Pasó una semana en la que Alberto se sentía incómodo en la presencia de Íñigo. Le costaba superar la mirada que le dedicó cuando le dejó en su casa, y sobre todo le costaba superar el escalofrío que sintió en ese momento y que le recordaba a sus años de adolescencia junto a él.
Cada vez que Íñigo quedaba con Alberto para tratar temas del Ministerio de Interior, el ambiente de la habitación era tenso, y Alberto notaba las señales difíciles de descifrar que el ojiazul le mandaba y él se limitaba a acatar con el rostro rojo y la mirada baja.
Un día, en una reunión con Íñigo, Pablo y Mónica Oltra, notó que Íñigo puso su pie derechos entre sus piernas, haciendo que tuviera que parar su discurso y tuviera que actuar simulando un ataque de hipo.
Las miradas indiscretas de Pablo y Mónica al respecto no dejaron al presidente indiferente. En cuanto terminó la reunión, Alberto, tras despedirse, se dirigió corriendo a su despacho para coger sus cosas e irse.
Mientras en el metro la gente le miraba aún sorprendida por ver a un presidente en el transporte público, apoyó su cabeza en el cristal, y su mente se evadió poco a poco hasta el punto de casi dormirse, pensando en la sensación de la pierna de Íñigo entre las suyas, pero rápidamente apartó ese pensamiento de su mente."¿Qué me está pasando?"
Se bajó en su parada y caminó bajo el paraguas hasta su casa.
Al abrir, le recibieron sus dos gatetes, Winter y Elendil, restregándose contra su pantalón y dejándolo todo lleno de pelos. Tras dejar las llaves y su maletín en la mesa, se puso una camiseta ancha negra y se quedó en calzoncillos.
Cogió un botellín de cerveza de la nevera y se puso a ver a Inda desportricar contra Podemos en La Sexta Noche. En el debate participaba Pablo Iglesias, y por un rato se dejó llevar viendo a su amigo en la pantalla. Cuando iba a hacer algo de cenar, sonó el timbre.
Se levantó y fue a ver quien era.
-¿Sí?-contestó al telefonillo.
-A...Alberto, soy yo.
No cabía en sí de asombro al oir la voz de Íñigo.
-¿Íñigo? Te abro.
En cuanto subía de piso su compañero, él abrió la puerta.
-¿Qué haces aquí?-preguntó.
-Estaba lloviendo y mi moto se quedó sin gasolina por esta calle...así que me acordé de que vivías aquí y pensé que me podrías acoger hasta que la lluvia parase...como es de noche, y tal...
-Claro, no pasa nada. ¿Quieres darte una ducha o algo?
-Bueno, si tienes ropa, te lo agradecería.-le contestó el ojiazul con el agua chorreando aún por su frente.
Le dirigió al baño y le entregó una toalla.
-Te traeré algo de ropa...
-Sí, no quiero estar tan desnudo como tú.-le respondió Íñigo guiñándole un ojo.
Alberto miró hacia abajo y se percató de que estaba en boxers. Se sonrojó mucho y se dirigió al cuarto para vestirse un poco y coger una camiseta y un pantalón para Íñigo.
Al volver al baño, el mayor ya se había quitado la camiseta y la estaba escurriendo en la bañera.
-Eh...toma.-le extendió la ropa.-dijo Alberto mirando fijamente los abdominales del chico.
El otro la cogió y le miró sonriente.
-¿Te distraigo?-le respondió alzándole la barbilla.
-Algo.
Íñigo se sorprendió de su respuesta, ya que hasta el momento Alberto había sido muy recatado y no respondía a sus insinuaciones.
Ambos clavaron los ojos en los del otro, mientras Íñigo retiraba su mano de la barbilla del presidente.
-Te dejo bañarte.
Alberto salió acalorado del baño y se dirigió a la cocina para hacer algo de cenar. Mientras, Íñigo repasaba en su mente la textura de la barba de su compañero a la vez que dejaba el agua caliente caer sobre su cuerpo.
Cuando terminó, salió de la ducha y se envolvió con la toalla, oliendo el aroma de la pasta que Alberto estaba cocinando. Se puso la ropa que le había entregado y salió del baño con las prendas sucias en brazos.
-Que bien huele...-dijo entrando en la cocina.
-He hecho pasta, ¿te gusta?
-Sí, claro, no tenías por qué.
-Dame eso -Alberto cogió la ropa sucia y mirando los calzoncillos fijamente, la dejó en un cesto de la cocina.-luego lo pondré a tender todo.
Juntos, pusieron los platos, los cubiertos y dos vasos en una bandeja y fueron al salón.
-Oh, La Sexta, hoy estaba Pablo.-dijo Íñigo.
-Sí, se merendó a Inda como siempre.-cogió su botellín y bebió.-¿quieres una?
-No, gracias, no bebo...
-Hay zumo en la nevera, ¿quieres?
-Bueno.-Íñigo se encogió de hombros mientras Alberto se levantaba a por el brick de zumo.
-Podemos ver una peli.-propuso Alberto al volver a la sala.
Decidieron ver El Diario de Noah, mientras se terminaban los spaghettis. Al hacer frío, Alberto cogió una mantita de los colores republicanos y se tapó.
-Vaya, te vestiste, estabas mejor antes.-observó Íñigo.
-Cállate anda.-le extendió un trozo de manta y el otro se acomodó bajo ella.
Poco a poco, la mano de Íñigo fue subiendo por la pierna de Alberto. El presidente trataba de hacer caso omiso, hasta que el chico de ojos azules subió demasiado y le miró a los ojos.
-¿Qué haces?-susurró el comunista.
-¿Quieres que pare?
El podemita se tomó el silencio como un no y acercó su cara a la del otro mientras se aceleraba la respiración de ambos.
Fue Alberto el que se lanzó y le besó en los labios.
-Que impulsivo.-sentenció Íñigo cuando se separaron.
-Suelo serlo cuando me acarician la pierna de esa forma.
Sonrieron y volvieron a besarse mientras la lluvia golpeaba la ventana.
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Lluvia De Verano
FanficÍñigo era el malote del barrio y el líder de la pandilla de moteros. Alberto era el marginado sin amigos y el objetivo se todas las burlas. Pero ahora los roles han cambiado y todo es diferente. ¿Serán capaces de hacer su papel cuando están juntos?