El cuatrimestre había terminado y SeHun no pudo evitar alegrarse cuando verificó en los registros que LuHan había aprobado satisfactoriamente el examen de MIL. Ya no acudiría más al taller ni a su casa y SeHun debería haberse sentido aliviado, pero simplemente, estaba muy lejos de poder olvidarse de él. LuHan le había mostrado el paraíso por una preciosa media hora, pero él todavía soñaba con él, que se entregaba a sus caricias y a sus besos, que le pedía perdón y le suplicaba que le hiciera el amor. Y ahí era cuando SeHun se despertaba sobresaltado, daba vueltas por la cama e intentaba volver a dormirse.
Sus palabras le acompañaban día y noche.
«No. Ni tampoco me interesa tenerla.»
¿Por qué LuHan había dicho eso? ¿Bajo qué reglas se regía su corazón, que se negaba ante un sincero ofrecimiento de amor desinteresado?
Porque SeHun lo seguía queriendo y sentía que si las cosas seguían así, acabaría perdiendo la poca cordura que le quedaba.
Decidió hablar con él y cuando el reloj dio las cuatro se dirigió hacia la salida del salón de Geografía Espacial, que era la asignatura que debía estar cursando en aquellos momentos, según los registros oficiales.
—¡Oye! —exclamó, dirigiéndose a un chico alto y rubio. Era Chan Yeol, uno de los conocidos de LuHan.
—¿Sí, profesor? —inquirió el chico, algo sorprendido.
—¿No sabes si LuHan ha venido hoy? —susurró, algo incómodo.
—No, ha faltado ayer y hoy —SeHun frunció el ceño.
—¿Tienes idea el motivo?
—Sí... su madre ha muerto.
LuHan siempre había sabido que sus padres no eran sus padres. Nunca se lo habían dicho directamente, pero cuando uno percibe que las cosas son diferentes, es que de verdad tiene que haber algo raro. Y eso de que tu madre tenga de ochenta años cuando tú apenas tienes dieciocho... bueno, eso es algo que definitivamente llamaba la atención de muchos. Obviamente, no era necesario decirles a esos muchos que aquel chico pálido, rubio y de ojos claros no era hijo legítimo del señor Xi .
Él había perdido toda su juventud intentando hacer dinero. Lo había logrado, pero cuando alguien le preguntó el día de su cumpleaños número cincuenta quién iba a hacerse cargo de la empresa cuando él estirara la pata, no pudo responder nada más que «¡ups!».
Bueno, sí, él y su esposa habían intentado tener hijos, pero era evidente que algo en algunos de los dos no funcionaba como debía. Les propusieron costosos tratamientos, pero la mujer ya era demasiado mayor y además tenía una enfermedad congénita cuyo nombre (largo y además en otro idioma) jamás recordaría. Por eso, un frío día de invierno, el señor Xi se puso su mejor traje de Armani y levantó a su mujer a las seis de la mañana.
Cuando ella le preguntó a dónde iban, él simplemente respondió con un escueto y malhumorado «ya lo verás». Por un momento, la fémina pensó que iba a cumplir su promesa de cometer un doble asesinato (o doble suicidio, dependiendo de dónde se lo mirase) si la compañía no lograba superar el jodido déficit de la crisis de aquellos años. Pero no. Ella lloró de emoción cuando en el orfanato le entregaron un bebé muy pequeño y muy blanco como un algodón de azúcar, con un par de ojos celestes que parecían cuentas de cristal y unas finísimas hebras doradas en su cabecita aterciopelada.
Ella siempre había amado a LuHan, mientras que su padre sólo lo veía como la persona que debía evitar que su dinero acabase en manos de las carmelitas descalzas o en los casinos Lux cuando él se quedara ciego o postrado en una silla de ruedas. Siempre había pensado que viviría menos que su mujer. Se había equivocado. Ahora sería él el que tendría que "soportar" al mocoso, como si LuHan necesitara de alguien que lo soportase.
Nada más lejos, porque LuHan siempre había sido autosuficiente en todo menos en el dinero, por supuesto, y eso, obviamente, era lo que nunca le faltaba.
La señora Xi siempre había sido muy sobreprotectora con LuHan, malcriándolo hasta la exuberancia. Dada su edad y lo tan anhelado que había sido aquel hijo, parecía más abuela que madre. Había sido las dos cosas y a la vez, ninguna. Había sido madre, abuela, compañera y amiga. Había aceptado la homosexualidad del hijo como quien descubre un jazmín en medio de un campo de rosas.
—Tú también tendrás que adoptar un niño —había dicho un día durante
el desayuno. Entonces el señor Xi había golpeado la mesa con el puño y volcado la taza del café. No había dicho nada, pero desde día la tensión de la relación entre padre e hijo había aumentado sin control.
Y ahora que su madre, la única persona que había amado, estaba muerta, LuHan se sentía irremediablemente perdido. Su padre era un extraño. Su madre, un cadáver. Sus amigos, unos chicos que sólo andaban con él porque le tenían ganas. No tenía nada ni nadie que valiese la pena.
Excepto...
Excepto SeHun.
No... No podía volver con SeHun después de lo que le había dicho, después de haberlo tratado con el mismo desprecio con el que lo trataba a él su padre. LuHan debía casarse con alguna chica simpática, tener hijos y vivir infeliz por el resto de sus días, ¿verdad? ¿Qué más podía pedirle a la vida? Ella le había quitado a sus padres biológicos cuando ni siquiera podía respirar por su cuenta, había estado dos meses en una incubadora, seis en un orfanato y dieciocho años en una mansión, rodeado de lujos, comodidades y mafiosos. La mala y la buena suerte habían quedado en un perfecto empate.
Eran las tres de la tarde y LuHan estaba encerrado en su habitación, acurrucado en la cama. Tenía hambre. Había intentado comer un sándwich durante el entierro, pero luego lo había vomitado sobre el pasto, para la vergüenza de su padre, la risa de los mafiosos y el asco del cura.
—¿A dónde vas? —oyó que decía la voz de su padre.
—A llevarle algo de comer a Lu... al joven, señor —respondió EunHyuk, el mayordomo, un muchacho de treintaicuatro años, muy educado, andar encorvado y experto en la cocina.
—No le lleves nada, que se la aguante por hacer el ridículo frente a todos los mérivos.
Los mérivos eran los mafiosos. LuHan sollozó con amargura, porque de verdad tenía hambre. Tendría que esperar a que su padre se fuera para salir de la habitación o que EunHyuk volviese con la comida. Se arrebujó entre las sábanas, sin dejar de llorar y temblar a causa de la fiebre.
Oyó su teléfono celular, en el que sonaba una de las melodías que pasaban en The Charm los sábados por la noche. A pesar de la fiebre y el agotamiento, se levantó y revolvió la mochila. Era Yeol.
—Hola —contestó, con la voz ronca.
—LuHan, oye, disculpa que te llame, pero creo que el profesor ese que te da clases está yendo para tu casa.
—¿Qué? —gritó LuHan—. ¿Qué cosa?
—Bueno, lo siento. Él me preguntó si habías ido a clases —explicó Yeol, incómodo—, le dije que no... y le conté lo de tu madre. Estaba muy preocupado por ti y me dijo que iría a verte.
—¡Idiota! ¿Le diste mi dirección?
—No, pero todos nuestros datos están en los registros...
—Oh, no...
LuHan se sobresaltó al oír un grito que venía desde la sala, en la planta baja. Era la voz de su padre.
—No... no, no, no...
Tiró el celular sobre la cama y salió de la habitación sin siquiera vestirse.
—¡LE HE DICHO QUE AQUÍ NO VIVE NINGÚN ESTUDIANTE DE LITERATURA! ¡MI HIJO ESTUDIA ECONOMÍA! ¡AHORA LÁRGUESE DE AQUÍ!
—LuHan... —susurró SeHun al verlo allí, al pie de la escalera.
El chico se veía patéticamente mal. Llevaba puestos unos pantalones de pijama, tenía el torso desnudo e iba descalzo. Su pelo, siempre impecablemente peinado, estaba desordenado y sucio, y sus ojos, siempre vivos, brillantes y astutos, lucían enrojecidos, hinchados y enmarcados por unas profundas ojeras—. ¡LuHan! ¿Cómo estás? —exclamó, desesperado, corriendo hacia él.
—¿A DÓNDE CREE QUE VA? —vociferó el anciano Xi.
SeHun no le hizo caso: fue hasta LuHan y lo abrazó fuerte y posesivamente, hasta cortarle la respiración. El chico sollozó entre sus brazos; eso era lo que necesitaba: contención, cariño, amor
—¿QUÉ SIGNIFICA ESTO, LUHAN?
—Suéltame, por favor —le susurró LuHan a SeHun al oído—. Vete, SeHun...
—No, LuHan... quiero ver cómo estás, quiero estar contigo, déjame abrazarte.
—¡LE HE DICHO QUE SE LARGUE, MARICÓN DESVERGONZADO!
Oh...
Entonces ahí yacía la raíz del problema. SeHun lo comprendió todo. Se deshizo muy a regañadientes del cuerpo de LuHan y se enfrentó cara a cara con el anciano:
—¡Deje de armar escándalo, señor, que sólo hace el ridículo!
El señor se quedó mudo. Nunca nadie le había gritado y menos un 'maricón desvergonzado'. Con tanto alboroto, al salón ya habían llegado el mayordomo y las criadas.
—¡TaeYeon, llama a la policía!
SeHun tiró de LuHan, para aproximarlo más a su cuerpo. Pegándose al cuerpo del chico, le estrechó la cintura con una mano, lo tomó del cuello con la otra y lo besó profundamente en la boca. LuHan se había vuelto mantequilla entre sus manos. Se encontraba débil, mareado y por sobre todas las cosas, desesperado.
—Anda, diles —le dijo SeHun, aprovechando el turbio silencio que se había apoderado del salón y la horripilante perplejidad de todos los presentes, incluyendo al anciano—, dile a todos que te acostaste con tu profesor. Diles que me he enamorado de ti.
—¡CÁLLATE! —gritó LuHan, con toda la potencia de su garganta, sacando
fuerzas y dándole un empujón. SeHun sólo se tambaleó. Sonrió, y LuHan comenzó a llorar desconsoladamente—. ¡VETE DE AQUÍ, DÉJAME EN PAZ! ¡LÁRGATE!
—Adiós, entonces —dijo SeHun y LuHan se sobresalto al oír la honda angustia presente en sus palabras—. Recuerda que te quiero, LuHan.
Y se fue. . .Y LuHan subió las escaleras corriendo, para encerrarse de nuevo en su habitación.
Cuando se despertó de nuevo tenía tanta hambre que sentía náuseas.
Eran las nueve de la noche y no había comido nada desde el día anterior, teniendo en cuenta que la última comida la había vomitado. Se dio vuelta sobre la cama y le silbó la panza cuando le llegó a la nariz un aroma apetitoso. Sobre su escritorio había una bandeja repleta de comida. EunHyuk la había dejado allí mientras él dormía. En los platos había pescado frito, papas, ensalada, pan, arroz y flan. LuHan comenzó a comer con glotonería. Un trozo de pescado, un tenedor lleno de papas, varias cucharadas de arroz, un bocado de pan, más papas, más pan. Cuando terminó de comer, vio que debajo del plato del flan había una carta. Era la cuidada caligrafía de EunHyuk.
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El tiempo que quieras.
Fanfiction¿Qué sucede cuándo eres adoptado y recibes el rechazo de tu ''Padre''? ¿Cuándo eres homosexual pero el solo mencionarlo provoca en tu adoptador una repulsión? ¿Cuándo tu única aliada, amiga y madre fallece? ¿Cuándo te sientes solo y quieres desapare...