Capítulo I

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Nadie me conoce realmente, por muchas décadas o siglos que haya compartido con vosotros. Nadie nunca se ha preguntado por mi pasado y por quién fui. Por norma general, los vampiros siempre hemos sido solitarios, sin entrometernos en la inmortal vida ajena; a pesar de que en más de una ocasión hemos unido fuerzas por nuestro bien común. Tal y como sucedió diez años atrás cuando la humanidad casi se extingue por completo, y, en consecuencia, nuestro alimento: la sangre humana. Esa deliciosa sangre que es un soplo de aire fresco para nuestros pútridos cuerpos. Nuestro néctar de la vida. 


De haber perdido nuestra principal fuente de existencia, nuestra raza también habría desaparecido. El aún existamos se lo debemos a mi gran amiga, más que amiga; mi queridísima señorita Keydara Aleneri. Ya apenas nadie recuerda lo que ella hizo por nosotros, los humanos... Los ángeles borraron de la memoria humana la gran batalla que hubo contra los demonios comandados por Lucifer, y en su lugar, les colocaron falsos recuerdos. Les hicieron creer que el desastre que aconteció hace diez años, el apocalipsis, fue provocado por la guerra que inició el presidente Matthew Jenkins, el cual era en realidad una cambion, otra criatura demoníaca bajo la apariencia de un ser humano. Sin embargo, los mortales ignoran todo esto. 

Era de gran importancia encontrar sana y salva a Keydara... Sobre todo para mí. Ella es un súcubo, una nefilim; hija de un ángel caído y de una humana... Su reina, Abrahel, intentó tenerla de su lado, pero fracasó. Porque Keydara nunca había sido completamente un demonio; siempre predominó su parte humana, y de ninguna manera iba a permitir que ellos ascendieran desde los infiernos para provocar el caos y llevarse cuanta alma humana pudiera. En consecuencia, con el fin de la humanidad, también los vampiros habríamos perecido de sed. Keyd se posicionó de nuestro bando y el de los humanos; al igual que los ángeles que descendieron del cielo para luchar contra el mal.

 Cuando todo aquello acabó, los demonios y ángeles caídos fueron arrojados de nuevo al abismo, y junto a ellos, Keydara cayó también... Por culpa de su condición, de su especie, aunque ella no estuviera de acuerdo con lo que ellos habían hecho.

 Tras la intensa batalla del gran día del juicio final, los demonios nos acusaron de haberlos «traicionado». ¡Menuda sandez, pero si era al revés! Por consiguiente, Lucifer y los suyos nos desterraron del templo que teníamos en el infierno junto a ellos; obligándonos a convivir en la Tierra con los mortales. Teníamos que encontrar la manera de abrir las puertas de nuevo y sumergirnos hasta las entrañas del submundo para encontrar a Keydara.

 Después de lo sucedido, los Hijos de las Tinieblas eran nuestro enemigo. Los sellos que bienintencionadamente colocó el arcángel Miguel tras ese día para retenerlos presos en el Hades, continuaron quebrándose poco a poco, y cada vez había más de esas malditas criaturas ingratas paseándose por la Tierra. 

Los únicos que ahora podían liberar a los demonios eran los seres humanos mediante invocaciones, y me temo que ante su ignorancia; seguían haciéndolo. Alguno que otro había ascendido de nuevo al mundo de los mortales para seguir cobrándose almas como siempre habían hecho y harán. 

Era una década la que había transcurrido sin noticias de mi querida Keyd, pero le prometí que la encontraría, y aunque mis esperanzas se hallasen desvanecidas cada nuevo amanecer, jamás me había rendido. Estaba seguro de que esa mala pécora de su reina, Abrahel; la tenía encerrada en alguna parte del inframundo para que nunca más viese la luz.

 Lilith siguió siendo nuestra reina, pero se había provisto de una gran mansión en la cual continuábamos reuniéndonos para los asuntos importantes, tal y como hacíamos antaño cuando sus dominios estaban en aquel lugar, ahora vetado para nosotros.

Leyendas del Averno:DescensiumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora