17 Kilómetros

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Era una estación auto-servicio. Me bajé del auto y lo recargué de combustible, pagué con mi tarjeta de crédito y entré a la tienda para conseguir más café y algo de comer.

La señora que atendía parecía estar cansada. Bueno, eran casi las cuatro de la madrugada, y seguramente había trabajado toda la noche y madrugada, por lo tanto, no sería la clienta mejor atendida. Pero yo solo quería café.

─Quiero un capuccino cargado, por favor.

─No vendemos capuccino. ─Dijo mientras seguía leyendo la revista que tenía en las manos.

─¿Un americano?

Ella no dijo nada. Solo se dio la vuelta hacia la pequeña máquina de café a prepararlo. Volteó la mirada al darse cuenta que había olvidado preguntarme el tamaño de mi café. Era como algo automático en mí, que me extrañó no haber recibido la pregunta antes.
─¿De qué tamaño? ─Preguntó con pocos ánimos.

─Grande. ─Respondí.
No había un tablero en el cual me mostrara el precio del café y sus tamaños.

Esperaba que los seis dólares que llevaba conmigo me alcanzaran para salir de esa tienda con mi café, y si fuese posible con algo para comer. O que aceptaran tarjeta de crédito. La señora volvió con mi café en la mano y puso frente a mí el recipiente con las bolsitas con azúcar. Tomé tres.

─¿Cuánto es? ─Pregunté esperando que me dijera cualquier cantidad debajo de seis.

─Cuatro con cincuenta.
Entregué cinco dólares y dudaba en comprar algo más.
─Quiero un dorito. ─Dije finalmente decidiéndome.
Ella me lo entregó junto con el cambio, el cual eran algunos centavos.

Oficialmente me había quedado sin dinero.

─Gracias. ─Dije saliendo de la tienda y volviendo a mi auto.

Di un sorbo a mi café cargado, pero hubiese preferido un capuccino. Ya qué. Arranqué el motor del auto y con un tanque lleno, me dispuse a llegar a mi destino.

Vi por el retrovisor que otro tráiler venía detrás de mí. Aceleré para dejarlo atrás, pero éste parecía tener mucha prisa. El tráiler intentó alcanzarme y rebasarme. Pisé con más fuerza el acelerador y me di cuenta que estaba haciendo lo que mi padre me había dicho que era peligroso hacer cuando me enseñaba a conducir. Estaba yendo en la última velocidad sin precaución alguna y no preparada para algún frenazo repentino. Disminuí la velocidad lentamente y el conductor hizo sonar su bocina, así que yo hice lo mismo. ¿Qué le pasaba? Vi por el retrovisor que se trataba de un tipo con un aspecto poco confiable. Su cabeza estaba rapada y traía puesta una camiseta blanca a esa hora de la madrugada. Él aceleró con fuerza y posicionó el tráiler justo al lado de mi pequeño auto a la par de ese animal enorme.

─Dulzura, necesitas clases de manejo. ─Me dijo el tipo riendo desde su lugar.

Me sentí oficialmente ofendida. Había tenido el mejor maestro de conducción, mi padre. Y un tipo tonto no vendría a decirme que no había aprendido bien. Puse los ojos en blanco y lo vi con desaprobación. Aceleré para provocarlo aún más, lo cual no era buena idea, puesto que por el tamaño del tráiler que conducía podía mandar a volar a mi bebé.

─¿Quieres jugar? ─Gritó.
Él aceleró con fuerza y me vio con ojos desafiantes.

Yo solamente reí. Mientras lo veía retándolo aún más, descuidé mi camino. Otro estúpido tráiler iba demasiado lento delante de mí.

Presioné el freno con fuerza mientras el tipo calvo avanzaba riéndose de mí. Avancé de nuevo, pero esta vez un poco más lento, no quería morir en mi intento de encontrar paz, precisamente para morir en paz. Y menos en ese lugar. Así que dejé al tipo calvo ganar e irse, mientras yo intentaba rebasar de nuevo a ese lento tráiler.

Vi la hora de nuevo y no eran ni siquiera las cuatro de la mañana y pensé que en unas horas estaría en ese lugar, probablemente llegaría hasta su casa, y lo vería. Vería esos ojos simples, pero yo los comparaba con mi vicio más grande. Los granos de café.

20 Kilómetros Para Llegar A Casa [Suspendida temporalmente]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora