Te conocí un 24 de Diciembre, el día de mi cumpleaños, mi madre había planeado una cena familiar e intima, pero ese mismo día se había reencontrado con tu madre y su mejor amiga de la infancia, esa que tenía más te veinte años que no veía. Mi madre había invitado a la tuya a una cena familiar de Navidad y ella, acepto. Recuerdo que llegaron puntuales, a las 8:00 p.m. ya estaban tocando el timbre, mi madre les abrió muy emocionada y rápidamente se echó en los brazos de tu madre para envolverle en un cálido abrazo; saludó a tu hermana: Gemma, halagándole y diciéndole lo hermosa y grande que estaba, tú estabas detrás de ella. Escondiéndote.
Tus mejillas estaban sonrojadas y recuerdo que traías un hermoso trajecito negro, seguro era incomodo porque no te veías muy feliz usándolo. Déjame asegurarte algo: Te veías hermoso.
Mi madre te encontró y te saludo al instante, te apretó tus coloradas mejillas y tu solo le sonreías. No decías nada. Gemma se había integrado rápido a todo, se había hecho amiga de mi hermana menor, Charlotte.
Todo estaba listo ya. La cena transcurrió tranquila, nuestras madres no dejaban de contar anécdotas extraños y ellas reían, también recordaban grandes momentos. Momentos que nosotros no entendíamos.
Recuerdo que después de la cena te invité a jugar conmigo. Aceptaste, supongo que por obligación.
Te guié hasta el desastre de habitación que tenía. Jugamos videojuegos y cada segundo me daba cuenta de que eras demasiado tímido. No hablabas mucho y te sonrojabas muchas veces; yo no dejaba de hacerte halagos. Te decía que tu pelo hermoso, que tenías unos lindos ojos color verde esmerada y que me encantaba tu sonrisa y los adorables hoyuelos que se te formaban cuando sonreías de esa forma tan pura y amplia.
Me fui ganando tu confianza.
Una vez que se fueron, prometimos seguirnos viendo. Y así fue. Te visitaba y me visitabas cada fin de semana, no dejábamos de reír y jugar, nos habíamos vuelto inseparables. Te habías vuelto mi mejor amigo.
Cuando cumpliste 15 años me contaste acerca de tu verdadera orientación sexual. Esa noche habías llorado como nunca, te sentías mal, te sentías diferente… pero no lo eras. Sé que sufrías porque no querías aceptarte, pero yo me encargaba de recordarte lo especial y hermoso que eras.
Esa noche, una vez que dejaste de llorar te abriste a mí por completo. Me dijiste que te habías enamorado de un chico, el más maravilloso y divertido de todo el mundo y yo… yo me sentí a morir. Te exigí que me dijeras quien era, pero tú te negabas, decías que no valía la pena que lo supiera, que era demasiado vergonzoso para ti decírmelo. Pero te rogué.
Y tú a cambio me besaste.
Y yo… yo esa noche te hice el amor.
Después te convertiste en mi novio y yo te defendí de todo aquel que quisiese hacerte daño. No iba a dejar que salieras lastimado, no mientras estuvieras conmigo.
Te prometí estar siempre contigo. Cuidándote. Apoyándote. Y no estoy del todo seguro si lo cumplí.
Duramos dos hermosos años de relación, debo confesarte que los mejores de mi vida.
Después te detectaron esa enfermedad: Leucemia. Sentí que moría una vez que me entere, que por desgracia no fue por ti, sino por Gemma. Ella había venido a verme después de que yo a ti no te veía desde hace dos semanas; te había llamado, te envié mensajes de textos y correo, pero jamás me respondiste. Te fui a buscar a tu casa por los menos unas seis veces en esas dos semanas, pero Anne siempre me decía que te encontrabas indispuesto y no podrías salir.
Nadie me decía nada de ti. Estaba preocupado, pero un jueves a las ocho de la noche, Gemma llegó de sorpresa y me dio esa noticia, ella desapareció de la casa rápidamente y yo rompí en llanto. No estaba muy familiarizado con la Leucemia, pero sabía que era una enfermedad fuerte y grave.