Capítulo 1 ¨Bienvenida a casa¨

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- Bien pequeña bienvenida a nuestro nuevo hogar – Dice mi padre apenas abre la puerta de nuestro nuevo departamento. Era un departamento bastante espacioso, ya que solo viviríamos él y yo, y el departamento contaba con dos plantas. Al entrar me dirigí a la gran pared de ventanales que se encontraba frente a los escalones que dirigían a la segunda planta; se extendían desde el techo hasta el suelo. Me acerqué a paso lento hasta quedar de frente con el vidrio, y así, poder observar todo Vancouver a la perfección desde donde me encontraba.

– Bien ven conmigo princesa, te enseñaré el lugar – Dice papá para luego extender su mano en mi dirección esperando a que yo la tome, lo cual hago segundos después. Nos dirigimos a la segunda planta y comenzamos a observar cada habitación, hasta que llegamos a la que supuse era mí habitación. Era espaciosa y las paredes estaban pintadas de blanco, justo como se lo había pedido a mi padre ya que más adelante pensaba hacer algo en ellas.

Lo primero que llamó mi atención fue que la habitación también tenía ventanales que llegaban del techo hasta el suelo, la diferencia era que ésta contaba con solo cuatro ventanales, y que dos de ellas formaban una puerta que conducía hacia un pequeño balcón que había fuera de la habitación. Me acerqué a ella y abrí las puertas con delicadeza haciendo que de inmediato el frío que envuelve el atardecer de Vancouver entre por las puertas alojándose en mi habitación y rozando mi piel a su paso, produciendo que en ella una piel de gallina apareciera tras unos cuantos segundos.

– Creo que te dejare un rato a solas para que comiences a adaptarte – Habló mi padre, para luego salir de mi habitación cerrando la puerta detrás de él.

Ver el hermoso atardecer de Vancouver me hizo recordar a mamá, y de cuanto la echaba de menos. De inmediato, mi mano se dirigió hacia mí cuello para tocar el collar que ella me había dado unos días antes de fallecer. Ya hacía dos meses desde que había fallecido en un accidente automovilístico y papá decidió que ya era hora de irnos de California, ya que la inexistente presencia de mamá comenzaba hacerse presente en casa; era mucho para nosotros, más para papá que para mí. Él la amaba demasiado, y con cada día que pasaba él se encargaba de recordárselo en cada momento que se le fuera posible. Mamá me tuvo a sus veintiséis años de edad, cuatro años después de haberse casado con papá. Desde el día que nací fui tratada con el suficiente amor que necesitaba para ser una niña feliz y agradecía a Dios con todas mis fuerzas por eso. Pero desde que ella se fue las cosas cambiaron un poco. Ahora yo me encargaba de papá, siempre trato de darle fuerzas para seguir adelante, y desde el día que mamá murió no dejo que él me vea derramar una sola lágrima, o al menos, que sea de felicidad.

Quiero que él vea que tenemos que ser fuertes, que el llorar puede calmarnos y ayudarnos a drenar el dolor, pero que sin importar cuantas veces lloremos por ella; el tiempo seguirá avanzando y cada vez caeríamos más en la realidad de que la vida no nos la devolvería, sé que suena horrible, pero no valía la pena llorar. Por eso me juré que no lloraría jamás en frente de alguien, no quiero que la gente me vea débil y que me crean tonta por eso.

El sonido de la puerta abriéndose hizo que regresara a la realidad y que me diera cuenta que unas cuantas lágrimas habían salido sin permiso de mis ojos; las sequé de manera rápida y disimulada para que papá no pudiera notarlas. Cuando ya estuve un poco más calmada, me giré regalándole una pequeña sonrisa.

– ¿Ocurre algo papá? – Digo mientras me recuesto de una de las puertas de cristal. – No princesa, solo quería mostrarte una última cosa – Dice para luego hacerme una señal con su mano indicando que lo siguiera.

De inmediato entré en mi habitación y cerré las puertas con cuidado mientras me dirigía hacia donde estaba papá. Lo encuentro de píe frente a una puerta mientras me mira con una sonrisa en su rostro.

– Esto es una pequeña sorpresa, espero que te guste tanto como a mí – Dice mientras comienza a abrir la puerta poco a poco hasta dejar ver un pequeño estudio.

Era mi propio espacio para practicar ballet.

De inmediato sentí como algo dentro de mí se rompía al recordar el por qué comencé a practicar este tipo de baile. A mamá le encantaba y ella lo practicó desde que era una niña, al igual que yo cuando comencé hace unos cuantos años atrás. Mis ojos comenzaron a llenarse con lágrimas que amenazaban con salir en cualquier momento, junto con una pequeña risa que se escapó de mis labios. Enseguida me giré y abracé a mi papá, dejando caer algunas lágrimas en su camiseta.

– No tenías que hacerlo – Digo en un susurro.

– Pero claro que si tenía mi pequeña. Quiero que seas feliz, y que mejor forma de serlo que haciendo lo que más te gusta y sintiéndote cerca de tu madre – Dijo mientras dejaba escapar un sollozo.

Yo solo me dediqué a alejarme un poco de él y secar las lágrimas que corrían por sus mejillas para luego dejar un beso en una de ellas. Él solo me tomó por los hombros y depositó un tierno beso en mi frente.

– Bien ya basta de lágrimas ¿Por qué mejor no vamos a cenar algo para luego descansar un rato? ¿Te parece? –Dijo mientras acariciaba mi larga cabellera castaña. Yo solo asentí con la cabeza y lo seguí hasta la cocina.

Sí, había dejado que me viera derramar unas cuantas lágrimas, pero como dije; solo dejo que sea testigo de las lágrimas de felicidad.

Al llegar a la planta inferior, me dirigí a la cocina y tomé los manteles para colocarlos en la mesa, para luego hacer lo mismo con los cubiertos y los vasos. Cuando terminé me senté y esperé a que mi papá hiciera lo mismo para comenzar a comer las panquecas de arándanos que supongo, había preparado mientras yo estaba sola en mi habitación. No me había percatado de la expresión de desaprobación que tenía mi papá en su rostro hasta que decidió llamar mi atención.

– Isabella, princesa ¿No se te olvida algo? – Dice mientras entrelaza sus manos y apoya sus brazos de los bordes de la mesa.

– Amm... ¿Buen provecho? – Digo con la boca llena y encogiéndome de hombros esperando que sea eso lo que debo de recordar.

– Bella... – Dice alargando la "a" con un tono de exigencia mientras levanta una de sus cejas. – ¡Tienes que rezar Isabella! – Dice mi subconsciente.

– Lo siento – Digo mientras trago con dificultad la comida que se alojaba en mi mejilla izquierda.

– Señor te damos gracias por estos alimentos y te pedimos que bendigas cada alimento que entre en esta casa. Amén –Digo para luego soltar las manos de mi papá y abrir mis ojos, los cuales enseguida me muestran la imagen de papá ingiriendo su primer bocado.

Estoy reconsiderando la idea de hacer una nota mental que diga "Isabella tienes que rezar antes de cada comida" para así poder ahorrarle los malos momentos a mi papá.

Unidos Por un DijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora