-¡Mamá! ¿y mi cena?
-¡Lara, ya sabes que tengo faena, cuando acabe y si tengo ganas, te la haré!
-Bueno, vale, eh... ¡pero no me grites!
-¡Y tú a mi no me metas prisa!
-¡Pero yo sólo quiero mi cena!-respondo eufórica, quizás demasiado eufórica...
-¡Por esperar no te vas a morir!, ¿vale?, ¡así que calla y cuando acabe ya veremos si aún te la hago!
Buffff.... odio estos momentos. Estos en los que ella me grita dejando atrás el respeto hacia mi, la empatía y poniendo en cabeza su trabajo ante todo. Incluso ante el hambre que pueda tener su hija en ese momento. Y no es que tenga un poco de hambre... ¡es que estoy hambrienta! Cosa que, al parecer, mi madre un martes a las once y cuarto de la noche no logra entender. Pero bueno, como no quiero ser pesimista, voy a intentar mirar por el lado positivo o de esta situación... a la espera de la cena, voy a encender mi portátil, me voy a meter en mi Messenger y voy a ver si alguien está conectado y veo mis nuevos chats. Y conforme me lo he propuesto lo he hecho. He entrado en mi sesión de Messenger y he revisado mis chats. Entre ellos, hay uno de Jaime: «Hola Lari, ¿qué tal todo?».
Aunque sea un simple mensaje, si es de Jaime tiene más valor, ¡y que me llame "Lari" es más especial que si me lo dice otra persona!
«Bien, ¿y tú? Perdón por contestar a estas horas, pero es que aún ni he cenado...» es mi respuesta. No muy poética ni larga, pero bastante meditada, la verdad.
Jaime al parecer esta ya durmiendo. No contesta desde que le envié el mensaje hace unos veinte minutos. Y, al igual que Jaime, parece que todos están ya durmiendo, hace media hora que no se conectan y para ser entre semana ya es relativamente tarde.
En fin, si no hay nadie, tendré que cerrar el ordenador, porque la verdad, estar frente a la pantalla del portátil esperando una respuesta que estas el noventa y nueve por ciento segura de que no te va a llegar, no es que sea muy divertido.
Cierro el portátil y lo coloco encima del escritorio. Me tiro a la cama como si fuera al vacío. Sí, el vacío que llevo dentro.
Empiezo a recordar cosas, buenas, malas, mejores, peores, alegres, tristes, agradables, molestas.... Me han venido de golpe un montón de emociones y sensaciones. Como ya he dicho, soy una granada. Y como también he dicho, no sé si esas emociones me van a causar risa, llanto, o cosas peores.
«Si pudiera volver a ese momento....» medito en mi cabeza, medio murmurándome la frase. Estaba pensando en el verano... en el momento en el que vi a Jaime y a Vanessa en la piscina en la misma toalla, Vanessa apoyada en él, y él rodeándola con su fuerte brazo. Ese momento fue sinónimo de una estaca clavándose en mi corazón. No es que Jaime fuera mi novio, pero me gustaba, y mucho. Por el hecho de que no fuera mi novio, no podía interponerme entre ellos dos, así que no tube más elección que tragar saliva, mientras me moría observando como el brazo de Jaime acariciaba el hombro de Vanessa.
Bueno, volviendo a la actualidad me planteé otra vez la frase que hacía segundos había dicho en voz baja, «Si pudiera volver a ese momento....». Bien, la verdad es que si pudiera volver a ese momento hubiera ido a su lado, a preguntarles que tal les iba, a lo mejor así se sentían incómodos al ver que su momento a solas había acabado, y dejarían de tocarse cariñosamente bajo mis ojos. Pero no lo hice. Tonta de mi.
-¡Lara, tienes el sándwich encima de la mesa!
-Vale, mamá- contesto desganada.
La verdad es que el arrepentimiento se apodera de mi durante unos momentos. Viene y va. ¿Me hará explotar? Y si exploto.... ¿lloraré? ¿reiré? ¿no haré nada? Nada se sabe.
Cada bocado que le doy al sándwich me sabe a amargura. Pero, aún así, el hambre me puede y me lo termino entero.
Nada más acabar, dejo el plato y el vaso encima del banco de la cocina. Luego, me dirijo lentamente hacia mi habitación con la intención de ponerme mi pijama corto blanco con un batido de fresa en la camiseta que pone "Who needs a milkshake?". Es uno de mis favoritos, y como hace mucho calor, decido ponermelo. Una vez puesto, voy a lavarme los dientes al cuarto de baño. Pongo la pasta en el cepillo, lo mojo unas gotas, y me lavo los dientes. Al alzar la cabeza tras escupir la espuma de pasta después de unas cepilladas, me quedo mirando fijamente el reflejo de mi rostro en el espejo. Tengo el pelo alborotado y se me ven mucho las pecas. Suelo taparlas con maquillaje, porque entre peca y peca suelen haber granitos...
Luego me enjuago, dejo el cepillo y la pasta y me voy caminando lentamente hacia mi cuarto.
Quiero tirarme a la cama y quedarme dormida al instante. Y así hago.