No recuerdo muy bien los preparativos. O mejor dicho, no los quiero recordar, pues había algo en el aire, que presagiaba un momento triste, muy triste e imborrable, aunque al final no lo fuera así, o incluso quizás, fuera todo lo contrario.
Ciertos días anteriores, ciertos comentarios, cierto excesivo cariño aunque verdadero, sin duda, pero excesivo por parte de mis padres así lo indicaban. En el aire, había demasiada dulzura para ser verdad, y luz de final de verano, demasiado verde en el jardín y alegría en los juegos.
Y todo ello quizás, había provocado el efecto contrario en mí a lo que ellos pretendían, había hecho más mías, más sentidas, aquellas mañana de sol y pelota de tenis contra la pared, esas tardes de olor a plancha de mi gran trabajadora madre y de música de radio antigua, o las comidas con mis padres en el cuarto de estar, en nuestra mesita redonda con brasero para el invierno, ¡que aún conservamos!, en que metíamos las piernas los tres, los cuatro cuando estaba mi hermana, para ser uno. Eran más mías que nunca.
¿Qué tendría yo ...?, igual cuatro, igual cinco años.
Y como se preveía sin preverse, lo cierto es, que llegó el día, llegó el momento.
Tampoco recuerdo qué me pusieron de ropa aquel día, ni qué desayuné, ni el viaje desde casa, ni cómo llegué hasta allí.
Mi recuerdo comienza más bien, justo en el instante en que me encontré solo, absolutamente solo, solo ante el mundo, abandonado, ni siquiera recuerdo cómo despareció mi madre de allí, solo, ante decenas de niños,
Y fue entonces, mientras me deshacía en sollozos, lágrimas de abandono, ¡cómo lloraba en ese mi primer día de colegio!, sin abrir los ojos pues creía que no era verdad lo que me estaba pasando, fue justo entonces cuando apareció aquella niña de ojos cálidos, se acercó a mí y me habló, abrí los ojos y vi sus ojos, tan dulces como la miel, sus ojos y mis ojos en un instante, y me acarició, no recuerdo bien, si con sus manos o con sus palabras o con su mirada, pero sí recuerdo perfectamente lo que me dijo, muy bajito, muy suave, "no llores, no llores,...", y de verdad, dejé de llorar, dejé de llorar para dejarme llevar por su voz, lo recuerdo como si fuera ayer, es uno de esos recuerdos imborrables que se me han quedado grabados de por vida.
Luego, pasado el tiempo, supe quién era ella, tenía un año más que yo, le veía en el patio, nuestros padres se conocían y alguna vez también le veía por el pueblo con ellos, pero casi nunca hablamos, sólo nos sonreíamos, como quién guarda un secreto único y personal, como quien está unido para siempre por un sentimiento.
Un día, después de años, ya iba a la Universidad, me encontré en el pueblo a un amigo mío de Barcelona, del colegio al que cambié un poco después: "¡Ignacio!, ¿qué haces tú por aquí?" y comenzamos a recordar aventuras, profesores, anécdotas ... Lo que fue totalmente imprevisible, inesperado, es que su novia nos interrumpiera de repente, y hablara, y me dijera:"¿oye, es que ya no te acuerdas de mí ...?".
Levanté los ojos y me llegó como un escalofrío de pasión, me quedé sin voz, el silencio se convirtió en dos miradas, sus ojos y mis ojos en un instante, pues era ella de nuevo, la que se llevó consigo mi tristeza en mi primer día de colegio. No recuerdo si fueron sus manos, sus palabras o su mirada de mermelada de zarzamora (¿o era de miel?), las que me volvieron a acariciar, aquellas caricias tan dulces que un día, deshicieron mis lágrimas.
Sé que acabó casándose con mi amigo, y que tuvieron hijos y sé que algún día, volveré a preguntar por ella
(No, mi amigo no sabe nada de esta historia. Por supuesto ella y yo seguimos guardando nuestro secreto, por lo que por favor, no lo propaguéis mucho. Gracias).
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Corazón sin condición ¡Si claro!
RomanceJóvenes que a pesar de su gran drama en el amor y todos los errores en el amor todo pasa y todo se olvida.