TARNUNG

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«En este mundo, cuando juegas al juego de tronos, o ganas o mueres. No hay término medio.»

- George R. R. Martin, Canción de Hielo y Fuego: Juego de Tronos.




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TARNUNG


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tarnung. Tar•nung f , -, - es camuflaje [+von Agent etc] disfraz

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-Así que, ¿matas por placer?- los ojos grises de mi compañero me miraron de manera inquisitiva.

Ciertamente existe gente a la que le gusta la provocación, y Fritz Ewald Shriver era una de esas personas. Hubiera querido decirle que sí, que efectivamente mi trabajo real era ser una asesina a sueldo, pero eso era un secreto. Nadie, y repito con énfasis, nadie nunca había descubierto mi fachada, y es que al ser una mujer todo es más fácil. ¿Quién puede dudar de nosotras?, ¿de nuestra inocencia? Bien dicen que las mentes criminales más peligrosas son las femeninas, nosotras armamos las guerras y los hombres sólo acuden a ellas. En un mundo tan machista como el que vivimos, la figura de la mujer ha quedado pisoteada, y aunque entre los meros civiles eso ha estado tratando de ser revocado, entre los crims esto es cosa del pasado.

En mi submundo hay reinas de la mafia, emperatrices del narcotráfico, amas y señoras del crimen. Todas mujeres con doble vida, mujeres de las que quizás no se sospecharía. Como era mi caso. ¿Pueden imaginar que una periodista reconocida sea en realidad una candidata a heredar el puesto máximo dentro de una orden criminal? No lo creo.

Si tuviera que comparar mi vida con la de alguien diría que yo era como Peter Parker, el personaje de Marvel, sólo que yo no era una heroína, y mi único sentido arácnido es la seducción con la que atrapo a mis presas.

-¿Celoso Shriver?- me burlé del hombre. Sonreí internamente cuando su tez blanquecina adquirió un leve tono rosado. Estaba furioso y no era para menos.

El Editor en Jefe del periódico para el que trabajábamos me había concedido realizar una investigación sobre un posible caso de lavado de dinero, cuya ruta parecía comenzar en uno de los líderes más carismáticos de nuestro país, y cuyo destino parecía ser una acaudalada cuenta en un Banco Suizo.

-Eso quisieras Dressler- me sonrió Shriver, aunque en sus ojos se notaba el rencor de un mal perdedor.

Si el hombre no fuera un dolor en el culo, diría que su molestia lo hacía ver atractivo. De hecho, Fritz no era para nada feo, al contrario, era un treintañero bastante guapo, algo alto y desgarbado, pero con porte elegante. Tenía los rasgos característicos que harían llorar a Hitler de alegría: rubio, de tez blanca como la leche y ojos claros. Lo malo era que el periodista sabía de su atractivo entre las féminas, la mayoría a las que tenía el disgusto de llamar compañeras -era por ése tipo de mujeres por las que el género femenino siempre era denigrado-, lo que lograba acrecentar su ego masculino en niveles exorbitantes, tanto que a veces me preguntaba cómo era posible que pudiera pasar por la puerta de entrada del edificio.

-Si sigues molesto por el caso Pandora, desde ya te digo que no es mi culpa haber obtenido la primicia.

Había dado en el blanco y lo sabía. Fritz tenía alma competitiva, y aun no me perdonaba que hubiera obtenido antes que él los detalles de la fuga de nombres que habían presentado los Servicios Secretos de cada país alrededor del mundo. Uno de los mayores escándalos de filtración informativa que se había presentado en el mundo desde los Panama Papers y WikiLeaks. No voy a negar que la mayor parte de los datos que obtuve de la investigación fueran provistos por fuentes de procedencia delictiva, pero haber ganado esa primicia me había colocado en una posición ventajosa y no iba a dejar que alguien como Shriver me lo quitara.

Si hay algo que amo además de mi vida clandestina es el periodismo. Siempre me consideré una especie de mercenaria a la que le gusta decir la verdad, sin importar el daño o la crueldad que conlleve. Sé que es algo incoherente viniendo de alguien que miente con descaro todos los días, pero es por eso que para mí, la verdad absoluta de las cosas, la información en sí, siempre será algo tan valioso como el mismo oro. Por ello era que mi fachada es la de una periodista que trabaja para un periódico con tinte sensacionalista, como lo es el Bild.

-Aun no entiendo cómo pudiste obtener esos datos- me dijo directo.

-Un buen periodista nunca revela sus fuentes- le respondí cortante-. Creí que esa era una de las teorías más básicas que aprendemos en la Universidad, Shriver.

-Tarde o temprano descubriré tu secreto, Dressler.

-¿Es una amenaza?- lo miré con la frialdad asesina que sólo dedicaba a mis víctimas, no podía evitarlo. El tipo me estaba sacando de mis casillas.

Lo que me descolocó fue que Shriver en ningún momento pareció intimidado. Y si lo estaba no lo demostró, era un buen actor. Tenía que ser muy cuidadosa con él, era demasiado fisgón para mi gusto y no me gustaría tener su sangre en mis manos. Sólo una vez alguien había intentado algo similar, de más está decir que sus cenizas debieron indigestar a más de un pez en el Atlántico.

-Desde que llegaste al periódico no has hecho más que liquidar a cada uno de los que trabaja en Internacionales, ¿sabes que para muchos no eres más que un estorbo?

Sí, lo sabía. Había logrado el éxito inmediato con mis "investigaciones", pero no era mi culpa que tuviera la verdad al alcance de la mano. Tal como sucedía en ese momento. La causa de lavado de dinero la conocía, había un grupo de mi gente trabajando con el mismo gobierno corrupto para callar a los arrepentidos.

-¿Y crees que lo hago por placer?

-¿No es así?

Los ojos fríos de Fritz me miraban con desafío. Pobre tonto, no sabía que podía estar jugando con fuego.

-Te propongo un trato- si el tipo quería guerra, le daría guerra. Me encantaba humillar a los civiles de aquella forma-. Los dos cubriremos la investigación de Jürgen, el primero que logre destapar la olla gana su derecho de piso. Y el que pierda se irá a la sección de obituarios.- «Sólo que no para cubrir muertes», añadí para mis adentros.

-¿Así de fácil?- Shriver estaba sorprendido.

-Sin trucos.

El rubio lo pensó unos momentos. Podía ver claramente a su cerebro trabajando sopesando los pros y los contras de esta tregua. Shriver era un libro abierto.

-De acuerdo, acepto- sonrió después de unos minutos, mientras me tendía la mano, la cual se la tomé con algo de reticencia. No me gustaba el contacto ajeno, sentir su mano sudorosa contra la mía me generó malestar estomacal que traté de disimular con una mueca socarrona, para luego soltarme de su agarre-. Esto va a ser divertido.

Ni te lo imaginas.

Que parezca un accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora