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Vas a ser mío. Se repitió dándose ánimos.
Por primera vez estaba nerviosa, a medida que se acercaba a su nuevo objetivo sentía cómo el estómago se le contraía. Jamás había dudado de su atractivo, pero algo en él, algo inexplicable la hacía flaquear.
No seas tonta, murmuró para sí misma, sin mucho resultado.
Él tenía que ser la solución, era perfecto, un espécimen digno de admirar y, además, estaba segura de que su cartera estaba bien llena. No le había visto jamás en el cutre edificio de habitaciones en el que su padre insistía en alojarla, y eso que conocía a todos los que allí vivían; algunos más íntimamente que a otros.
Unos pasos más y podría rozarle, de manera casual, un encontronazo al más puro estilo Hollywood y un flechazo. Noviazgo exprés y fin de la agonía. Casi podía saborear el éxito de su cruzada.
Pasó frente a él, le tocó sin disimulo y el tipo no levantó la cabeza del libro que estaba leyendo. Tenía dos opciones: pararse frente a él o seguir adelante como si no hubiese pasado nada.
Carraspeó negándose a perder tan rápido, pero él estaba absorto, inmerso en su mundo. Tosió de nuevo y el muy imbécil ni se dignó a mirarla. María estaba rabiosa, la indignación recorría su cuerpo sin piedad. Sentía a su espalda la sonrisa burlona de Itzel.
Enrojeció, ¿desde cuándo no se ponía roja?, ¿desde los tres años? Solo le faltaba darle un pisotón, por un momento consideró la posibilidad, pero perdería toda la clase y elegancia que se jactaba de tener.
Nathan estaba en su mundo, recorriendo la Tierra Media y disfrutando de los últimos minutos de libertad antes de iniciar el curso. Miró el reloj en una fracción de segundo: Lawrence se retrasaba, como siempre. Y Riley tampoco daba señales de vida.
Cerró el libro, no podía esperar más, tenía cosas que hacer antes de la presentación de las asignaturas de la tarde. Abrió el móvil, mandó un mensaje a cada uno de ellos y decidió marcharse.
El choque fue inevitable y María acabó en el suelo, despatarrada y tratando de buscar el lado bueno a la situación: estaba en su punto de mira. Él no había reparado en ella, y ella estaba absorta recreándose en la visión de aquel escultural cuerpo.
—Lo siento —dijo Nathan mientras la ayudaba a levantarse.
—No pasa nada, si tienes ese ímpetu en otros lugares más...
María se detuvo al ver la cara de disgusto de su acompañante, solo había intentado ponerle un poco de chispa al asunto y, sin embargo, a él parecía molestarlo.
—No te había visto —se excusó, recogiendo el libro—. ¿Estás bien?
—En la gloria —contestó sin soltar su mano, tratando de atraparlo con una mirada seductora, pero el muy estúpido no la miraba, tenía mucho que admirar y estaba perdido mirando al horizonte.
—¡Por fin! —exclamó—. Me devuelves mi mano, tengo que irme.
La soltó como si quemase, sin comprender qué pasaba ni por qué él actuaba así; no veía su insinuación, la manera en que trataba de amarrarlo, la forma en que le coqueteaba.
Vio como hacia un gesto de la mano y se disponía a marcharse.
—Espera —rogó María, odiándose por hacerlo. Ella no rogaba ni se arrastraba detrás de ningún hombre, al contrario, eran ellos los que suspiraban por un hola de sus labios.
—Ya te he dicho que lo siento —respondió contrariado.
—Ya, ya, pero...
—No tengo tiempo, que tengas un buen día.
Y salió corriendo, dejándola atónita.
Pronto la sorpresa dio paso al descontento y enseguida María estuvo hirviendo de ira y tratando de comprender qué narices había pasado minutos antes y por qué no había caído en sus brazos, como otros muchos.
Se dio la vuelta, Itzel sonreía, la siesa se lo estaba pasando en grande a su costa. Cómo la odiaba, la engañó y encima ahora tocaba soportar sus burlas.
—No ha ido bien.
—El muy imbécil ni me ha mirado. Es imposible, todos caen, a menos que... —Se detuvo buscando la única explicación posible a tan tremendo fracaso.
Era infalible: hombre que la miraba, hombre que caía a sus pies y al que podía manipular a su antojo. Tenía un cuerpo de escándalo, un buen escotazo y estaba dispuesta a tener sexo de muchas y muy diversas maneras. No se negaba a nada, era un buen partido.
—Tiene alergia a las mujeres...
—¿Es gay? —la interrumpió, odiándola aun más por su engaño.
—A las mujeres como tú. No lo vas a conseguir, María, él es demasiado intelectual para ti. Tan solo quería que sintieras un poquito de rabia, así sabrás lo mal que lo pasé yo cuando te liaste con Robert.
—Ya veo, necesito afinar mi estrategia.
Itzel se enervó, daba igual cómo la hablase, nunca se pondría en el lugar del otro, carecía de empatía. Solo le importaba aquello de lo que pudiera sacar beneficio, era una déspota y una desalmada. Esperaba que Nathan no cayese en la trampa, no podría soportar la culpa de verlo destruido como a tantos otros.
—Caerá —murmuró, para luego repetirlo en voz alta y mirar a la siesa con autosuficiencia—. Y no sufras por Robert, era una mierda en la cama y fuera de ella.
Sonrió, disfrutando de la cara de la petarda de su compañera de habitación. Un año más y la perdería de vista para siempre. Dejaría todo atrás y se casaría con Bowen, porque tenía lo que necesitaba, estaba segura, solo había que encontrar su punto débil, y esa era su especialidad.
Se giró sin despedirse y se encaminó hacia el aparcamiento, necesitaba una buena copa y quizás algo de compañía, pero, sobre todo, necesitaba un plan para atraparlo.
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María. La perdición de Nathan Bowen.
RomanceMaría es todo lo que un hombre puede desear, ninguno se resiste a ella, hasta que aparece él: Nathan Bowen. Él único capaz de salvarla de su situación y proporcionarla todo lo que anhela. ¿Será capaz de conseguirlo?