Parte única

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Me rindo al ver que ya son las once en el reloj.

¿Por qué demonios nadie está aquí?

Mamá no quería dejarme sola, pero tenía que marcharse a un viaje de trabajo inesperado, por lo que me permitió festejar mis dieciséis años en casa junto a tanta gente como quisiera, siempre y cuando Claude, mi hermano mayor, nos vigilara... ignorando que él debe ser la persona más permisiva que conozco. 

Por eso creo que mi fiesta no tenía por dónde salir mal.

Semanas antes, compré unas preciosas invitaciones y tardé algunos días más escribiéndolas una por una. Luego las repartí por correo, y finalmente he decorado la casa con cintas de colores y comprado la comida y las bebidas hace unas horas.

Todo el trabajo... para nada.

Enciendo el equipo de música y tarareo algunas canciones, pero de todos modos no me levanta la moral.

Cuando Claude, mamá y yo vivíamos en Sacramento, todos mis amigos asistían a mis cumpleaños. No era un número gigantesco de invitados, pero seguía siendo una buena cantidad de gente.

No obstante, creía que al mudarnos a Los Ángeles tampoco habría problemas al hacer nuevas amistades. Y eso pensaba que había sucedido, gracias a que siempre me juntaba con un número regular de personas. Por lo visto, estaba equivocada, ya que ni siquiera me han llamado anunciando que no iban a poder venir. 

El hecho que tus supuestos amigos te hagan esto es terrible. Me siento fatal, siento como si el mismísimo infierno me abrazara, asfixiándome con un nudo que se aprieta más y más.

¿Se habrán perdido las invitaciones?

No seas ridícula.

Súbitamente, recuerdo a Jeanie, una amiga de mi madre que vivía con nosotros hasta que tuvo un accidente aéreo cuando era pequeña. Quisiera que estuviera aquí para consolarme.

Es inevitable sonreír cuando juraría que de veras escucho su voz diciéndome que no llore porque nadie merece pasarla mal en su cumpleaños.

―Es mi fiesta, Jeanie―digo antes de que se me quiebre la voz―. Esta es mi penosa y patética fiesta, así que puedo llorar si así se me apetece. 

Al cabo de unos segundos, concluyo que no hay modo de mejorar esto.

Abro el horno y saco el pastel que tenía pensado compartir con los invitados en la mañana, le pongo unas cuantas velas y las enciendo antes de apagar las luces.

Canto el Happy Birthday para mí misma, pero me quedo observando cómo se derriten las velas, casi imaginando que rodean toda la casa en llamas.

―¡Si esto es una broma cruel, les ha salido muy bien, chicos!―grito al vacío―. ¡Me he divertido como nunca, ahora pueden salir de donde quiera que estén!  

Lógicamente, nadie me responde.

―Bueno ―susurro―. Esto sólo significa más pastel para mí.

La idea se me hace tan tristemente ridícula que me río como una histérica mientras el nudo se rompe lentamente. Es una sensación que sólo puedo describirla como morirse.

Pero para que el dichoso postre no se arruine, soplo las velas.





FIN.


Pity Party #PlaylistDonde viven las historias. Descúbrelo ahora