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Dos semanas, dos semanas habían pasado desde el velorio de mi hermanita, a lo primero me costó el superarlo, si no fueran por mis amigos y mi esposa e hijos, ahora mismo estuviera hundido en el alcohol, siempre doy gracias a Dios por mi hermosa familia que me ha apoyado y no me dejo solo, porque si fuera así, el alcohol y la depresión sería poco para lo que me pasaría ahora.

Ya era de tarde, estaba en el patio trasero con mi familia, mis hijos jugaban y yo estaba en la banca con mi esposa, quien reposaba en mi hombro. Solo pensaba en esa voz, den donde la había escuchado, admito que aquella voz me atormentaba un poco, pero era algo que debí de dejar de lado. El resto del día paso tranquilo hasta la hora de dormir, donde me encontraba sentado en la cama con mi esposa al lado.

—John, oye, sé que solo han pasado dos semanas, y que aun el sentimiento existe, pero solo si tú quieres, podemos guardar las cosas de Ateri, no digo que lo hagamos de una vez, solo te recuerdo que habrá que quitarlo en algún momento.

—Lo se... ¿Qué te parece si comenzamos mañana? —Todo lo que dijo era cierto, sabía bien que habría que desalojar la habitación de Ateri, ya era hora de seguir adelante, aparte de que la imagen de ella y esa voz me atormenta la cabeza.

—¿Lo dices enserio? —Pregunto con sorpresa, ya era de esperar, reí para que ella me escuchara, me vio por un momento.

—Si hablo enserio, tengo que seguir adelante... Vamos a dormir. —Le dije, ella solo asintió para darme un beso lleno de amor y felicidad, luego nos acostamos, pero ella sobre mi brazo abrazándome. Sé que ella es feliz si yo soy feliz y es algo muy lindo y que me gusta.

Al día siguiente, después de desayunar nos dispusimos a entrar a la habitación de Ateri, pero al abrir la puerta, nuevamente la vi, estaba sentada en su cama mirándose los dedos de sus pies, se veía triste y al instante levanto su cabeza fijado su mirada en mí, sentí como si algo en mí se encogiera, sus ojos estaban algo rojo, como si cansada estuvieran, luego sus labios se movieron pero ruido de su boca no salió, algo dijo, pero en eso momento no sabía lo que era, más bien parecía como si ayuda pedía. Parpadeé un par de veces, restregué mis ojos luego los volví a abrir y ya no estaba.

—¿Cariño, te sienes bien? —Preguntó Lucy, creo que sin querer la preocupe un poco.

—Si estoy bien, vamos a limpiar la habitación. —Respondí.

—Sí, vamos niños. —dijo mi esposa para que mis hijos la siguieran dando brincos. Era sábado por lo mismo mis hijos no tenían clases así que los dejamos ayudar.

Comenzamos con sus peluches, pues Ateri tenía toda una colección de muñecos, simplemente le encantaban esos. Era obvio que no íbamos a dar todo los de ella, aunque la ropa la echamos en una caja para donarla, era lo correcto, ya que se veía mal que te pusieras a vender la ropa de tu difunta hermana, pero la ropa de gran recuerdo, decidimos guardarlas por un tiempo más, al igual que los peluches más importantes para ella.

Así pasamos un rato, junto con mi esposa seleccionamos todo lo que guardaríamos en el ático y lo que donaríamos a las personas pobres, no faltaba mucho para terminar, pero lo que no me esperaba era lo que iba a encontrar.

—Linda, esta es la última caja de ropa, la que va al ático. —Le dije a mi esposa.

—De acuerdo, entonces ponla ahí, creo que aún quedan algunas cosas en el closet. —Me dijo mi esposa, así como mando lo hice, esa habitación se convertiría en una pequeña oficina para mí, o así lo quiso mi esposa, trate de decir que la usáramos para otra cosa, pero me dijo que sería bueno si tuviera una oficina en casa y así fue, lo que no sabía era que esa oficia mía tendría que volver a ser una habitación en un tiempo más.

Cartas de un adiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora