Tengo que admitirlo siempre me gusto el peligro y todo lo que ronde un misterio, una adrenalina. Y él era todo eso para mi. Él fue como haber probado una droga y haberme vuelto adicta al instante. Me volví dependiente de él al momento en que lo bese, y aunque no lo esperaba pasó. Resolvimos que íbamos a seguir viéndonos, cuando podamos, quizás dos a la semana, quizás dos veces al mes. Pero lo íbamos a seguir haciendo, porque nos gustaba y ninguno de los dos se arrepentía.
Cada encuentro era sumamente diferente y a la vez igual. Hacíamos las mismas cosas algunos días, otros cambiábamos los lugares, nos exploramos el uno al otro. Nunca nadie estuvo tanto tiempo, más allá de la intermitencia, con él y básicamente yo nunca antes había tenido este tipo de relación con alguien. Era nuevo para los dos. Iba a ser fácil ocultarlo fue la obvia suposición que hice pero no era así, no con él.
No se si tiene miedo de sus sentimientos, no puedo afirmarlo ni negarlo, pero se que él no puede mostrarse con una imagen de debilidad. No puede dejar de ser el macho del que tanto se jacta, por lo menos no para su imagen publica. Eso fue emocionalmente chocante para mi. La relación publica de amistad inquebrantable que teníamos desapareció. Él cambió. Se persiguió creyendo que si seguíamos como antes los demás se iban a dar cuenta y ya nada fue igual.
Nuestra convivencia en el curso era buena mientras no intercambiemos palabras, a partir de ahí sino eran todo plenas discusiones y constantemente llevarnos la contra. En cambio nuestros cruces de miradas me paraban en seco, sus ojos me llevaban a su habitación, a su cama y mi mente divagaba. Así también después cuando estaba conmigo era todo lo que yo pudiera pedir. Me besaba y sentía su necesidad de mi. Me tocaba y hasta mi hormona más dormida se despertaba. Hasta ese momento todavía no había reaccionado de todo lo que estaba pasando. Nuestros encuentros casuales en parte son algo de lo que no me puedo desligar.
Y se supone que sería en secreto pero no pude con ésto. O eso creí. Todas mis emociones estaban a punto de entrar en un colapso y necesité confiar en alguien. En ese momento mi persona de máxima confianza termino siendo mi peor enemigo. Lucas, 2 años más chico que yo, Virginiano, capaz de alegrarme la vida en un audio de 6 segundos de WhatsApp cantandome, pero esa tarde no iba a ser así. Le conté todo, no achique en detalles sobre el primer encuentro. Confíe ciegamente en el y me traicionó. No lo hizo por el mero hecho de traicionarme, lo hizo porque creyó correcto decircelo a una amiga de ambos que estaba enamorada del chico en cuestión y que él en su momento con un beso le había hecho sentir una correspondencia. Pero nunca fue así, a él no le gusta una sola chica, le gustan las mujeres en general, pero Lucas no podía soportar eso y tuvo qué hablar.
A partir de ese momento aprendí un par de cosas. Si bien yo asumía y aceptaba una relación sin compromiso, tenia que entender que a él no le importaba yo como ser con sentimientos, así que lo mejor era no tenerlos. Y que perder a una "amiga" porque te revolcaste con tu mejor amigo no iba a ser un problema para mí. Lo había hecho y no le podía mentir diciéndole que estaba arrepentida, cuando en secreto él y yo nos seguíamos viendo. No podía ser tan hipócrita.
Estaba extasiada como un bebé con juguete nuevo. Los primeros encuentros quería gritarselos y contarselos al mundo. Aunque me sintiera sucia y perturbada. Quería que todo el mundo supiese lo que pasaba entre nosotros mientras "merendabamos" o "dormíamos siesta".