Hoy

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Éste no es un había una vez, porque no fue una, ni dos, sino tres las veces que Teresa se había topado ya con aquel chico que cada noche sin descanso se presentaba en sus sueños.

La primera vez que Teresa se enfrentó a aquellos ojos azules en los cuales ella no tenía el placer de perderse, era una noche en las calles de Georgia, ella estaba esperando el metro para dirigirse a su casa cuando una potente lluvia llego sin esperarse, Teresa tuvo que refugiarse en la biblioteca que estaba justo atrás de ella; ahí fue en donde lo vio, él estaba sentado en uno de esos grandes sillones grises con los que contaba la enorme biblioteca, a la cual ella nunca en su corta vida de 17 años había visitado, vestía una sudadera negra con jeans y llevaba un gorro, en sus manos tenía el último libro que Teresa esperaba verle leyendo a un joven de entre 16 a 18 años, sin embargo esto no fue lo que más le llamo la atención de este chico; lo que hizo que Teresa pusiera sus ojos en aquel joven fue su reacción al verla en el piso al tropezar accidentalmente con una de las cintas de su zapato, ella esperaba que el joven acudiera inmediatamente a tratar de ayudarla, como usualmente pasaba, muy usualmente; en cambio el chico solo curvo sus labios y desvió de nuevo sus ojos y toda su atención a la comedia-romántica que leía.

Teresa trató de sentarse lo más lejos posible del chico después de aquel vergonzoso accidente, aunque ella ya estaba acostumbrada a esos tipos de tropezones, caídas, raspones y de mas, a lo que no estaba acostumbrada era a esas reacciones; ella era una joven muy linda, de cabellera larga rubia, bellos ojos miel y con la cara cubierta de finas pecas, tenía la suficiente belleza y seguridad para que por lo menos en cada fiesta que se presentaba algunos jóvenes trataran de flirtear con ella, no dejaba de preguntarse qué le sucedía a aquel chico tan grosero que ni siquiera se tomó la molestia de preguntarle si se encontraba bien.

Olvido el tema y se dio cuenta que la lluvia había cesado, salió de la biblioteca, tomó el metro y llegó a su casa, esa noche lo soñó.

Pasaron dos semanas y no había día en que aquel chico no apareciera en sus sueños.

Teresa nunca hablo de él con ninguna de sus amigas, no le conto a nadie que todas las noches soñaba la misma cara de ojos azules, y cuando estaba dispuesta a olvidar por completo esa noche que en la que lo vio, ocurrió de nuevo…
Ahí estaba el, en la misma calle afuera de la biblioteca esperando el metro, el cual llego interrumpiendo los pensamientos de Teresa que estaba dispuesta a hablar con ese chico para siquiera llegar a saber su nombre, pero el ya no estaba.
Cinco días después parecía que Teresa ya conocía por completo al chico, soñarlo todas las noches había provocado que su rostro ya se le hiciera tan familiar.

La tercera, y última vez, que Teresa lo vio, se encontraban en la biblioteca.
Teresa tenía un trabajo final de literatura, ella se encontraba buscando entre los estantes cuando vio ese rostro que parecía tener tatuado en la mente, se dijo a si misma que esa era su oportunidad para comenzar a conocer a ese chico del cual ella ansiaba saber más, o saber algo, porque en realidad no sabía nada.

Con paso firme camino hacia él, sentado en el mismo sillón que la primera vez que lo vio, a punto de acabar la misma novela; a punto de llegar a él, se atravesó un chica a la cual Teresa considero mil veces más linda que ella
-Christian- grito ella, el chico, ahora con nombre levanto la vista hacia ella y la recibió entre sus brazos con un gran abrazo, se separaron y Christian comenzó a hacerle señas a su linda acompañante, Teresa cayó en cuenta, aquel chico que robaba sus sueños, aquel chico que tenía los ojos azules más hermosos que había visto, era mudo.
Tomada por la sorpresa Teresa quedo ahí, parada, a unos cuantos metros del sillón, presenciando aquella escena, dio la vuelta y se dispuso a salir por la enorme puerta de la biblioteca aun anonadada.

Teresa pasó dos semanas aprendiendo el lenguaje de señas, ella no estaba dispuesta a no entablar alguna conversación con Christian, ella quería saber de él, y quería entender lo que él respondiera.

Hoy, 9 años después, Teresa sigue asistiendo cada semana a la biblioteca con la misma esperanza, encontrarlo de nuevo.

Éste no es un había una vez...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora