II

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Crowley lloraba desconsolado. Había perdido a la persona que amaba por la culpa del maldito de Dick Roman. Ya pagaría ese dick por hacerle eso a su alma favorita.

El rey tomó la mano fría de su difunto esposo, quien yacía recostado sobre la mesa de metal con una sábana blanca cubriéndole el cuerpo y su característico Jockey sobre dónde debería ir su cara.

–Lo lamento tanto, Robert.- Dijo el demonio con su tan conocido acento inglés.- Lamento tanto no haber estado allí para protegerte.

Cada palabra le dolía como gotas de agua bendita en su corazón. Ser un ser eterno no sería lo mismo sin el hombre que le dio una oportunidad en su vida, el hombre que le abrió su corazón para escucharlo y amarlo tanto como la cantidad de estrellas que hay en el universo entero; palabras audibles que con cada recuerdo de ellos juntos le quebraba aún más la voz.

-No sabes cuánto lo hubiese deseado...- Susurró, para luego pasar a una voz de ira, profunda y llena de odio.- Pero te juro, por ti y por nuestro amor, que no descansaré hasta ver a ese bastardo de vuelta en el Purgatorio.

Bobby, quien estaba a su lado, intentaba comunicarse con el demonio pero sin obtener resultado alguno. Escuchaba cada palabra que su esposo le decía con mucha atención, deseando estar vivo.

También lograba escuchar el sollozo de los hermanos, quienes habían estado con él en sus últimos momentos. Quería decirles que no fueran idiotas y no lloren como princesas, que estaba allí. Pero no podía, no le escuchaban.

- Carajo, no puedo mover ni un mísero objeto.- Se dijo a sí mismo a sí mismo el fantasma.- Pero ya encontraré la forma...

Dicho esto, besó la frente de Crowley, haciendo que el monarca sintiera un escalofrío como cada vez que estaban juntos; se le quedo mirando y se desvaneció una vez que los Winchester se llevaban el cuerpo.

-Nos vemos, Fergus.

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