La sangre nunca tocó el suelo. Dómino Meryl yacía en el piso del apartamento 434 en el 6to piso del Edificio Moore. Las puertas del balcón estaban abiertas de par en par para que las ráfagas de viento movieran todos los adornos que deberían alegrar ese día. Serpentinas, globos y banners con los mensajes de congratulación en otro idioma estaban ya tirados en el piso. Los grandes muebles de terciopelo gris estaban intactos y sumamente limpios, efectivamente ese mismo día Dómino los había limpiado con vapor de agua. La pequeña mesa de madera que estaba rodeada por los muebles tenida un llamativo centro que consistía en un florero de cristal con rosas rojas recién puestas acompañadas de cada lado por dos adornos metálicos negros y largos que sobre sus bases de madera hacían un hélix para terminar en plato donde reposaban los anchos cilindros de cera blanca. Dos hermosos rectángulos y un cuadrado de madera, delimitaban paisajes congelados de tierras lejanas jamás visitadas, estas imágenes colgaban en las inmaculadas paredes blancas las cuales Dómino había limpiado con ahínco ese mismo día, antes de limpiar los muebles.
Aquel día Dómino Meryl cumpliría 30 años y estaba preparando una fiesta, todo iba bien. Varias personas, las imprescindibles y las que estaban en la lista por compromiso, habían confirmado su asistencia. Las tarjetas de Dómino tenían cupo hasta la siguiente vida. Compró tequila para las mujeres, whiskey para los viejos, brandy para los homosexuales pomposos, vodka para las putas de la oficina, algo de absenta y un paquete de polvo espacial para que ella y Sigmund pudieran tener una noche como alguna otra. Llego a su casa muy temprano, los invitados llegarían en cuatro horas, se ducho, comió algo y no pudo soportar la tentación de la absenta mezclada con aquel polvo insípido. Tomó un vaso e inhaló un poco de polvo, no satisfecha volvió a hacerlo reiteradas veces hasta la mano de Sigmund la detuvo y juntos tuvieron una noche en cielos marinos y un suelo hecho de nubes, una noche con faroles que alumbran con las luces del arcoíris, volaron con alas de papel y nadaron piscinas de yogur, corrieron por un campo cubierto de flores y césped hechos de gomitas masticables. Bajaron un par de estrellas del firmamento y se las metieron a la boca que, como supernovas, explotaron en la boca. De un salto tocaron el cielo y cayeron como plumas sobre el mar y corrieron uno tras del otro desnudos sin hundirse hasta que en la las estrellas cayeron sobre ellos y su refugio se encontraba del otro lado de un majestuoso puente de cartón que los llevó hasta la vía láctea y en ella bailaron flamenco al son de cáncer y sus pinzas, sagitario y virgo cantaban mientras los gemelos se las ingenian para tocar una guitarra. Se montaron sobre leo y este los llevo a la tierra, pero al tratar de tomar la mano de Sigmund, Dómino notó que él seguía bailando en el cielo. Entonces lo vio.
No había nada que ella pudiera hacer después de ese momento, ese momento cuando las palomas carmesí salieron en manada de su nido, la cabeza de Dómino. La bala había entrado y había salido a la velocidad de la luz. Recordó que Sigmund nunca despertó después de aquel primer viaje que hicieron juntos pero en cada viaje que ella hacia sola él siempre aparecía y había un momento en el cual recordaba que él ya no estaba a su lado y todo volvía a la normalidad. Entre las cosas viejas se Sigmund encontró una Glock 17 cargada. Desde que la vio siempre supo cual sería su uso definitivo. Esta vez soñaría siempre con él. No era nada egoísta, planeo todo para que justo el día de su cumpleaños también se recordara el día de su muerte. Su única preocupación, al abrir fuego, fue no manchar todo lo que había limpiado pero quizás lo único que dejo atrás fue una especie de Pollock cubriendo sus paredes.
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