La tercera guardia siempre era eterna, el tiempo se detenía por completo y el universo entero conspiraba para quitarte cualquier distracción. En esa situación uno comenzaba a vagar por los corredores de la menta, sin rumbo y sin motivo, buscando, inútilmente, algo en que posar la atención.
En ese estado se encontraba Bart Carrigan. Era un trabajo importante, y lo sabía. Los faros no solo son útiles, muchas veces son lo único que separa un navegante extraviado de una muerte segura. Pero aún así... odiaba la tercera guardia.
Se preparó una taza de café, negro, bien cargado, para que lo ayudara a despejar su mente.
— Somos solo tu y yo — le dijo a la gigantesca máquina que controlaba el faro —, solo nosotros dos y la infinidad allí afuera.
En una especie de acuerdo tácito todos saben que los guardafaros hablan solos. Necesitan el eco de las viejas paredes para no sentirse solos. Corren algunas historias indicando que los faros se diseñan, desde tiempos inmemoriales, de forma que produzcan ecos, aún cuando eliminarlos hoy en día es extremadamente simple.
Pero a esos hombres se les pueden permitir algunas excentricidades, después de todo, están solos, cargando a sus espaldas la seguridad de innumerable cantidad de navíos.
Tomó un libro del estante y se puso a leer, pero solo algunas páginas después se cansó y lo depositó sobre la gastada mesa.
Revisó la bitácora. Nada, ningún tráfico programado para el día de hoy.
— Va a ser una noche muy aburrida — pensó en voz alta.
Revisó el historial de reparaciones pendientes, esperanzado de que al menos pudiera entretener su manos en algún menester, mínimo por supuesto, las reparaciones importantes requerían equipos completos de trabajadores, pero no encontró ninguna. Por puro ocio decidió controlar nuevamente las funciones del viejo faro. Eso lo entretendría al menos una hora.
Bajó al sótano, ocupado casi completamente por las enormes baterías. Revisó los bornes, los cables y los transformadores. Luego verificó el nivel de cada una de ellas, constatando que estaba todo correcto.
Siguió los paneles de las paredes verificando que llegar alimentación a cada uno de ellos.
Lentamente subió las escaleras, descansando la mirada en las estrellas que brillaban en la sólida oscuridad, tras las gruesas ventanas de la torre.
Subió hasta la cúpula, donde descansaban las enormes lentes del faro. La visión por sí sola era suficiente como para que olvidara la depresión que le causaba la tercera guardia, era una visión de tal belleza y majestuosidad que parecía tirar del alma, elevándola sobre las cosas mundanas, las que parecían ridículamente pequeñas e irrelevantes.
Sobre su cabeza el techo negro del firmamento, como un negro manto con pequeños agujeros, a través de los cuales se vislumbraban los resplandores de innumerables soles.
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Compendium Imaginatus
Ciencia FicciónCompendium Imaginatus es una colección de relatos que se han ido escribiendo con el correr de los años. Relatos que varían en extensión y en temática, pero que tienen como eje común la eterna pregunta de la ciencia ficción: ¿Qué pasaría si? Algunos...