– No pienso tolerar nada como esto, ¿Está lo suficientemente claro? –dijo el director del instituto.
Estábamos reunidos en el salón de actos, todos los cursos que tenían acceso a la clase de ciencias, y por consiguiente, al laboratorio.
– No sé quien habrá sido el autor, o autores de semejante estropicio, ya que no han dejado rastro, sin embargo, no sucederá de nuevo. No lo pienso permitir. Y ya que nadie sabe nada, todos vosotros seréis castigados. –en ese instante la gente comenzó a susurrar y protestar por ello, pero el director gritó: ¡SILENCIO!, y cuando todos se hubieron callado, prosiguió con su discurso–. Seréis castigados sin los recreos, y en ese tiempo iréis al aula y ayudaréis a los bedeles y conserjes a reparar el daño causado. Es todo. – Y nos permitió irnos después de horas de interrogatorios e intimidaciones para que alguien hablase, pero la verdad, nadie sabía nada excepto nosotros.
Cuando por fin estábamos fuera de la estancia, nos reunimos los de siempre: Jorge, Ana, Tady, Raquel y yo. Desde que habíamos pasado por aquel extraño incidente, estábamos más unidos que nunca. Habían pasado solo diez días, pero parecían al mismo tiempo una eternidad y sólo unos segundos; todavía lo teníamos muy reciente y no parábamos de hablar de ello y de obsesionarnos. Todos teníamos pesadillas al respecto, y muchas veces no éramos capaces de conciliar el sueño.
Alberto, Alba y Carla habían desaparecido, y sin embargo nadie parecía notarlo, habían desaparecido sus nombres y sus datos de todos los registros del instituto, así como sus cuentas de Internet y en redes sociales, además del hecho de que nadie los recordaba, era como si nunca hubiesen existido. Sin embargo, no nos dábamos por vencido y buscábamos por todos lados, algo que demostrase su existencia.
Salimos, y nos sentamos en los bancos de piedra del exterior. Ya era mediodía y la hora de salida. Buscamos un lugar con sombra, bajo la atenta vigilancia del tercer piso que nadie más veía, y nos pusimos a comer nuestros respectivos bocatas, ya que tendríamos clase por la tarde, unas horas después.
Durante unos minutos no hicimos otra cosa que comer y charlar sobre banalidades, pero cuando llevaba medio bocadillo comido, saqué unos papeles de mi mochila y se los enseñé al resto.
– No todo ha desaparecido. – Dije mientras los enseñaba. Eran los exámenes hechos por nuestros compañeros desaparecidos. – Parece que las Sombras no son capaces de hacer desaparecer documentos físicos.
– ¿Cómo los has conseguido? – Preguntó Tady mientras miraba los papeles.
– ¿Recordáis que hoy falté a primera hora? –pregunté, y Tady y los demás asintieron–. Me colé en los archivos del colegio por el acceso que hay en la torre del reloj. No hay demasiada vigilancia, así que me los llevé, los fotocopié y los volví a dejar donde estaban.
Todos sonrieron y me felicitaron por mi idea dándome palmadas en la espalda. Volví a guardar todo en la mochila y terminamos de comer tranquilamente. Después nos quedamos pensativos, y por fin surgió la pregunta que todos nos hacíamos:
– ¿Y ahora qué? – Dijo Raquel, era la que mas había cambiado después de aquello. Antes era tímida y pocas veces confiaba en si misma, sin embargo, ahora era la primera en buscar algo que hacer para ayudar a nuestros amigos, y mientras que antes la asustaba enfrentarse a la gente que se metía con ella, ahora les plantaba cara con la cabeza bien alta.
– Ahora, debemos volver a ese lugar. – Todos palidecieron con mis palabras–. Allí hay algo que nos puede ayudar.
– ¿El qué? – Preguntó Ana, dejando claro por su tono de voz, que no estaba dispuesta a volver allí, así sin más.
– Los tres llevaban mochilas ¿Recordáis? – Todos asintieron–. En ellas estarán sus carteras y algún efecto personal, con ello podremos demostrar que existen y que nos crean. Tal vez así nos ayuden. – Habíamos intentado razonar con personas con mas recursos que nosotros, pero nadie los recordaba, ni siquiera sus propias familias.