Daniel trabajaba en la clínica veterinaria aproximadamente doce horas al día, a veces más. La clínica habría de siete de la mañana a nueve de la noche, y era atendida por Daniel, su amigo Scott y la recepcionista Olga; si había alguna emergencia en la madrugada, no dudaban en atenderla ya fuese en la clínica o yendo al lugar de la emergencia.
Daniel vivía en un edificio de departamentos cerca del límite con el bosque, un departamento de dos habitaciones, sala, comedor y una cocina amplia. El hombre amaba su trabajo, desde pequeño había amado los animales y desde antes de entrar a la preparatoria, ya sabía que quería ser, al igual que su madre, un veterinario.
Nació y creció en los hamptons. Su padre era médico en el hospital privado y propietario de una clínica gratuita en las afueras de la pequeña ciudad. Su madre era veterinaria, y fue la propietaria anterior de la clínica en la que ahora trabaja.
Luego de la preparatoria, se dirigió a California a estudiar su Grado en veterinaria y una vez graduado, volvió a trabajar junto a su madre, siendo su mano derecha por tres años, antes de que ella decidiera retirarse y dejarle la clínica a su hijo menor.Ese mismo año, contrató a Scott, el hermano menor de su novio de preparatoria quien había vuelto a la ciudad luego de graduarse.
Esa mañana, Daniel salió a las seis de la mañana, todos los días corría 10 kilómetros, o el relativo a lo largo de la playa. Le gustaba el olor salado del aire, siempre frío, y el sonido de las olas al romperse antes de llegar a la orilla. Vestía unos shorts de color negro y una camiseta de manga larga, en su mano izquierda sostenía las correas de tres perros que estaban bajo su cuidado y necesitaban ejercicio.
Llevaba la mitad del camino cuando un perro pastor belga se cruzó frente a él, corriendo hacia el mar.
-¡C.J!- escucho a un hombre gritar y correr tras del can con una correa en su mano. El hombre era de cabello rubio oscuro, piel blanca y cuerpo atlético; vestía un short de correr negro con azul y una sudadera gris.- C.J ven aquí nena- pasó detrás de él una vez este se acercó a la orilla. Daniel siguió su camino, deteniéndose cuando alguno de los canes se cansaba.
A las siete y treinta, ya estaba bañado y vestido con su uniforme médico, desayunado un bagel de pavo y un latte en su oficina en la clínica. Olga estaba en el frente de la clínica, limpiando el mostrador y confirmando las citas agendadas. Scott entraba al medio día, por lo que hasta entonces el solo se las arreglaría en tanto no hubiera alguna emergencia.
Saliendo de su oficina fue hacia donde estaba Olga, quien en ese momento estaba acariciando a Rose, una gata siamesa que era la mascota de Daniel y a la que llevaba con él a la veterinaria algunas veces, para que no se quedara sola en casa.
Olga era recepcionista desde hace algunos años, una mujer en sus cuarentas, morena y de ascendencia latina. Quien dirige la clínica era realmente ella, asegurándose que todo estuviera bajo control y conforme el reglamento. Era como su segunda madre, y ahora, la única figura materna que le quedaba.
Su madre había fallecido hacía un año, y aun no lo superaba, la extrañaba demasiado. Si, era un hombre de casi treinta años, pero siempre sentiría que su madre le haría falta. Olga le vio sumergido en sus pensamientos, se acercó al hombre y descansando su mano sobre el antebrazo para llamar su atención; le sonrió una vez Daniel salió de su mundo y volteo a verla.
- ¿En qué piensas querido?- le preguntó Olga.
- Solo en la cantidad de trabajo que tendremos una vez los turistas millonarios lleguen a la ciudad- mintió Daniel- La última vez tuve que atender ocho perros ahogados y dos peleas clandestinas.
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Un lugar donde refugiarse
RomansaMatthew y Daniel tienes muchas cosas en común, entre ellas el amor hacia los animales, la atracción hacia personas del mismo sexo y un pasado agridulce. Ambos hombres saben que no es algo fácil ser gay en una ciudad como Hamptons, donde cuatro mese...