La observaba todas las noches mientras dormía, se puede decir que la acosaba, pero lo único que yo quería era sentirla cerca...
Coincidía siempre con ella en el instituto, y ella, sin saber del sentimiento que en mi afloraba al ver sus ojos, me dirigía sus tiernas miradas una y otra vez.
Era absurdo negarme a mí misma lo que sentía, al igual que negárselo a ella o al resto del mundo, por eso decidí contárselo.
Apesar del miedo de sufrir su rechazo, saqué fuerzas y me dirigí a clase convencida. Por desgracia, esa mañana ella no acudió a clase, ni a la mañana siguiente, ni la siguiente...
A la semana su ausencia se me hacía insoportable. Insistí en saber la causa de su falta mas nadie supo responderme, pero justo en el momento en el que creía volverme loca entró el conserje por la puerta de la clase y nos dijo que ella, mi amada, había sufrido un terrible accidente y que no acudiría más a clase.
Nada más oír esas palabras me sentí como si el corazón me explotara, y dejando atrás los cuchicheos de mis compañeros abandoné las clases y me dirigí al hospital.
Allí estaba ella, preciosa y dormida como todas aquellas noches en las que la había estado observando.
Me senté a su lado e intenté cogerle la mano, pero cuando mi piel rozó a la suya me derrumbé, lloré con todas mis fuerzas y al oído le susurré lo que sentía.
Desde entonces empecé a acudir al hospital todos los días, día tras día durante dos largos años, hasta que en la mejor mañana de mi vida ella abrió sus hermosos ojos, se levantó de la cama y me regaló el mejor beso que jamás me han dado.