De una u otra manera, Adrián siempre estuvo involucrado con malas personas.
Nacido en caracas en 1985, era hijo de desconocidos y había crecido a la deriva. Aprendió a apreciar las calles, infelizmente abundantes en su infancia, una pequeña alma viviendo en barrios de no muy buena reputación. Casi todo lo que había en su vida eran despojos de las vidas de otras personas: Camisas dejadas en la basura, zapatos rotos encontrados a un lado de la calle, comidas dejadas por individuos más afortunados. Incluso tenía abrigo cuando hacía frío gracias a los periódicos desechados a la basura, pero de todo esto él no se quejaba pues era lo que tenía y no conocía nada mejor.
Eduardo Hernández no era un tipo bondadoso. Era fuerte como un león y demasiado loco a la hora de pelear: Se ponía rojo, insultaba y arrojaba golpes, piedras, botellas a sus oponentes. En la calle, entre una y otra pelea, se jactaba ante Adrián y otros niños de haber vencido a muchos oponentes en su vida. Adrián y los otros niños lo oían en silencio.
Luis Sánchez era exactamente lo opuesto de Eduardo; un niño debilucho y tímido, llorón y hasta un poco culto. De bebe había estado con sus padres, y de noche, en medio de extraños sueños, lloraba y gritaba llamándolos. Eduardo lo despertaba a golpes: "no puedo dormir por culpa de tus tonterías" gritaba. Luis jamás reaccionaba ante la brutalidad de ese otro niño pero, en ocasiones, mientras hablaba con Adrián, se detenía de repente y comenzaba a llorar.
Todo esto le causaba molestia a Adrián, que tenía una gran capacidad para empatizar con las personas. Las calles le producían tanto disgusto como placer. Solía refugiarse en una alcantarilla, una alcantarilla estrecha que recibía un poco de luz y ventilación. En aquel lugar Adrián se sentía feliz. Le gustaba envolverse en papel periódico. Una rara emoción lo estremecía al imaginar que aquellos periódicos eran suaves sabanas ¿Acaso no lograban el mismo objetivo, calentar? Si. Para Adrián era como si la habitación de un hogar estuviera ahí. Por supuesto también estaban las ratas, que daban diversión a Adrián.
Ratas. Mascotas. Los animales habían sido entrenados por el propio Adrián, éste hecho causaba en el pequeño Adrián una gran extensión y a la vez un malestar.
En las palabras groseras de Eduardo, las ratas eran sucias, llenas de pulgas, esqueléticas, jamás las podría tocar. Para el, la única cosa que valía la pena de las ratas era venderlas a los chinos, que las servían en sus restaurantes.
Al comienzo a Adrián le provocaban miedo las ratas, un miedo que llegaba a producirle pesadillas. Se despertaba de noche gritando.
Eduardo se burlaba del miedo de Adrián y no perdía ocasión de atormentarlo: "cobarde, no eres más que un cobarde". Una noche, le ordenó que fuera a la guarida a buscar periódicos para el frio que supuestamente había olvidado allá, Adrián entonces de ocho años puso varias objeciones - es muy tarde, los policías - pero Eduardo, irritado, le dijo que dejara de ser miedoso y fuera de una buena vez. Luis se asustó, le pidió a Dios que no le pasara nada a Adrián, pensó en que la policía se lo podía llevar o que otros habitantes de las calles de mayor edad lo quisiera agarrar, sin darse cuenta se puso a llorar. Adrián observaba a Luis, inmóvil. De repente se levantó y, sin decir una palabra salió. Iba al refugio.
Caminó apurado por las calles desiertas. Al doblar una esquina, se topó con un grupo de personas que avanzaban por la mitad de la calle, cargando botellas y cantando: Un grupo de adolescentes. Los jóvenes avanzaban lentamente. Uno de ellos se le quedo mirando.
De repente, otro grupo se les acercó. Policías en motos rodearon a los jóvenes. En medio de la confusión, el niño Adrián vio a uno de los jóvenes que se desplomaba, con el cráneo roto de un golpe dado por uno de los policías.
Despavorido, corrió a la guarida, que no quedaba lejos de donde estaba. Temblaba tanto, estaba tan asustado que a duras penas logró recordar dónde estaba la entrada. Finalmente entró, se escondió en la oscuridad y se quedó ahí, en cuclillas. Los dientes le castañeaban. Poco a poco, el miedo fue desapareciendo. Su mente se quedó en silencio.
Inmóvil, Adrián miraba a una rata fijamente. Estaba ahí, encima de los periódicos. Sus ojos se tornaban rojos y siniestros cada vez que las luces de un auto iluminaban el interior de la alcantarilla. Entre los dos, entre el niño y la rata había unos restos de basura y debajo de la rata, los periódicos. Los periódicos que Adrián nunca lograría alcanzar. Amenos no mientras estuviera paralizado por el miedo, un miedo como jamás había sentido, las lágrimas le corrían por el rostro.
Se le ocurrió una idea: Tal vez en los contenedores de basura habían suficientes periódicos tirados ¿Y si revisaba los contenedores y demás basureros y buscaba los periódicos? Pero no funcionaria. Cuando Eduardo llegara a la guarida al día siguiente descubriría que los periódicos seguían ahí, y entonces sus comentarios burlones serian realmente insoportables. ¡No!. Tenía que vencer el miedo, enfrentar a la rata, agarrar los periódicos, salir corriendo, pero volver con los demás como si nada hubiera ocurrido. "aquí están los periódicos, Eduardo ¿Algo más?" Sin embargo, no conseguía dar un paso. Las piernas no le obedecían.
Se escucharon pasos fuera de la guarida, probablemente Eduardo, molesto por la demora "¿Que estás haciendo? ¿Estas asustado marica?". Se seguían escuchando pasos fuera de la guarida. Entonces Adrián se levantó, corrió hacia los periódicos, tropezó y cayó sobre los desperdicios. Ahí había más ratas que él no había visto, pequeñas, medianas, grandes. Las ratas se subieron en él, sus paticas se sentían correr por todo su cuerpo. Una sensación de grima lo hizo gritar. Aun así, se levantó, cogió los periódicos y, con algunas ratas aun cayendo de su cuerpo, volvió con los demás. Al verlo, Luis comenzó a sonreír sin parar. "no fue nada" dijo Adrián. Le entregó a Eduardo los periódicos. El rostro de Eduardo fue lo último que vio antes de caer desmayado.
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Adrián y las ratas
AdventureDe una u otra manera, Adrián siempre estuvo involucrado con malas personas.