Capítulo 2: Un invitado (parte 1)

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Un Invitado.

Hay algo importante que quiero advertirte antes de hablarte de Él.

Lo que voy a contarte probablemente te hará pensar en algún momento que estoy loco.
Yo lo pensaría.
Pero aun así, si continúas leyendo esto, espero contar con tu voto de confianza, que entiendas que a pesar de todo estoy perfectamente cuerdo y que creas que a veces es posible la singularidad de lo extraordinario.

Ya te he hablado de mis recuerdos de mi casa en obras.
Mi madre aprovechó una inesperada oportunidad profesional para cerrar su clínica veterinaria en la ciudad y trasladarnos a un pueblo muy pequeño donde podría seguir ejerciendo y a la vez realizar su sueño de restaurar una propiedad de su familia que estaba prácticamente en ruinas.

"Un pueblo muy pequeño" era en realidad lo que había a unos quince kilómetros de nuestra casa, que resistía como podía el paso del tiempo semiescondida entre los árboles de un frondoso castañar y a poca distancia del río.
Los restos ruinosos de un antiguo molino de piedra no estaban lejos y de niño pasé muchas horas jugando allí.


Te imaginarás que mi infancia fue bastante solitaria, sin embargo los primeros años que pasamos en la casa siempre había gente a nuestro alrededor.
Restaurarla llevó tiempo y las cuadrillas de obreros aportaban bastante animación durante la primavera y el verano.


Cuando una parte aceptable estaba ya terminada, mi madre tuvo la maravillosa idea de invitar durante unos días a una amiga con la que había ido a la universidad y que tenía un hijo más o menos de mi edad.


Así conocí a Yves.


Encajamos tan bien que su visita de una semana acabó prolongándose todo el mes.

Se convirtió en un huésped habitual e imprescindible. Llegaba pocos días después de que le dieran vacaciones en el colegio y se quedaba conmigo prácticamente todo el verano.


Seguramente tu vivas en una ciudad y te pareceré un pueblerino poco sociable al conformarme sólo con un amigo, pero debes entender que para mí, que estudiaba en una escuela rural con otros seis niños y rara vez acompañaba a mi madre a algún recado más allá del pueblo, Yves, con sus anécdotas del colegio y su estilo urbanita, era simplemente lo mejor de todo el año.

Le adoraba.


Era mi mejor amigo y el año en que Él llegó a nuestra casa yo tenía hechos todo tipo de planes para empezar en otoño a la universidad y mudarme con Yves.


Planes que no llegué a realizar porque mi mejor amigo, mi Yves, se puso gravemente enfermo.


Al principio no parecía gran cosa, luego empezó a estar siempre cansado.


Le hicieron muchas pruebas pero nunca ofrecieron un diagnóstico claro.


Finalmente tuvieron que ingresarle en el hospital y aunque intentábamos hablar a diario, era evidente que poco a poco Yves se alejaba de mí.


Recuerdo con absoluta precisión el veintiuno de junio.


Fue la tarde en que mi corazón se rompió en pedazos por primera vez.


Yo salía de casa buscando a mi madre. Llevaba una chaqueta gruesa de lana gris que usaba mucho y ella odiaba porque le había hecho unos agujeros en los puños por los que sacaba los pulgares.


Me había recuperado hacía poco de una gripe muy fuerte y estaba siempre destemplado a pesar de que el verano acababa de empezar.


Ella estaba sentada en el suelo, debajo de un árbol, leyendo algo en su tablet y frotándose los ojos como si estuviera agotada.

CamileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora