Abrir los ojos una mañana después de dormir poco y pensar mucho la noche anterior nunca es tarea fácil. El despertador sonó a las 6 de la mañana, era lunes ya, la facultad espera. Joaquín se levantó rápidamente, sabía que cada segundo de tardanza entre las cobijas haría más y más difícil el levantarse. La habitación lúgubre aún oscura lo recompensó con un viento helado de soledad y frustración, recogió la ropa que había olvidado guardar de la noche anterior, olió su remera y se la puso rápidamente para que el calor de su cuerpo la acompañara, el pantalón, ese jean que venía usando desde hacía ya varias semanas, tenía marcas de barro justo llegando a las zapatillas. Esto a Joaquín no le importaba, nada le importaba, no le importaba dormir, ni seguir despierto, no le importaba morir o seguir viviendo. Toda actividad que hiciera durante el día no era más que una inercia creada por la costumbre. La soledad desde hacía ya meses, tal vez poco más de un año, lo visitaba regularmente y se quedaba durmiendo en su inconsciente y aprisionaba su alma con tanta sutileza que podía confundirse con un abrazo de cariño.
Tomó una botella de agua que había dejado estratégicamente llena la noche anterior para tomar a la mañana y un par de galletas que estaban sobre la mesa. Su carpeta totalmente sobria, sin caratulas, estampas, sin forro ni vida yacía sobre la mesa del comedor de ese departamento de la calle Montecaseros. Un departamento casi escondido con escaleras que parecían escondidas a la mayoría del público que camina observando las viviendas de toda clase de personas, y además mal construida porque el inicio de estas, cruzaba justo enfrente del departamento debajo de él. Siempre al bajar pensó en lo incomodo de ser envestido por aquella puerta por una sincronización estúpidamente perfecta, aunque de antemano ya sabría que decirle, tenía en la mente tantas situaciones que nunca pasaron y tantos futuros posibles que no conseguirá.
El último sorbo de agua ya era una señal de partir, y la mochila reposaba sobre la mesa cuando fue molestada por un tirón desde una de sus telas flojas.
Joaquín bajo pacientemente las escaleras mal construidas hechas enteramente de material y sin ninguna baranda, observó expectante la puerta por donde debía pasar, pero nadie la abrió ni dio señales de abrirla inmediatamente. Bajó por la calle montecaseros hacia la parada de los micros, pasando entre prostitutas provocadoras, la facilidad de conseguir algo tan fácil, tan sencillo y tan consentido, tan claro como el agua eran las intenciones de los autos con vidrios polarizados que frenaban a hablar con ellas, y de golpe partían con esa nueva carga que vaciaría sus bolsillos por una fracción de tiempo en que se siente acompañado, y acallaría las bestias que persiguen al ser humano, esas que exigen callar esas primitivas necesidades cuya función por obra de la mente, de la propia esencia humana se ha deformado hasta el punto de conseguir la tan ansiada libertad libre de prejuicios. Prendió un cigarrillo, dejó de pensar un segundo y apresuró el paso, el micro pasará en cualquier momento. Y de hecho pasó cuando estaba a dos cuadras todavía. Esta vez tendrá que caminar, a Joaquín no le importaba en realidad, no le ofrecía ninguna molestia, tiró el cigarrillo y caminó a la facultad.
Llegaba tarde ya, bastante tarde, cuando en la entrada, casi como portero, encontró a su amigo Javier, estaba allí esperándolo, en vista de su silueta entre el amanecer tardío, se saludaron y decidieron no entrar a la primera clase, ni a Joaquín ni a Javier les interesaba demasiado esa clase tampoco.
En el quiosco que se encontraba a media cuadra tomaban un café mientras hablaban y reían. Ambos solo reían cuando estaban juntos, decían toda clase de estupideces y también charlaban de cosas que, a su forma de ver, eran serias o controversiales. Se conocían de toda la vida, desde antes de tener memoria, desde antes de tener conciencia de ellos mismos, ellos ya se conocían. Eran esos mejores amigos, de esos que duran toda una vida.
Eran tan parecidos que desde la primaria habían tenido las mismas notas, les gustaban las mismas clases de chicas, y por supuesto, les disgustaban las mismas cosas. Pero había algo que les fascinaba más que cualquier otra cosa, el cine. Sus filmaciones caseras eran en realidad malas, pero con historias atrapantes que hacían olvidar las falencias de los planos sobre el hombro, y las intachables evidencias de que fueron filmadas con una sola cámara, solo por dos personas.
Para ellos el cine era el escapar de ser ellos mismos, eran héroes y villanos, podían sentir la intensidad del odio, la melancolía de la soledad y la relajación de saber que esta nunca fue real, que al terminar la película, volvería a ser ellos mismos y podrían pensar en otra idea.
En youtube sus videos eran mundialmente reconocidos, aunque también muy criticados por su pobreza técnica. Cortos como por ejemplo: “No me dejes volver”, “Dimensiones” o “el juego” fueron éxitos totales. Pero siempre con las mismas críticas de pobreza técnica y para ellos era una mancha imborrable, la imperfección nunca es aceptable cuando algo se hace con tal pasión como lo hacían Joaquín y Javier.
De hecho, tenían un último video parado hacía meses, este, a diferencia de todos los demás, tenía un apartado técnico brillante, los efectos, la pantalla verde con cuidado de sombras, las actuaciones geniales y una historia atrapante con un final más que inesperado que dejaría al espectador pensando varios días en el. Sería su consagración y su retiro, el momento en que podría sacarse la cruz de la perfección de su arte… esa película era su nirvana y su cielo.
Pero tenían un problema, su perfeccionismo no les dejó concluir jamás esa obra y ambos se quedaban frente a un café o una cerveza hablando horas sobre sus detalles, su apartado técnico, actuaciones y la mejor forma de contar la historia, de comunicar su mensaje, con y sin palabras.
Ese día, a media cuadra de la facultad, frente a una taza vacía de café y varios puchos en el suelo, mientras la gente pasaba tranquila y sus compañeros curiosamente miraban por qué esos dos alumnos no habían entrado en todo el día, ellos dos sellaron su destino.
Lo dejarían todo, la facultad, las amistades distractoras, los insípidos chamullos de los boliches, dejarían todo. El compromiso fue aceptado de tal forma que Javier vendió su casa (por ser la más cara de las dos) y se fue a vivir incómodamente en el estrecho departamento de Joaquín.
Desde ese momento vivieron austeramente, rara vez compraban algo para sí, jamás ropa, jamás comidas muy elaboradas. Solamente compraban cosas que pudieran hacerlos inspirar, o le ayudaran a mejorar el acabado de aquella visión que les había quitado todo, estaban enamorados de su obra. Estaban totalmente perdidos en ella.
Joaquín trabajaba de noche de sereno de un barrio que quedaba algo lejos, debía salir al menos una hora antes para llegar a horario y no siempre… lo que si llevaba siempre eran un arma que un vecino le había obsequiado porque realmente le había caído bien y que le había sentenciado que estaría seguro que necesitaría y los libretos y las escenas para revisarlas en su tiempo libre que en realidad era bastante en ese trabajo. Ya había sentido el desgaste mental, espiritual y físico de la decisión que tomó ese día junto a Javier. Su mente ya no trabajaba de la misma manera, el alcohol se volvió parte infaltable de su vida y fumaba todo el tiempo. El café también era una constante. A veces de su propia vigilia surgían alucinaciones y paranoia en cuanto a la oscuridad. Muchas veces sintió que lo seguían. Pero el anotó cada sensación, cada sentimiento, cada parte de su cuerpo en tención en una libreta donde anotaba todas sus ideas más frescas y transgresoras.
Javier, trabajaba de secretario de un abogado, que lo tenía más de pinta que de necesidad, un abogado prácticamente desempleado que vivía de una gran sucesión que hubo aprovechado en crear una empresa de ropa y algunos inmuebles. De allí prácticamente saldrían la mayor cantidad de sus ingresos, pero a él le gustaba sentarse en ese sillón reclinable, con su notebook a su lado esperando que Javier haga sonar su teléfono, y una persona que reconozca sus habilidades jurídicas detrás de esa barriga que lo hacía sentir tan inseguro a veces. Pero nunca llamaban, y por esa puerta nadie entro a reconocer sus habilidades jurídicas que tanto le había costado cultivar.
Su secretario Javier mientras, miraba una y otra vez la versión preliminar de su obra y anotaba en un cuaderno de tapa dura sin caratula, ni calcomanías ni forro cuanto detalle podía ver.
Tanto Javier como Joaquín habían cambiado tanto su aspecto desde el inicio de la filmación que en varias escenas tuvieron que hacer extraños y complicados efectos y juegos de cámara, más que nada para disimular la delgadez y sus ojeras de días sin dormir. Otras escenas fueron claramente insalvables y simplemente las volvieron a grabar con sus yos actuales. El maquillaje, las vestimentas, las luces, entre todo incurría un dineral con el que hubieran podido comprar la casa que Javier había vendido y el departamento de Joaquín de nuevo. Notaron que deberían cuidar su forma física si querían seguir grabando, y mejorar sus dones de actuación. Se inscribieron en una escuela de teatro. Allí recuperaron un poco de la vida que se les había ido, pero jamás se les cruzó por la cabeza dejar la película, ni siquiera cuando Joaquín conoció una linda chica con la cual se entendía de maravilla. Ella le llamaba, le mandaba mensajes, pero él no respondió, no es que no la quisiera, pero debía aprovechar el tiempo.
Luego de terminado el curso, les pareció poco productivo continuar con aquel taller, aunque aquel hubiera crecido en éxito gracias a las habilidades que Joaquín y Javier hubiesen desarrollado. Luego de su partida, el taller de teatro fracasó rotundamente y fue removido de las crueles calles, antes de fallecer definitivamente habían suplicado a aquellas dos estrellas que volvieran, pero un seco-no tengo tiempo- acalló sus esperanzas y termino de enterrar a los mediocres bien intencionados.
¡Ya lo tenían todo! Tenían los recursos, tenían la habilidad, conocían los lugares. ¡Ya era la hora de terminar aquella obra de hace tanto tiempo, que es destino y cruz, que tiene sangre y bisturí!
Los dos cineastas se recostaron un segundo en el sillón a fumar un cigarrillo, reír y tomar como si no hubiera mañana y, por supuesto, a pensar lo que harían luego. Los tragos eran fuertes y el humo del cigarrillo nublaba la visión, y así después de en verdad mucho tiempo realmente descansaron, durmieron Joaquín tirado en el suelo y Javier desparramado en la silla. Por fin percibieron la paz cerca.
Durante los próximos meses se dedicaron a terminar aquella obra, segundo por segundo, minuto por minuto, siempre cuidando las actuaciones, las cámaras, el apartado técnico… todo resultaba perfecto. Solo faltaba el gran final, ese que dejara esa sensación de vacío y dolor, pero a la vez victoria y alegría en aquel que lo viera. Ellos ya lo tenían, el corazón se les aceleraba solo de pensarlo, se les llenaban los ojos de lágrimas y la adrenalina les subía. Lo grabaron una noche tranquila, habían reservado una semana entera al final, a esos escasos minutos que definirían el destino de la película. Ya satisfechos de haber grabado lo suficiente llevaron todo el material a su departamento en calle montecaseros, pasaron cerca de las prostitutas y de aquellos autos tímidos que se ocultaban bajo el manto de la noche, pensó Javier agregar una escena tan compleja como esa sería prudente, pero lo despachó de inmediato, esa era una escena irrelevante en el relato…
No, lo podían creer. ¡No era posible! Su maravilloso final parecía un chiste ¡una parodia! Se veía falsa, mal actuada, mal filmada… se veía mal…. Y ya era tarde, podrían hacerla de nuevo mañana, podrían hacerlo cualquier día… pero querían terminarlo esa noche, la muerte final era importante ¡más que cualquier otra cosa! Una mirada entre los dos bastó para entender el plan por completo. Joaquín rápidamente sacó la pistola del cajón, el hombre que se la dio, le había dicho que la necesitaría… y cuánta razón tuvo….
Salieron rápido a la calle, la noche casi terminaba, había empezado a llover… ¡perfecto!, una prostituta rubia muy sugerente, de falda más que corta y hermoso rostro y piernas torneadas se acerca a la ventanilla de la camioneta donde habían guardado el equipo de filmación, era la única que quedaba. -¿cuánto el pase?- preguntó efusivo y temblando Javier, la mujer de la noche retrocedió un poco intimidada y dio una mirada rápida a un hombre que había parado una bicicleta en la vereda de enfrente, y la miraba fija y seriamente. Ella volvió la cara a ellos y dijo convencida -100 pesos, más el lugar- a lo que Javier respondió con un rápido –subí- El hombre de la bicicleta se había subido y lo vieron doblar por el retrovisor de la camioneta. La lluvia cada vez era más y más fuerte. Mucha agua entraba por sus ventanillas abiertas, se notaba a la pobre fémina que estaba temblando de frío y tal vez por un poco de miedo, ninguno de los dos le dirigió palabra durante el viaje, estaban ambos muy concentrados en que tendrían una sola oportunidad para su gran final y que ella temblara le daría justo lo que necesitaban, se alcanzó a ver una leve sonrisa, casi escondida pero muy notoria entre los rostros serios de esas dos personas que estaban fumando un cigarrillo con las ventanillas abiertas, en remera, con 5 grados de térmica. La pobre inocente empezó a temblar un poco más…
Llegaron al lugar, era un descampado al que habían entrado por un mínimo puente medio roto y escondido, rápidamente ante la mirada de la prostituta montaron un buen set que a simple vista se veía profesional, sacaron su pantalla verde plastificada y la colocaron en su lugar.
Joaquín se acercó a la mujer le dio una cámara, ella la tomó y preguntó – ¿para eso es que me van a pagar?... Joaquín la miró serio, sabía que la pregunta era adecuada, pero no podía tranquilizarse, debía temblar de miedo. Sacó el arma del cinturón y disparó tres tiros seguidos al aire, le apuntó a ella y le dijo –filmá acá- mientras le señalaba un recuadro que había armado Javier.
Joaquín ofreció su arma a Javier, Javier en ningún momento se mostró sorprendido, sabía exactamente que debería pasar, la recibió, retrocedió unos pasos hasta una marca que hubiera hecho Joaquín cuando estaban armando el set y le apuntó con frialdad en el rostro, la lluvia ya los empapaba y llenaba sus pies de barro y agua. Pero no sentían frio, no sentían dolor, ni arrepentimiento. Lo único que podían sentir era ese fuego en el pecho, ese duelo tácito entre dos héroes, y ese sacrifico heroico que condiciona su existencia a un objetivo más grande que ellos mismos. La prostituta se quedó, podría haber corrido tal vez, tal vez la voluntad de aquellos depredadores la había encadenado mentalmente y le hacía imposible pensar siquiera en dejar de filmar y llorar más cómoda, sus personalidades la habían devorado.
Ante los ojos del mundo, en lo más oscuro de la noche, justo cuando está a punto de amanecer, la camarógrafa improvisada filmo una lagrima que se distinguía en la dura cara de Joaquín, en su gesto ya no se podía dibujar perfectamente el desinterés, y estaba bien que fuera así… y se oyó un disparo, un cuerpo muerto cayó al piso, lo siguieron tres impactos más, la filmación no revela los sollozos, ni los labios de Javier moviéndose y diciendo por lo bajo –lo siento, lo siento, lo siento, mi amigo, lo siento…- en el video se ve una mano dura y un cuerpo muriendo, se ve rigidez y convencimiento, nadie se imagina que muchas de las gotas que caen son lágrimas y no lluvia… estaba bien que fuera así….
La prostituta, después de que el asesino lanzara el arma lejos y se echara a llorar, ya había perdido el miedo, tal vez solo porque había tirado su arma, pero también, creo yo, que vio la fragilidad de un alma, como el espíritu de ese brutal asesino se había hecho pedazos y se clavarían por siempre en su corazón… y eso se notaba…
Javier volvió con la prostituta, sacó el dinero que tenía en la mochila, y le dio 500 pesos y la frase -disculpá las molestias- con tono de obligación, en realidad ya no quería terminar la película, ya no era una victoria para él, pero lo haría por aquel que fue su mejor amigo. Porque él lo hubiera deseado.
Llegó lentamente a su casa, como aquel que no quiere llegar jamás. Entró a la habitación y se puso a editar. La escena era perfecta, era sublime… Javier, no pudo contenerse y empezó a reír mientras lloraba desconsoladamente – ¡es por vos amigo mío! ¡Lo logramos! …. Lo logramos….- Decidió entre las lágrimas y las risas, no mostrar el video hasta que ambos estuvieran muertos, así su gloria seria compartida.
No pasó mucho tiempo para que la policía diera con él, aunque cuando lo encontró, había perdido la capacidad del habla. Sería absurdo pensar que Javier hubiera dejado de hablar solo para guardar el secreto de esa filmación, sería una locura… pero una locura posible….
Ni bien se enteró su jefe, decidió ayudarlo. Ya que había una buena amistad y apoyo entre ellos. En ese juicio, ese personaje gordo y cómico que decía ser abogado, demostró que en verdad era un gran defensor, y cuidó a Javier siempre que pudo. Él siempre dijo que Javier era como su propio hijo…
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La escena perfecta
RandomDos amigos exploran su pasión por el cine aficionado hasta que comienzan a dejar aspectos fundamentales de su vida y moral atrás. ¿En que punto el perfeccionismo deja de ser una virtud para convertirse en excusa?