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—Otra vez usted.

Fue lo primero que dijo Corban cuándo me vió. Colocando mi portafolios encima de la mesa de la sala de visitas, me senté en frente de él.

—Otra vez yo, a menos de que se le asigne un nuevo abogado.

—Claro, ¿y a qué se debe su grata visita, señorita Ébano? Porque no creo que venga para tomar el té—, fingió ver la hora en su muñeca—. ¿O me equivoco?

—Tiene usted toda la razón. Quiero que me diga qué fue exáctamente lo que se encontraba haciendo el diéz de mayo alrededor de las ocho de la noche.

Coloque mi grabadora encima de la mesa y la encendí. Espere una respuesta inmediata, pero él simplemente me observo con ímpetu y deseé saber que era lo que tanto pensaba. Talvés él estaba escogiendo en su cabeza las palabras correctas para responder a mi pregunta, hubiera pensado eso sino fuera por el echo de que él no parecía tener nada que pensar. Lo ví en su mirada, él se declaraba culpable, pero si él realmente fuese culpable, entonces abría una razón tras asesinar a sangre fría a un hombre inocente.

—El problema de la humanidad es que no es capaz de comprender cuándo es momento de rendirse. Algunos se rinden sin antes luchar, otros luchan y se desvanecen a mitad del camino, pero existen los últimos que se hacen ver mediocres cuándo no comprenden el momento de avandono. Y puedo confirmar que usted se encuentra dentro de una de ellas señorita Ébano.

—No necesito clases de filosofía señor Corban. Si usted afirma que estoy en una de ellas, entonces ya sabe que no me rendiré. Así que le pido encarecidamente que colabore...—, ¡y no sea tan hijo de puta!; gritó mi mente y la callé—. Y responda mis preguntas correctamente.

—Estaba en un bar.

—¿Entonces ingirió alcohol esa noche?

—Que haya estado en un bar no significa que estaba bajo los efectos del alcohol señorita Ébano.

No podía asegurarlo, ya que, la detención del señor Corban se llevó a cabo a la mañana siguiente de que se encontrara el cuerpo del individuo en un basurero. Las pruebas de sangre y las huellas digitales llevan tiempo.

—¿Conocía al hombre que asesinó?

Él no dijo nada. Se calló y salió por la puerta por la que entró. Apagué mi grabadora y la guardé en mi portafolio. Alisé mi vestido blanco y me levanté de mi silla para salir de aquella sala.

Si él no me ayudaba a encontrar las pistas, yo lo haría, así que toque ir al lugar del acontecimiento.

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