Journey On

III.

¿Qué es lo que haces cuando descubres que posees una enfermedad terminal y has desaprovechado la mitad de tu vida?

Pues mandas a tomar vientos los estudios, coges todos tus ahorros y te embarcas en un viaje de auto descubrimiento.

Todo muy hippie, pero ¿qué más da? en unos años ya no respirarías.

Puse mi mente en modo Carpe Diem y me propuse llenar mi cerebro de gratos recuerdos.

Sin embargo había que ser realista por un segundo, mi dinero no era tanto como para durar cuatro años viajando, como mucho unos dos años y recortando bastante. Recurrí a mi última oportunidad; Gabby.

Aunque no fuese millonaria, podía permitirse una vida con bastantes lujos, no le importaría compartir un poco. Y como mi hermana me adora y me apoya tanto desde que supo lo del cáncer su respuesta obvia fue:

-No.

Sí, yo también me quedé en shock, a veces pienso que no la importo tanto como dice.

-¿Por qué?, es el último favor que te pido, literalmente -le supliqué- te lo devolveré.
-¿Cómo me lo vas a devolver si ya estarás muerta?

La sensibilidad no era una virtud que tuviera Gabby.

-Si lo que te importa es el dinero...
-¡No! -me interrumpió- estás enferma, tienes Mieloma múltiple, viajando y haciendo parapente vas a ponerte peor.
-Lo del parapente no lo había pensado, pero buena idea, la apuntaré- pensé.
-Gabby, no sé como explicarlo pero, necesito hacer esto.

Quiero empezar a vivir mi vida de verdad, mi vocación era salvar gente y por un giro irónico del destino ahora a la que nadie podía salvar era a mí: ahora que he perdido mi sueño, necesito saber que no he tirado todos estos años a la basura, buscaré nuevas metas -a corto plazo- por el camino y disfrutaré de mi nueva y corta vida de cuatro años.

Quería decirle todo esto y posiblemente más, pero a veces solo es necesaria compartir esa mirada típica de hermanas que dice la biblia en dos minutos.

Compartimos esa mirada justo en ese momento y Gabby pareció comprender por el suspiro de resignación que soltó a continuación.

-¿A dónde piensas ir?
-Mañana me voy a México.
-¿¡Mañana!?

Agradecí que mi hermana no estuviera bebiendo nada en ese momento, porque con seguridad lo habría escupido y sus ojos se abrieron tanto como uno de esos muñequitos animados de la tele.

-Ahora mismo mi vida es como un reloj de arena y cada grano cuenta.

Para ir un mes a México, mi equipaje era muy basto, unas pocas mudas de ropa, un neceser, un libro de bolsillo y el cargador y el móvil.

Me alojé en una casa pequeña de alquiler. A pesar de tener poco espacio, estaba muy bien distribuido y para vivir sola me sobraba.

Tras pasar el pequeño rellano te encontrabas con un salón de estar, donde destacaban los sillones y el sofá recubiertos con cubre sofás de algodón de color beis que los hacía más suaves; una televisión no muy grande, pero con buena imagen y sonido; una alfombra café con estampado de rombos y una mesilla de café de mimbre.

En una de las esquinas se divisaba una escalera recta que subía hasta la azotea y en el otro extremo un ventanal que hacía el lugar más luminoso.

La cocina se separaba del salón por un muro bajo, la cocina era normal, con cuatro fogones, una mesa redonda con dos sillas en el centro. Todo salvo el frigorífico que más bien parecía una nevera bar.

En el salón se encontrban dos puertas, una conducía al baño "grande", era el más amplio de los dos y tenía bañera; la otra a la recámara de tamaño reducido, había incluso una ventana techo. La cama era alta y bajo esta se encontraba un armario empotrado, lo que más me gusto fue el puff celeste que vi en la esquinaa derecha, de resto sólo había una estantería y un escritorio, además de un cuadro colgado sobre este que ponía en diferentes tipografías: «cuando nada es seguro, todo es posible».

El viaje me había dejado exahusta, la anemia volvió a atacarme y los mareos por la falta de glóbulos rojos era constante.

Dejé la maleta para ordenarla mañana en la mañana y decidí probar el acolchado de mi cama, con el que quedé profundamente dormida en cuestión de minutos.