Regeneración

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Soy un criminal, por qué negarlo. Un criminal convicto, para más datos. Hace ya 12 años que estoy en "la caja". Pero mientras mis delitos originales no tenían justificación alguna, éste, el último, después del experimento, está plenamente justificado señor juez.

Quizá cuando usted sepa lo que sucedió me exonere de los cargos, o al menos me conmute la pena, considerando los atenuantes.

Todo comenzó hace aproximadamente seis meses. Estaba yo en reclusión solitaria por tratar de degollar a un recluso que me había faltado al respeto. En esa situación, encerrado en una habitación sin ventanas ni iluminación, en silencio absoluto, es muy fácil perder la orientación y el sentido del tiempo. Así que no puedo decirle cuanto tiempo estuve allí. Supongo que bastante, porque los olores que emanan de un cuerpo humano sin higiene tienden a impregnarse en las ropas y las paredes. Y créame, estaban bastante impregnados cuando me vinieron a buscar.

Dos guardias del tamaño de un ropero pequeño me sacaron gentilmente, para sus estándares, de la celda y me llevaron por el corredor que conduce a la oficina del director. En el camino pasamos por el baño y con las mangueras me pusieron un poco mas presentable.

Las descascaradas paredes del corredor, de un blanco sucio, me lastimaban los ojos después de varios días en la oscuridad más absoluta. Mis oídos también estaban extremadamente sensibles.

Llegamos a la oficina del director, ese hombrecito pequeño que podrá apreciar al fondo de la sala, el del fino bigote negro. Había allí dos personas más, de pié, que no me fueron presentadas.

—Siéntese, señor Stefanis— me dijo el director. Tomé asiento en una endeble silla de madera, frente a su escritorio, un guardia estaba detrás mio y otro junto a la puerta.

Abrió la carpeta que tenía sobre su escritorio, presumiblemente mi prontuario, y comenzó a leer, lanzando ocasionales exclamaciones.

—De modo que es usted un ladrón y estafador bastante prolífico por lo que veo— me dijo.

—Modestamente— respondí sin querer parecer soberbio, aunque algunos de mis trabajos son de antología.

Apartó la carpeta a un costado y me miró fijamente cerca de un minuto. Las otras personas que estaban en su despacho ni se movieron.

—Bien—dijo por fin.—Estas personas están aquí para hacerle una propuesta. Espero que los escuche con atención y piense antes de responder. Mi parecer es que usted no debería dejar esta institución en lo que le resta de vida, que es bastante poco al ritmo que hace enemigos, pero tengo instrucciones de colaborar con ellos, así que... los dejo para que conversen.

Se levantó y salió de su oficina. Pero ambos guardias se quedaron.

Miré a los visitantes. Uno era un hombre grande, de unos sesenta años, completamente canoso y de mirada penetrante. Sus ojos verdes parecían desmenuzarlo a uno en partes minúsculas y analizar detalladamente cada una de ellas.

La otra persona era una mujer, de edad incierta, pero seguramente más de cuarenta, pelo negro recogido en un tirante rodete sobre su coronilla. Vestía de manera muy formal, al punto que mas parecía una institutriz que otra cosa.

—Tenemos una propuesta para usted —dijo la mujer.—Tendrá la posibilidad de salir de este lugar y empezar su vida nuevamente. Nueva identidad, todas sus penas canceladas. Pero debe hacer algo por nosotros.

—¿Y qué debo hacer, matar a alguien?—dije tratando de parecer gracioso. La gélida mirada de la mujer me detuvo en seco.

—Debe regenerarse—me respondió—. Completamente y a nuestra satisfacción.

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⏰ Última actualización: Apr 25, 2016 ⏰

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