Eternidad

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7 de enero de 1523. Francia

Los caballos del carruaje seguían a galope el camino de barro. La lluvia había hecho imposible el trayecto a pie por tierra, solo permanecer más de tres segundos daría pie a continuar el viaje con barro hasta los codos.

Un amable monje me recogió a seiscientos pies del pueblo y me permitió subir a la parte trasera, junto al manjar. Le di la palabra de que no cogería alimento alguno, y no lo pensaba hacer. No  hasta mi última parada, en Francia.

La tormenta no menguaría hasta llegado el amanecer, lo que probablemente, faltaban más de cuatro horas. Así pues, me derrumbé en una esquina junto a las manzanas, gozando de la noche y del constante golpeteo del agua contra la madera. Jamás escuché ruido más tranquilizador. Cerré los ojos y me despojé de mi vestido amarillo, horriblemente destrozado por el barro. Gracias a Dios, el vestido interior , blanco, había sobrevivido. Tomé la capa que el monje me tendió, y me cubrí el cuerpo con ella.

En un salto del carruaje producido por las piedras del camino, el barro y el agua que hacía aun más difícil el trayecto, las manzanas cayeron sobre mí, y a duras penas  y con risotadas de aquel pobre anciano, conseguí liberar la cabeza del montón de fruta roja.

Cansada de tanto viaje, cerré los ojos y, finalmente, caí en un sueño profundo y acogedor. Lástima que no durara mucho.

Al despertar, las raíces del sol no habían despertado aún, y la oscuridad bañaba el camino. Las manzanas habían vuelto a caer y me encontraba bajo ellas de nuevo. El frío había penetrado la madera y, a pesar de que yo no lo notara, la sensación no era para nada agradable.

La voz del monje me sorprendió. Extrañamente había olvidado su presencia, pero mera compañía, siempre era agradecida.

-          Oh, ya despertó señorita.

-          Sí, vuestra merced. Le agradezco de veras lo que hace usted por mí.

-          Yo de usted no daría gracias aún, el camino se ha dificultado, y me temo que no podré acompañarla hasta el final.

Los ojos empezaron a escocerme. ¿Iba a llorar? Imposible. No podía hacerlo. Pero aquella noticia lo intentó. Quizás fue que añoraba la compañía, y aquel buen hombre de Dios me la había dado. Y ahora, tener que despedirme, una vez más…

-          Está bien, de igual forma se lo agradezco a vuestra Merced. Se ha portado muy bien con mi persona. Le deseo lo mejor del mundo. Podría dejarme donde le fuera mejor.

-          Claro que sí. Además, no siempre uno puede disfrutar de una compañía tan complaciente.

-          Gracias  señor.

Continuamos un poco más el trayecto en silencio, hasta que se detuvo a causa de un árbol caído. Recogí las manzanas caídas y las dispuse en su sitio en silencio. Cogí mi vestido y lo observé consternada. Estaba destrozado. Empecé a quitarme la capa del monje, pero este me detuvo.

-          Quédesela, su vestido le ha quedado inservible.- volví a colocarme la capa.- y hágame el favor de coger unas cuantas manzanas, parece  muerta de hambre.

-          Gracias de nuevo, no sé cómo podré agradecérselo…Pero no es necesario todo esto.

-          Bobadas. Coja unas cuantas manzanas y alimente ese corazoncillo suyo. Que vagar sola por las tierras de Dios, tiene mérito.

-          Claro señor, gracias.

-          Y coja el caballo de atrás, a pié no llegará a ningún lugar.

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⏰ Última actualización: Mar 02, 2012 ⏰

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