Un extraño comienzo...

766 44 57
                                    

1980, diciembre 8

Me acerco al sillón que aunque estuviera sucio y roído, seguía siendo mi favorito. En la mesa contigua, yacía, empotrada en un marco de madera tallada, la foto en la que él y yo estábamos juntos. Pero él se había ido, y por más que rogara al mundo que le concedieran volver a mis brazos, sabía que las súplicas serían en vano. Él no volvería. Una sensación de vacío crece en mi pecho y me dificulta respirar.

¡Cómo me gustaría que él estuviera aquí conmigo! Pero era muy claro que no estaría junto a mí. Recordaba todos nuestros momentos juntos; cuando nos conocimos, nuestro primer beso, nuestros chistes un poco tontos. Anhelaba todo eso, pero no había manera de volver a la vida a mi querido Paul, al único que en serio amé...

1958---------------

El último día de clases.

Para muchos, uno de los días más felices de sus miserables vidas. Pero para mí no era nada más que un estúpido martirio. Estar en clases significaba poder aprender un poco más y estudiar acerca de lo que me interesaba: escribir y hacer música.

En cambio, las vacaciones significaban que tenía que trabajar junto a mi padre en su cantina, un lugar enmohecido y oscuro situado en una esquina. La gente sin moral iba y despilfarraba su dinero como si fuera lo más común del universo. Si eso era terrible, mi padre no se conformaba con eso. Atraía a las personas de poco dinero para que trabajaran ahí. Y si estas no hacían caso, a mi padre no le importaba.

Incluso eso no parecía tan malo comparado con tener que pasar todo el día con mi padre. Su temperamento agresivo y descuidado, a causa del alcohol, me hacía sentir repulsión en vez de cariño.

Llegué a nuestra casa y subí a mi cuarto sin siquiera molestarme en saludarlo. Ya estando ahí, me bañé y me puse en ropa limpia: una camisa a rayas de manga larga y unos pantalones de mezclilla. El teléfono de la casa sonó pero ni siquiera me molesté en contestar, pues de seguro sería alguno de los compinches de mi padre.

No pasaron ni treinta segundos cuando un grito rompió el silencio:

--- ¡Lennon!--- dijo mi padre desde el piso inferior--- Alguien te busca al teléfono.

Contesté en el teléfono de mi cuarto y le dije a mi padre para que colgara el de abajo.

--- ¿Hola?--- dije mientras agarraba el teléfono y lo ponía entre mi mejilla y hombro.

---John, soy yo, George. Iba a salir al parque y quería ver si me acompañabas--- después de responderle que sí, le pregunté la dirección y colgué.

Sabía que mi padre me daría permiso con la única condición de que volviera a tiempo para ayudarle en el trabajo. Me puse un abrigo y una bufanda azul y salí de la casa.

Cuando llegué a dicho lugar, vi que George ya estaba ahí recostado en una banca mientras jugueteaba con sus manos. Me acerqué a él y lo saludé, al instante él se sentó bien y me ofreció una sonrisa.

Los abetos que crecían por ahí se alzaban sobre el lugar hasta casi chocar contra el cielo. Una fina capa de nieve se cernía sobre cada hoja, dándole un aspecto como en las postales que venden en las tiendas.

Platicamos y me enteré que George tenía planeado irse un año a Francia para estudiar artes y aprender un nuevo idioma.

Pasó una hora y George me dijo que tenía que irse. Apenas eran las siete, lo que significaba que aún tenía tiempo para estar fuera del trabajo, puesto que tenía que presentarme a las ocho.

Caminé alrededor del lugar mientras observaba cómo algunas parejas compartían sutiles muestras de afecto. Me gustaría tener a alguien que se preocupara por mí, alguien que me quisiera. Pero si mi padre se enterara de que me gustan los hombres, quién sabe qué sería de mí.

El sol empezó a ponerse y el cielo, que anteriormente era de un azul resplandeciente, tomó matices rojizos y naranjas. Como si hubiera sido pintado con acuarelas.

Iba a encaminarme para ir a casa, cuando a lo lejos vi que un tipo agarraba y golpeaba a un chico. En seguida me acerqué, tomé por sorpresa al que golpeaba ágilmente al chico y lo golpeé con todas mis fuerzas en el estómago. Éste retrocedió mientras lanzaba maldiciones y prosiguió a correr hasta que lo perdí de vista.

El chico yacía tirado en el piso, indefenso y con los ojos alerta, que eran de un color café claro que me pareció encantador.

Su suéter estaba hecho girones y su labio estaba manchado de sangre. Me acerqué más para ayudarlo y recogí su billetera que por suerte el ladrón había tirado sin darse cuenta. Revisé disimuladamente su carné de conducir y vi que su nombre era Paul.

---Hola... mi nombre es John. Perdón si te asusté un poco, pero sé que nadie debería ser lastimado--- y lo dije por experiencia mía--- Aquí está tu cartera--- dije mientras se la entregaba.

Paul me sonrió pero al instante su cara cambió a una de dolor a causa de su labio que tenía un rasguño. Me acerqué más a la cara de Paul y sin saber muy bien lo que hacía, me quité mi bufanda y, con uno de los extremos, empecé a presionar su labio suavemente contra esta en un intento de hacer que dejara de sangrar.

El chico me miró atentamente con mucho detenimiento, a lo cual no pude evitar sonrojarme. Cuando notó mi sonrojo, me sonrió y guiñó un ojo, lo cual solo hizo que mi rubor aumentara.

Nos levantamos del suelo y me animé a seguir hablando con él:

---Ehh, si no te molesta, me gustaría... salir alguna vez contigo--- dije mientras hacía un esfuerzo en no parecer nervioso. Mientras esperaba la respuesta de Paul me di cuenta de lo tarde que se hacía. Así que antes de que pudiera dar una respuesta me despedí rápidamente de él y corrí hacia casa.

Si el destino lo quería, nos volveríamos a encontrar.

Cuando estuve ya en mi casa, agarré un libro que solía leer en el trabajo y corrí desesperadamente hasta llegar al trabajo de mi padre.

Una vez ahí, me puse detrás del mostrador para cobrar las bebidas de los consumidores. El hedor era terrible y los gemidos de las habitaciones contiguas no ayudaban a tratar de no vomitar. Pero ya había ido tantas veces que ni siquiera era extraño.

Pasaron dos horas cuando vi que mi padre entró por la puerta trasera con una sonrisa de satisfacción en su cara. Se acercó a mí y empezó a hablar:

--- Es nuestro día de suerte, imbécil--- dijo remarcando la última palabra--- 3 personas accedieron a trabajar aquí--- no necesitó decírmelo, pero sabía que el trabajo era prostituirse--- ¡Ah! Aunque uno se negó y me lo traje de todas maneras. Ve por ellos, están en el cuarto de afuera.

Fui como me lo indicó mi padre y ahí estaban todos.

Las tres primeras en salir eran puras mujeres, con sonrisas picaronas en sus caras. Entraron por donde les indiqué y siguieron mientras movían sus caderas de una manera seductora.

El último estaba escondido en una esquina donde la luz apenas lograba colarse. Logré ver por su silueta que se trataba de un varón. Me acerqué con cuidado para verlo cuando me encontré con una sorpresa.

El destino me tiró una muy mala jugada...

La Voz Del Amor...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora