Juego de niños
Por aquellos años, nada más natural que jugar a las escondidas. Vivíamos en una época de piernas flacas, dientes amarillos y pasiones incipientes. "Noventa y ocho, noventa y nueve y cien...punto y coma, el que no se escondió se embroma". Así rezaba el ritual y cuando nos dábamos vuelta para sorprender in fraganti a alguien podía percibirse el cuchicheo desesperado, la recriminación por el escondite usurpado, la risa malévola del que se cree hasta casi invisible.
Nos escondíamos en construcciones a medio terminar, en pastizales húmedos y hediondos, en zanjones polvorientos a la vera de la ruta o a veces, usurpábamos los patiecitos frontales de abuelas compinches que nos vigilaban detrás de las celosías o persianas. Los espacios reducidos, odiados por mí en un primer momento, me abrirían las puertas a nuevas sensaciones. Pero por ahora, no nos adelantemos. Sin embargo, del amplio catálogo de juegos y diversiones, yo prefería siempre la bolita, primitivo juego de confrontación que nos permitía desahogar nuestra eterna maldad infantil rompiéndole a nuestro compañerito de juegos la lechera más cara, la más brillante. Apuntábamos (obviamente haciendo "manguera") y aquel proyectil vidrioso, bólido maléfico, se estrellaba contra otra superficie semejante, o en todo caso, con mucha más prosapia. Los bochones de acero estaban prohibidos terminantemente, pero como las reglas han sido hechas para quebrantarse, siempre que algún adversario nos caía demasiado antipático lo obligábamos a aceptar aquellas esferas indebidas con un poco de fuerza bruta e intimidación. Nada ilegítimo en aquellas épocas de lides a mano limpia; sus bolitas volaban hechas pedazos partiéndose en cientos de fragmentos similares a estrellas...y nosotros felices y contentos. Sólo aquéllos que han jugado, que se han roto el pulgar y el índice tratando de calzar aquella munición entre estos dos dedos, sabrá que no existe (por lo menos en ese estadio de la vida) placer más absoluto que escuchar el ¡crack! del vidrio cuando se parte, cuando muere para siempre. Es indudable que cuando más tensa una cuerda, más posibilidades de romperse: revuelo de trompadas, innecesaria proliferación de insultos entre chiquilines de barrio que calzaban los mismos Pamperos sucios y agujereados. Mucho roce masculino. Nuestras madres habían empezado a preocuparse seriamente y nuestra honestidad de hijos, brutal muchas veces, me obliga a criticar los recaudos tomados por ellas. Claramente representaban arquetipos de épocas prehistóricas en la que escuchar hablar a alguien sobre psicología del niño, intersubjetividad o tolerancia, equivalía a viajar a la Indochina. Recuerdo las zarandeadas públicas que nos hacían bailar como marionetas de trapo, los tirones de orejas y el macabro sermón de la moralidad familiar: "Terminala, porque nosotros no te enseñamos esas cosas". Debíamos pedir perdón y prometer entre sollozos un rápido cambio de conducta. En aquellos tiempos los placebos y reemplazos surgían como magma volcánica, así que si nuestras madres nos prohibían la bolita, allí, a nuestro alcance estaban los barriletes, los renacuajos de charcos sempiternos o la fabricación en masa de gomeras. En síntesis: dejamos de jugar a la bolita por considerar dicha actividad (nosotros no, nuestras madres, ya se sabe...) demasiado violenta e incursionamos en el juego del gato y el ratón. Y todos nos ocultábamos apresurados, buscando el escondrijo más insospechado. ¿Qué cubil más excéntrico podía existir que la anómala seguridad de los cajones de manzana del verdulero agreta, misántropo de la esquina? "Rajen de acá pendecos, vayan a molestar a sus casas", nos gritaba desde el mostrador mientras se acomodaba con aquella mano sensible a las zanahorias y los rabanitos el cierre de su abultada bragueta. Había venido de Palermo, Italia, en la década del setenta. Su primera escala había sido Rosario, pero habíase mudado a nuestro barrio mucho tiempo después perseguido- según afirmaban ciertas crónicas barriales-, por cierta mafia santafesina acreedora de ruletas, barajas y galgos corredores... No busquemos más conexiones porque es lo único que sé.
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El último de la legión
Ficção GeralEn esta oportunidad, les dejaré dos relatos que forman parte de mi segundo libro que se editará este año "El último de la legión" (2011-2016). Subo estos dos porque ya han sorteado la experiencia de la corrección y están listos para el rodaje y la c...