CAPITULO SEGUNDO
I
San Antón
Manué se despertó antes del amanecer, era la víspera de San Antón y tenía que ir por leña a la sierra para la luminaria. El día anterior había vuelto de Benalúa y Paco le había prometido trabajo para comienzos del verano, pero no sabía si podría aguantar todo lo que quedaba de invierno y la primavera sin traer un jornal a casa, tampoco le había asegurado nada, debería ir pensando en volver a Cataluña a trabajar. Como siempre, al levantarse preparó la pava, desayunó pan tostado con un poco de pringue y un jarrillo de café de cebada, frío y sin azúcar.
»Hoy iré a La Fuente de los Hornajos, traeré un haz de tomillos pa la luminaria de San Antón. Estoy preocupao por José, han pasao dos semanas sin noticias de ningún tipo, aunque creo que si hubiera ocurrío alguna desgracia lo habrían dicho en el parte de la radio—pensaba en voz alta.
Todos los días escuchaba en la radio de Pepe los informativos que denominaban el parte, mientras fumaban unos cigarrillos de color amarillo, marca Ideales, a los que llamaban caldo de gallina por su color, el paquete valía dos pesetas con diez céntimos. A veces no había dinero y entonces compraba picadura que liaban con papel Smoking.
Con estos pensamientos y el frío que hacía llegó a la Meseta sin darse cuenta, tuvo suerte, en uno de los lazos había un conejo hermoso, se puso muy contento, pero no podía llevárselo a la sierra porque podrían pensar que lo había cazado allí, por lo que lo enterró en el barranco, en la arena, lo tapó con ramas imprimiéndolo todo con tomillo por si pasaba algún perro y puso encima piedras para que no se pudiera escarbar, luego siguió su camino.
Cuando llegó a la cueva se sentó un poco a descansar, después fue hasta la fuente a beber agua, sació la sed y se sentó bajo la mimbre observando el valle; la vista era inmensa y preciosa, decidió subir hasta la otra cara de la Sierra, desde allí se podía ver hasta Guadix. Disfrutó un rato del paisaje y decidió volver para llegar a su casa antes de la comida.
En el camino de vuelta fue observando donde había leña seca para volver otro día, pero hoy no era eso lo que venía buscando; cuando llegó a la punta del Puntal, comenzó a hacer su haz de tomillos, al mediodía estaba de vuelta en Huélago con su conejo oculto. Este estaba destinado para la venta y obtener unos pequeños ingresos. Para ese día, Ángeles preparaba el guisado de San Antón, como la mayoría de la gente del pueblo; este se preparaba con pata, oreja, corazón, espinazo, pecho, lengua, cuajar… etc., del cerdo. Se cocía todo con ajo y laurel, cuando estaba cocido se le quitaba la gelatina, se le echaban las papas y al final se le añadía una picada de almendras, picatoste, cebolla, pimienta y azafrán.
Por la noche todos los vecinos pusieron su aportación de leña en medio de la calle, ya que traía mala suerte para los animales de la casa no hacer luminaria al santo. Todas las familias reunidas le prendieron fuego con gran jolgorio de la chiquillería que cantaba y bailaba alrededor del fuego, sin que faltara el ¡Viva San Antón! y el cante de:
“San Antón mató un marrano
y no me guardó morcilla