Capítulo 1: La pesadilla.

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Antes de contar ninguna otra cosa, tengo que hablaros de la pesadilla.

Puede no tener nada que ver con el resto de mi historia, quizá os parezca algo estúpido, pero para mí es el primer acontecimiento significativo de mi vida, y digo significativo porque es el primer sueño que recuerdo haber tenido y la impresión que me causó se tradujo en un pánico a la oscuridad que me marcó durante años.

Yo era todavía muy pequeño, no tendría más de seis o siete años. En aquella época nuestra casa estaba todavía en obras y mi cuarto estaba lejos del de mi padre, en la buhardilla que es ahora mi salita de lectura.

La habitación no era muy grande y recuerdo que estaba llena de cosas. Cajas y muebles desmontados, mis juguetes y libros en desorden y sólo mi cama y un pequeño armario como prueba de que aquello era un dormitorio y no un trastero.

Os aseguro que nunca fui un crío miedoso. Subía solo a la buhardilla después de cenar y mi padre me despedía con un beso al pie de la escalera. Leía bien a mi edad y me gustaba disfrutar de ese rato de soledad después de la cena donde, metido en mi cama con mis libros, dejaba volar la imaginación hasta que el sueño me vencía.

Una de esas noches, me desperté de madrugada con una agobiante sensación de calor.

Me senté en la cama confuso, intentando escapar del sueño y con la intención de levantarme a beber agua.

Entonces le vi.

Estaba acuclillado entre las cajas y los muebles desmontados y me miraba con una expresión extraña, intensa, que se fue suavizando hasta convertirse en una mueca amigable, casi tierna.

No sé deciros el motivo por el que no me asusté en ese momento.

Era joven, de rasgos angulosos enmarcados por una larga melena oscura. Llevaba ropa extraña, parecía un personaje de mis libros y era en realidad muy atractivo. Mientras yo le miraba fascinado, se desplazó cautelosamente hasta mi cama y me cogió los tobillos obligándome con suavidad a acostarme de nuevo.

Su piel estaba fría al tacto y me refrescó. Sentí una especie de alivio al tenerle cerca. Mantenía las manos bajo mi sábana y me acariciaba los pies. Me reí.

Murmuró unas palabras que no comprendí y estiró los brazos acariciándome las piernas y dejando sus manos sobre mi pecho. Dejé de tener calor y sus caricias empezaron a adormecerme otra vez.

Su presencia era tan fascinante que no podía permitirle volver al sueño del que sin duda había escapado y agarré con fuerza sus muñecas. Me sonrió y se tumbó a mi lado canturreando muy suave junto a mi oreja.

Creyéndome en brazos de un ser mágico, me dormí profundamente.

Desperté otra vez envuelto en un horrible dolor y con un enorme peso encima. Algo grande y negro me aplastaba y notaba como una aguja se me clavaba en el pecho y me impedía respirar. Pataleé desesperado y golpeé con todas mis fuerzas, pero aquella cosa, aquella especie de animal no me soltaba.

Cuando por fin conseguí gritar lo hice con toda la fuerza de mis pulmones. Una sensación como de estar bajo un chorro de agua fría me recorría el cuerpo de arriba abajo y recuerdo que me hice pis. No conseguía ver nada y tampoco encontraba el interruptor de la luz. Pensé que iba a morirme y tiré del pelo del animal con todas mis fuerzas. En ese momento oí a mi padre llamarme con la voz llena de preocupación y me puse a gritar como un loco. Entonces el animal me soltó y me pareció verlo esconderse debajo de mi cama.

Mi padre entró en la habitación asustado por mis gritos y encendió todas las luces.

Recuerdo que me cogió en brazos y que yo estaba tan asustado que ni siquiera podía explicarle lo que pasaba. Solo me calmé cuando me sacó de la habitación para darme un baño y una vez seco y con un pijama limpio, me aseguró que todo había sido una pesadilla.

No podía soportar volver a la buhardilla, pero mi padre insistió en que lo acompañara a inspeccionar para demostrarme que no había monstruo alguno y que simplemente lo había soñado.

Movió mi cama y las cajas. Abrió el armario y me sonrió mientras yo le miraba muerto de miedo desde la puerta, temiendo que el animal pudiera estar escondido y quisiera atacarle a él.

Supongo que me habría tranquilizado del todo si no hubiera visto su expresión preocupada al ver mi cama, o si después de examinar más de cerca mis sábanas y almohada no hubiera insistido en que le repitiera exactamente dónde me había mordido el animal.

No le dio ninguna importancia a la aparición de mi precioso príncipe, pero al día siguiente vino el médico y me puso un par de inyecciones mientras mi padre expresaba su miedo a que me hubiera mordido una rata.

Pasaron años hasta que pude volver a dormir sólo y todavía hoy me dan miedo los perros negros y las ratas.

CamileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora