Parte I

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La ventana de su habitación estaba abierta. Probablemente la dejó así para refrescarse un poco.
(Mala elección pequeña)
Aquella era una calurosa noche de verano. Hasta la mínima brisa era una bendición. Se llamaba Sofía Ramírez y era una hermosa joven de aproximadamente 19 años. Tenía los ojos grises y el cabello tan largo que parecía una cascada de chocolate. Era delgada y de regular tamaño. Perfecta para mi macabro propósito.
La seguí aproximadamente por un mes y medio. Sabía su horario, incluso la hora exacta en la que se despertaba y como sufría para levantarse. Lo sabía todo. Pero vamos, amigo, cambie esa cara, fue usted quien me pidió que le contara mi fatídica historia con lujo de detalles. Sé que puedo ser algo diabólico pero no es para tanto. Aún no le he contado lo peor.
Podía verla a la perfección desde donde me encontraba. Protegido por la oscuridad de la noche y por un enorme arbusto, ubicado exactamente al frente de su diminuta casa. Y aunque la habitación solo estaba iluminada por la débil luz del televisor y ella se encontraba de espaldas, pude notar que reía mientras miraba alguna película cómica, por la forma en que sus hombros subían y bajaban.
( Lamento que tu alegría no dure mucho)
Todo estaba listo, la luna sería la única testigo de lo que pronto se desataría. Empuñé mi navaja y corrí tan rápido como mis pies me permitieron, llegué hasta su ventana y me escondí detrás del marco. Incliné la cabeza para poder verla mejor. Ni siquiera se inmutó. Al parecer lo que ocurría en aquél programa era sumamente importante. Debo confesarle que al verla así, tan frágil como una muñeca de porcelana, me vi invadido por un repentino sentimiento de compasión, que desafortunadamente para Sofi -me atreví a llamarla así- no duró lo suficiente como para retener e inhibir aquella necesidad irracional de sangre y venganza que mi mente pedía a gritos. Sí, amigo, escuchó bien: "venganza". ¿Cómo dice? ¿Qué ella no me hizo nada? Pero es que acaso no se da cuenta, creo que no esta entendiendo el "por qué" de todo esto. No se apure, lo entenderá a su debido tiempo.
Tomé impulso y sin mucho esfuerzo logré entrar. El sonido que ocasionó el peso de mi cuerpo contra aquel piso de madera, la sobresaltó. Intentó pararse y gritar; pero inmediatamente me abalancé sobre ella imponiéndoselo. Le tapé la boca con la mano derecha mientras que con la otra la sujetaba firmemente de la cintura.
Me encorvé un poco debido a mi altura y le susurré al oído que dejase de luchar y que no gritara. Obviamente no le dije que no le haría daño, porque eso sería darle falsas esperanzas; y yo, como usted ya lo notó, odio mentir.
La muchacha estaba paralizada, al darle vuelta puede ver en sus ojos el horror que mirarme le provocaba. Ver a un hombre irrumpir en tu casa debe ser aterrador, pero ver a un hombre con el rostro totalmente desfigurado debe ser aun peor.
La forma en la que Sofía me miraba me recordó la mirada de prácticamente todas las mujeres que conocí. Tener el rostro quemado, lleno de cicatrices y con la nariz desviada no es algo que realmente atraiga admiradoras. Las mujeres me miraban con repugnancia. Y créame cuando le digo que ser víctima de constantes burlas y humillaciones; y lo que aún es peor: que todo eso ocurra en la infancia y adolescencia, puede desatar un infierno dentro de ti. Fue eso, exactamente; lo que ocurrió conmigo.
¿Está seguro? En verdad quiere saber cómo fue que termine así. Dudo mucho que quiera averiguarlo. Me sorprende, es usted realmente valiente. De acuerdo, la historia de mi infancia no es del todo agradable. Fui aborrecido aún antes de nacer. Mi madre quien en aquel entonces era apenas una jovencita, muy hermosa -cabe redundar- fue víctima de una violación y no una cualquiera; su propio padre, mi abuelo, quien al mismo tiempo es mi progenitor, fue quien la ultrajó - probablemente ese hecho fue el que en cierta forma causó mis "pequeños problemas psicológicos"- y no contento con ello, la torturó repetidas veces. No sea masoquista, amigo, no entraré en detalles.
Mi madre, después de enterarse que estaba embarazada, quiso matarme aun sin siquiera conocerme - aunque hubiera sido mejor para la sociedad- pero fue gracias a mi abuela que estoy aquí, en este tétrico lugar, contándole mi historia.
Un 25 de diciembre nació un niño en perfectas condiciones. Curioso, verdad. Nadie pronosticaba que ese mismo niño sería uno de los asesinos seriales más buscados por el FBI. Lo siento, a veces suelo salirme de contexto, continuemos. Nunca fui un niño feliz, mientras que los demás jugaban a la ronda, a mí me tocaba presenciar las constantes golpizas que mi madre recibía por parte de su "nueva conquista"- Amadeo-. Al principio solo sucedía cuando él se embriagaba pero que con el paso del tiempo se fueron haciendo cada vez más usuales. Los gritos de terror de mi madre provocaban en mí un miedo paralizador y a la vez impotencia por no poder ayudarla.
Cuando cumplí diez años, mi madre decidió, por primera vez en mi vida, celebrar la navidad. No puedo describir la alegría que sentí aquel día -la primera y última vez, porque no recuerdo haber sonreído de nuevo- al ver a mi madre con aquel vestido blanco, tan hermosa cual si fuera un ángel, riendo mientras abrazaba a Amadeo, con el rostro sudoroso por haber bailado tanto. Mi "querido" padrastro, por otro lado, no cesaba de abrir cervezas utilizando como palanca el borde de la vieja mesa.
No pude evitar pensar que aquella noche,mi pobre madre la pasaría muy mal. Y tal como lo pronostiqué, cuando empezaba a oscurecer, Amadeo desquitó su furia contra ella y aquel hermoso vestido blanco que antes lucía impecable, se llenó de manchas rojas, provocadas por la nariz rota de mi adolorida madre. Acurrucado en una esquina presencié aquella masacre. Observaba aterrorizado como los brazos de Amadeo se elevaban para luego bajar -con una rapidez alucinante- en forma de puño y aterrizar, una y otra vez, en el rostro de aquella mujer que me dio la vida.
¡Venga, hombre! ¿Está usted llorando? Guarde las lágrimas, que aun no le he relatado lo peor.
Al ver que ese hombre -ahora convertido en un mounstruo- estaba a punto de matar a mi madre, me llené de valor y me lancé contra él, atestando golpes inútiles en su enorme y robusta espalda. Tiene razón, fue algo estúpido para un niño de 10 años. ¿Pero qué quería que hiciese? Si Amadeo la golpeaba una vez más, le puedo asegurar que ella no lo hubiera soportado. Como le iba contando: Los débiles golpes que lanzaba contra él parecían divertirle. Dejó de golpear a mi madre y centró su atención en mí. Y como si de una mosca insignificante se tratase, logró -con mucha facilidad- derribarme y al ver que ya no ofrecí resistencia, volvió a ocuparse de mi madre. Una furia inexplicable se apoderó de mi ser. Busqué rápidamente con la mirada algún objeto contundente con el cual golpear. La larga y delgada barra de hierro con la que asegurábamos la puerta, llamó mi atención. Sigilosamente me fui acercando y al ver que tenía una oportunidad, la agarré firmemente como a un bate de béisbol y le propiné, con una fuerza impropia de un niño, un certero golpe en la nuca. Inmediatamente cayó de rodillas, aturdido; y fue entonces cuando el otro ser se apoderó mí. Literalmente, me abalancé sobre él, alcé mi pulgar derecho y lo introduje en su desorbitado ojo. Oí extasiado su grito de horror e invadido por una sensación de euforia, quise hacer lo mismo con el otro ojo. Pero de repente, el dolor se apoderó de mí, una repentina oleada de ardor y picazón extremo llenó cada parte mi rostro. Grité por el terrible sufrimiento que aquello me provocaba. Dirigí mis manos temblorazas hacia la fuente del dolor, como si aquello pudiera aliviar lo que sentía; y al girar, muy aterrado, comprobé lo que sospechaba: Una sartén vacía colgaba de la ensangrentada mano de mi madre. Por un momento no pude asimilar lo que ocurría, mis parpados quemados me impedían ver con claridad. Acto seguido, la misma barra con la que antes golpeé a Amadeo, aterrizó en mi cara. Después de eso, todo se volvió borroso y perdí la conciencia.
No estoy seguro cuanto tiempo tardaron mis heridas en sanar pero lo que sí puedo asegurarle es que las heridas causadas por la traición de mi madre, nunca lo hicieron. La poca esperanza de poder ser feliz -que aún conservaba a pesar de los duros y trágicos momentos que viví- se esfumó en el preciso momento en el que me vi reflejado en el espejo. Y fue así como a la corta edad de diez años, quedé completamente desfigurado. Las burlas de las que fui víctima más adelante, endurecieron mi corazón y lograron convertirme en lo que todos pensaban que era: un mounstruo.
¿Está usted contento? Bien, ahora que sabe la desafortunada historia de mi infancia y la principal causa de mis trastornos... ¿Puedo continuar?
Como le contaba: La mirada de Sofía me recordó la mirada de todas las mujeres que conocí, empezando por mi madre, claro está. Sus ojos no sólo reflejaban miedo y terror sino que también asco y desprecio. Eso ocasionó que me llenara de furia. Levanté mi brazo derecho y le atiné un fuerte golpe en el rostro que inmediatamente la dejó inconciente. Seguidamente la amordazé con un pañuelo desteñido que encontré tirado en el sofá para evitar que gritará, saqué del bolsillo izquierdo de mi pantalón a mi amada soga -quien sería testigo de mis crímenes más violentos-, y le até firmemente los pies y las manos a una vieja silla de madera.
Aquella noche no fue una de las mejores, por momentos me sentía conmovido y aturdido sin saber realmente que hacer, el rostro de mi madre y su mirada vacía aparecían por intervalos en mi mente, recordandome a cada momento lo ocurrido aquella Navidad.
Cuando despertó -aún aturdida- pude ver el horror en sus hermosos ojos grises. Era impresionante el parecido que tenían. Miró alrededor, intentando recordar lo ocurrido.
-¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres de mi?- preguntó asustada al tiempo que me examinaba detenidamente.
Al notar que no estaba dispuesto a responder empezó a suplicar.
<<Oh No, no supliques>>
- ¡Por favor, te lo suplico, no me lastimes!- dijo entre sollozos.
- Preciosa niña, no supliques. No haces más que incrementar -miré a un costado- mi enojo- dije calmadamente al tiempo que me levantaba del cómodo sofá en el que pasé la noche.

La Mente De Un AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora