Abro los ojos mientras poco a poco voy recuperando el conocimiento. La naturaleza caótica desfila y se retuerce a mi alrededor en un bullicio eterno. Un iracundo viento rompe contra las cumbres que imponentes, se elevan a un lado de la carretera. El viento sube, se contorsiona, fluye y en un éxtasis estalla en un millón de desgarradores lamentos tan furiosos por si solos como aquella masa negra que les vio nacer.
Me pongo de pie aún con cierto vértigo y observo a mi alrededor, loa vegetación seca y estéril rasga el aire mientras las criaturas de la noche se encuentran en plena faena. Doy cuenta que me encuentro en el fondo de un barranco y con dificultad me dispongo a subir por la empinada ladera que se yergue ante mi, pero los matorrales esqueléticos se enrollan a mis pies y el suelo frenético busca desestabilizarme.
Llego al negro camino que como serpiente se extiende al infinito. ¿Qué hago ahí? Una laguna mental bloque dicha información. Comienzo a caminar con dirección a un resplandor que se pierde entre las voluptuosas cordilleras que como verdugos yacen a punto de desplomarse sobre sus peñas. Pronto encuentro un letrero que me da la bienvenida y los primeros signos de vida humana "Bienvenido a Santo Sepulcro, joya de la región" y ahí es cuando recuerdo todo. Iba camino a la casa de la nana Luz, aquella señora de eternas canas y profundas arrugas que me cuidó desde la cuna, a quien debo la vida y todos mis momentos de felicidad cuando niño. Era su cumpleaños y me había dado el fin de semana libre para visitarla.
Emprendo nuevamente mi caminar ahora ya con un propósito. A un centenar de metros diviso un camposanto atestado por vivos y muertos que en una tácita comunión colmada de oraciones y veladoras elevan sus plegarias al Altísimo. Los sepulcros se hallan bellamente adornados por frondosas y hermosas flores naranjas radiantes como el sol, y el papel cercenado en una multitud de complicadas formas se extiende como banderas de esta nación de muertos, el Mictlán se encuentra de fiesta. Mi mirada se centra en un joven próximo al blanco al blanco mausoleo que me sirve de escondite y noto que porta un collar impresionante. Un sol hecho piedra es custodiado por un eterno guardián lobo, la unión entre el sol y el lobo, la luna y el colibrí, la noche y el día; todo formando un perfecto equilibrio. Este muleto irradia tal cantidad de luz y poder que me siento embelesado ante la enigmática figura he intento hablarle, pero enmudezco y detengo mi propósito, me doy cuenta que no se como entablar una conversación con desconocidos; mi indiscreción ha causado ruido por lo que capto la atención del joven quien da cuenta de mi presencia. Me imagino que curioso por mi aspecto fuereño intenta acercárseme, sin embargo, a medio camino su rostro figura una imperceptible mueca de escepticismo y su semblante se endurece; siempre caracterizado por un gran nerviosismo, se me hace imposible tratar directamente con él por lo que reanudo mi viaje.
Ha transcurrido cerca de una hora y me hallo rodeado de una espesa vegetación cuando por fin logro vislumbrar aquella solitaria pero acogedora casita de adobe que servía de ambiente a la multitud de relatos que me narraba cuando pequeño sentándome en sus piernas mi querida nana.
La idea de poder ver nuevamente a doña Luz me hace entusiasmarme acelerando el paso, me encuentro a poca distancia de la fachada pero debido quizá a mi emoción, mis piernas flaquean y se me nubla la vista, una sensación de vértigo de apodera de todo mi ser provocando que me precipite entrando a trompicones a través de la desvencijada puerta de madera. Alzo la mirada vislumbrando una pequeña habitación brillantemente iluminada por una multitud de cirios y veladoras cuyas lágrimas se derraman cual rió de éter, y dentro, alrededor de una rústica mesa se encontraba la familia de nana que con júbilo celebraban y festejaban a una señora de edad muy avanzada. A pesar de que sus rasgos me resultasen muy familiares, su abismal decrepitud me hizo dudar de la secuencia del tiempo, la misma sonrisa ahora desprovista de perlas, el mismo lunar que ahora corona una frente arrugada y flácida, los mismos ojos que parecían ver a través de la profundidad de tu alma embriagándola de un cariño maternal inmenso; sin embargo, no era ella, no podía ser ella, no había pasado mas que un año desde que la vi por vez última.
