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Escuchó la voz de Carolina, su mejor, su única amiga de verdad, justo al doblar la esquina que conducía a la calle en la que estaba su casa, oculta desde allí por los árboles del jardín y el pequeño muro.
-¡Montse!
Se detuvo y, al verla, dejó las dos bolsas en el suelo. Hacía mucho calor, muchísimo, lo que auguraba un verano que se haría insorpotable a medida que avanzara más. La urbanización en la que vivían, aunque cercana al pueblo, tenía muchos desniveles y cuestas, así que aprovechó la parada para descansar y agradeció no hacerlo al sol. Las ramas de uno de los frondosos pinos de los señores Ferrer la protegieron mientras Carolina trotaba en su dirección. Le envidió su top y su minifalda. Ella llevaba una camiseta cerrada desde el cuello y unos vaqueros. Todavía le costaba aceptar que nunca podría llevar un escote, un biquini, ni siquiera un traje de baño escotado.
Nunca más.
-¡Caray, tía! -resopló Carolina al llegar junto a ella-. No sabes las ganas que tengo de motorizarme, aunque sólo sea para venir a tu casa.
-¿No dices siempre que esto es mucho más tranquilo que el centro del pueblo?
-Sí, ya pero…
-¿Vienes a bañarte? -le preguntó Montse, dudosa, al ver que su amiga no llevaba la bolsa con el bañador.
-No, no puedo. Te he visto de lejos y sólo quería preguntarte qué haremos esta noche.
-Vamos al Casino, ¿no?
-Bueno -accedió Carolina.
-Oye -no esperó ni un momento más; quería contárselo- ¿Recuerdas al chico del sábado?
-¿El que no paraba de mirarte con cara de éxtasis concentrado y dolor de estómago?
-Sí.
-Claro que lo recuerdo, ya te dije que era muy mono.
-Pues acabo de verlo.
-¿Ah, sí? -se quedó en suspenso Carolina-. ¿Y… ?
-Hemos hablado.
-¿Qué? -la cara de su amiga cambió- Cuenta, cuenta.
-Nada, que iba por la calle, he tropezado, me he caído…
-¿Que te has caído? -se alarmó su amiga.
- Una buena culada.
-¡Oh, Dios, qué vergüenza! -y cerró los ojos-. No me digas que él…
-Estaba allí -le confirmó sus sospechas Montse-. Pero es que además ha aparecido como por arte de magia, ¿entiendes?
-Y te ha ayudado a levantarte.
-Sí.
-¡Lo sabía, lo sabía! -cantó Carolina-. Ya te lo dije. ¿Qué tal?
-Nada.
-¿Cómo que nada? -su voz se llenó de renconvenciones-. ¿Cómo se llama? ¿Quién es? ¿Habéis quedado?
-¡Eh, eh, alto! -la detuvo Montse-. Me he caído, estaba allí, me ha ayudado y eso ha sido todo.
-¿Le has dejado escapar?
-¿Que querías que hiciera? ¡Por Dios! Mira que eres…
-Oye, rica, ¿tú crees en las casualidades?
-No sé.
-Pues yo no. Lo dejaste colgado el sábado y estaba esperando su oportunidad.
-La ha tenido y no me ha dicho nada.
-Porque es tímido, ya se le notaba. ¿A que estaba nervioso?
-Bastante -reconoció Montse-. Se ha asustado casi más que yo al verme en el suelo.
-Normal. ¿Que quieres? Si le gustas, montas el número, tú no le das pies, y él es tímido…
-Carolina…
-Yo no digo nada -se defendió ella-, pero ya sabes lo que pienso: que necesitas un poco de marcha después de lo de James.
-Bueno, vale ya, ¿no? -se quejó con amargura Montse.
Carolina bajó la cabeza. En su rostro, enmarcado por una abundante melena negra, apareció una sombra de culpabilidad. Su amiga la vio morderse el labio inferior; se había dado cuenta de que acababa de meter la pata, algo por otra parte habitual en ella.
-Vale, lo siento -dijo-.Te juro que ni volveré a mentarlo.
-No es eso -manifestó con cansancio Montse-. Es que… -no encontró palabras para explicar lo que sentía, así que acabó suspirando antes de agregar-: Bah, déjalo, no me hagas caso.Todavía sigo sensibilizada.
-A veces hablas tan fino -secundó su suspiro Carolina levantando la cabeza- ¿Por qué no dices simplemente que estás cabreada además de dolida?
Logró hacerla reír, algo bastante difícil en las últimas semanas.
-Bueno, ¿te vienes o no?
-Te ayudaré a llegar a casa con esto -se ofreció Carolina cogiendo las bolsas del suelo-, pero tengo que alargarme a toda prisa.
-Eh, dame una -protestó Montse.
-Da igual, vamos.
Se resignó. Carolina ya le había sacado cinco metros de ventaja calle arriba.
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Donde esté mi corazón
RomanceLa vida de Montse ha cambiado por completo: un hecho imprevisible ha sacudido sus cimientos. Ha estado a las puertas de la muerte, pero ha vencido, aunque el precio es muy duro. Ahora en su vida hay un antes y un después. Y mientras trata de recuper...