Capítulo 1: "Inconsciencia".

300 11 0
                                    


Oscuridad. Completa oscuridad. No se bien por cuanto tiempo pero fue el suficiente como para hacerme olvidar en absoluto lo anterior a aquella oscuridad. Gritos, esos gritos perturbaban todo a mi alrededor. Y sus voces. ¿Estaban ahí o tanta oscuridad había logrado confundir mi cerebro? Y si no estaban... ¿Hace cuanto se habían ido? No podía abrir los ojos. Mi cuerpo estaba demasiado dañado para responderme. ¿Dónde estoy? ¿Qué me hicieron? Deje de luchar por tratar de moverme, era en vano. Me entregue por completo a esta quietud, algo había cambiado. Entendí que algo corría por mis venas, algo fuerte, algo inyectado, y que no iba a poder mover un músculo hasta que el efecto se hubiera ido. Deje de luchar.

¿Hace cuánto tiempo deje de luchar? Estaba sola con mis pensamiento sin siquiera tener las fuerzas para pestañar y pensaba en eso. Si me hicieron todo esto y no pude hacer nada para evitarlo es por que deje de luchar. Quizás había dejado de luchar mucho antes de que ellos me agarraran. ¿Pero, por qué? No lo sé, no lo recuerdo. Estos pensamientos se mesclaban en mi cabeza, mis auto reproches, las preguntas, la imposibilidad de moverme, los gritos, los golpes, y entonces caía inconsciente. Y así, una y otra vez, volvía a mi misma y me iba, quizás la droga que corría por mis venas era demasiado fuerte o yo demasiado débil. No sé cuánto tiempo llevaba así. Días, meses o minutos. Era todo tan confuso.

Llegue a dudar de mi existencia, quizás esta sensación de inconsciencia no era más que la muerte. Tanta gente había hablado del más allá, y nunca me importó escucharlas, pero si eso era real, me habían engañado. Ni túneles, ni una luz, ni portones dorados, ni ángeles, ni paraísos, ni fuego ardiente, solo silenciosa, oscura y perturbadora soledad. Me horrorizaba la idea, porque eso significaba que iba a estar así por el resto de la eternidad, y no quería. Pero si estaba muerta, ya no importaba lo que quería. ¿Realmente quería algo? Nada. No había respuestas para absolutamente nada. Solo silencio y oscuridad que se transformo en soledad, y la soledad en vacío, y el vacío en un ahogo de preguntas sin respuestas. Nada. Creo que era exactamente lo que pensaba cuando abrí los ojos.

Supuse que mi periodo de inconsciencia había terminado. La luz, hermosa y enceguecedora luz. Me tardo varios minutos poder ver con claridad, debo haber estado desmayada y con los ojos cerrados por mucho tiempo, pensé. Pero una pequeña gota de esperanza toco lo más profundo de mi ser, estaba viva. Viva. Destruida, casi sin moverme, con la vista nublada, débil, mareada y sin entender nada, pero viva. Entendí que cada segundo que había pasado fuera de mí me había alejado más y más de la realidad. No recordaba absolutamente nada. Es más creo haber olvidado hasta lo que pensaba cuando estaba inconsciente. Una laguna inmensa se apodero de mi memoria y supongo que era la fuerza que hacía por intentar entender lo que provocaba el dolor punzante que atacaba mi cabeza.

Poco a poco la nube en mis ojos se fue dispersando, y entendí que no servía de nada. A veces pensamos que entenderemos las cosas con solo verlas, y cuando la confusión pasa por dentro, no sirve de nada la vista. Pero veía. La movilidad en mi cuerpo también regresaba con lentitud. Hice un esfuerzo sobrehumano para levantar mi mano, ponerla frente a mis ojos y mover lentamente cada dedo, repetí lo mismo con la otra. Tenían algo rojo y seco, pero mi cerebro estaba muy adormecido para prestarle atención. Mientras trataba de moverme, trataba de comprobar mis sentidos, trataba de entender. Pero el problema es que entre el verbo tratar y lograr hay un abismo de distancia, y yo no podía cruzarlo. Cuando termine de comprobar la sensibilidad de cada partícula de mi cuerpo decidí mirar a mí alrededor.

Como pude me senté, entre dolores y mareos, y miré. Estaba en una cama, armada, bonita, grande y de madera, apartemente la persona que me dejo allí no se gasto ni en abrir las sabanas. ¿Cómo llegue hasta ahí? Al sentarme examine cada detalle de la habitación. No era un lugar feo, las paredes estaban un poco gastadas, muebles de madera, cuadros de colores, no había demasiados lujos, pero aparentaba ser un lugar acogedor. No se oía señales de vida, estaba sola en esa casa. Atiné a pararme, y fui hacia la ventana, un patio enorme y verde, con flores algo secas y descuidadas, pero hogareño. Por alguna extraña razón no tenía miedo, a pesar de no reconocer nada de lo que veía, el lugar me sonaba familiar. ¿Estaba en mi casa? Mis preguntas me desorientaban más de la cuenta, yo recordaría como era mi casa, me dije a mi misma. Pero poco segundos después lo medite y no, no lo recordaba, no sabía si era esa o cuál era, y cada vez recordaba menos.

AmnesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora