujetador engaña mucho a la vista. En un acto reflejo muevo un poco los brazos para intentar taparme un poco, si es por eso por lo que se ha acercado no se va a ir contento.
- ¿Me permites?- me dice con una voz que ahora me suena a música. Tiendo a obsesionarme con la gente que me hace caso ya que siempre he sido la típica mosquita muerta a la que nadie aprecia y me siento muy bien en momentos como este. Quitando el hecho de que la vergüenza me está matando por dentro.
- ¿Qué?- digo volviendo a la realidad pero completamente embobada.
- La camisa. ¿Me la dejas?
Le doy la camisa y observo como sus manos abren fácilmente todos los corchetes. Me siento una auténtica inútil y lo sucedido hace que mi cara se encienda aún más si es posible. Me mira y me cede la camisa amablemente. Me parece tan encantador que no puedo evitar sonreírle. Me pongo la camisa e intento abrocharla pero parece ser que estos corchetes no son muy amigos míos.
- Déjame- me dice sonriendo.
Puede que los corchetes sí que sean mis amigos al fin y al cabo. Me ata la camisa haciendo que me sienta incómoda a la vez que la persona más feliz del mundo. Se pone detrás de mí y me sube la cremallera de la falda.