De pronto, aquella paz y algarabía se vio súbitamente consumida cuando un grito de horror surgió de la garganta de una de aquellas mujeres presentes, este clamor reptó por toda la atmósfera esparciéndose como pólvora en cada rincón de la vivienda. Rápidamente todos los presentes huyeron despavoridos por alguna puerta trasera gritando
-¡Monstruo! ¡Monstruo!
Sin embargo, aquella longeva dama no tuvo la suerte ni la agilidad para huir y se quedó ahí, pasmada del horror. Queriendo ayudarla, me acerco con cautela en busca del posible engendro que propicio aquel desastre y una vez llegando a su altura compruebo que ya es tarde, ha quedado para siempre petrificada en una terrible muesca de espanto que le desfigura el rostro. Con dolor veo aquellos ojos que ya no me ven más y es ahí donde compruebo la identidad de la viejita, mi viejita, mi nana Luz.
Confundido y aterrado, salgo por donde entré cayendo en ese mismo furor con el que huyeron las demás personas creyendo que un verdadero ser abominable nos acechaba. Tambaleándome una vez más intento dejar la propiedad, pero mis fuerzas fallan y me desplomo.
Caigo de bruces sobre una charca y capto la mirada del horrible ser que se cierne sobre mí, está cerca... demasiado cerca, veo su figura y no tengo palabras para describirlo, no hay ninguna posibilidad para definirlo dentro de los términos que representan todo lo bueno y puro de la obra del Señor, es como la conjunción de toda la perdición y decrepitud humana, un amasijo de carne putrefacta que sólo podría haber sido engendrado en el mismísimo averno, una perfía inmunda profana a la Creación y a las Leyes de Dios. Este ser nihilista que va en contra de todo lo que es natural me ve y yo le veo. Una curiosidad mortal se apodera de mí he intento tocarle, pero esta acción genera una perturbación en su rostro que rompe en una multitud de formas aún más grotescas que la original, lo que me produce un nuevo estremecimiento y despavorido huyo refugiándome en el bosque cercano.
Oculto entre los árboles veo una multitud de llamaradas que flotando asedian rápidamente la casa de mi nana, mientras más próximas se encuentran, las llamas adquieren la forma de antorchas y en torno a ellas una horda de pobladores blanden sus machetes intentando descuartizar una amenaza invisible, a la cabeza de dicho contingente y liderándolos, una estrella amarilla avanza; conforme se acerca, se hace más y más resplandeciente hasta caer en cuenta que se trata del dije misterioso que tanta fascinación me propició. Su portador camina firmemente con una fiereza propia de alguien que ha combatido a las legiones del mal incontables veces y salido victorioso, en sus ojos las llamas de las antorchas danzan y el fuego está en su interior dispuesto a acabar con todo ser sobrenatural que amenace a su pueblo, el pueblo de Dios.
Nuevamente me dispongo a abandonar el lugar, y está vez será para siempre, camino entre la oscuridad y me interno en lo profundo de las montañas.
***
A veces el olvido es un bálsamo contra el dolor que produce el infortunado último momento de la vida, la mente se pierde y la amnesia toma el control. Los nervios mueren y sólo queda un cuerpo inerte que ya no es nada más, pero que en determinadas fechas y por motivos especiales, estos elementos recobran la vida y animan un cascaron seco y olvidado. O al menos eso es lo que concluí después de intentar tocar a aquel ser monstruoso y podrido, tapándome con la fría superficie del agua y ver como su cara...mi cara, se deshacía por las ondas de aquel líquido. He caído en cuenta que no soy un ser de este mundo, o al menos ya no. Me encuentro nuevamente frente a aquel despeñadero que sería ancla para mi alma y con indiferencia y hasta cierta nostalgia me dejo caer libremente en él, pues abismo soy y al abismo regresaré.
FIN