Primer intento

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–Que sea "la nueva" no significa que me gustes.

–Vamos, Micaela, no seas tímida... sé que te mueres por mí.

–Ni siquiera sé tu nombre, aunque tampoco me muero por saberlo. Nos vemos luego, stalker.

–¡Claro que lo sabes! Te lo dije hace cinco minutos... ¡Irás conmigo a la fiesta del 29! –grita Tiago mientras me alejo caminando como una diva (totalmente a propósito).

Sí, yo soy la nueva. Sí, Tiago es el "chico malo" y mariscal de campo (¿en qué deporte se supone que están los mariscales de campo? ¿Baseball? Ni idea). No, él no me gusta en secreto. En serio, no me gusta. Yo no soy de esas chicas que "se hacen las difíciles", que ocultan sus sentimientos, que tienen problemas de autoestima, que son políticamente correctas, que son asexuales hasta que el chico de sus sueños les da bola... Yo, Micaela Miranda, soy solo una chica. Simplemente eso. Sin etiquetas, sin estereotipos, sin cojudeces... ¡Hola! Soy un ser humano. ¿No puedo ser simplemente eso sin la necesidad de estar encasillada ridículamente en una monótona categoría?

–¿Qué te dijo? –me pregunta Isaac con timidez.

Él es mi mejor amigo, por cierto. No desde hace mucho tiempo, claro está. Lo conocí en los cursos de nivelación que tomé en verano para poder ingresar. Ambos somos un asco en matemáticas y es por eso que me cambié de colegio: desaprobé este curso durante tres años.

–Ya sabes, lo de siempre –le respondo, haciendo un ademán con la mano para restarle importancia–. Que "acepte que me muero por él" y todo eso...

–No entiendo por qué no te deja en paz...

–¡Yo tampoco! ¿Acaso no se aburre? Ni que fuera Afrodita.

–Micaela, pero si tú eres...

–Sí, sí. Sé que tengo una gran retaguardia, pero aparte de eso...

–¡No iba a decir eso! –suelta mi mejor amigo, sonrojándose.

–Sabes que es cierto. Es realmente difícil no notarlo.

Él está a punto de protestar de nuevo cuando suena el timbre, señalando el fin del recreo.

–Nos vemos después de clases, Isaac.

–Eh... sí... claro... yo...

Obviamente no me quedo a escuchar lo que intenta decir. Isaac siempre hace eso: masculla frases cortas, temblorosas, carentes de sentido. Es como su sello personal. ¿Por qué será tan tímido? Supongo que nunca lo sabré.

Corro con dramática desesperación hacia mi clase, injuriando en voz alta. ¿Por qué carajos tiene que quedar tan lejos? Es como una maldición: siempre, no importa lo que haga, llego tarde a clases. Desde que ingresé a este colegio llego tarde a todos lados. ¡Es inevitable! Pero, por alguna razón, los profesores nunca me hacen nada. Extraño, ¿cierto?

Empujo la puerta del salón sudando como camionero, inhalando y exhalando a la velocidad de la luz. Me limpio el sudor de la frente con mi antebrazo y encaro a la profesora, esbozando la más desvergonzada de las sonrisas.

–Tarde de nuevo, señorita Miranda.

–Mejor tarde que nunca, ¿cierto? –señalo, guiñándole un ojo.

–Tome asiento.

Y... no me pasó nada. ¿Lo ven? ¡Qué conveniente!

Sigo sus indicaciones, escuchando silenciosas risas mientras avanzo entre las carpetas de mis compañeros. Me siento en la última fila, cerca de mis amigas. Las conocí en vacaciones, justo cuando me enteré que me trasladaba a este colegio. Una de ellas, Lu, es la hija de una amiga de mi mamá. Un día fuimos juntas a su casa de playa y me presentó a todas las demás integrantes del grupo. El vínculo entre nosotras se formó instantáneamente y hemos sido inseparables desde entonces.

–¿En qué página estamos? –le pregunto a Kiara.

–La verdad es que yo tampoco lo sé –se ríe y voltea hacia Valerie– ¿en qué página estamos?

–Ni idea –responde ella con una mueca de diversión, para luego inclinarse hacia la carpeta de adelante–. Lu, ¿en qué página estamos?

–No sé... creo que en la...

–¡Señoritas! –la interrumpe la profesora–. Como sigan así me veré obligada a separarlas.

–... ¿página 143? –susurra Lu.

–¡Ustedes lo pidieron! Kiara, siéntate allá; Valerie, dos carpetas más a la derecha. Lu, tú vas a la esquina.

–¡A la esquina no! –solloza Lu y todos nos burlamos.

–Micaela, tú te sientas al costado de Tiago.

El acosador me mira directamente a los ojos y se muerde el labio intentando parecer sexy. Menudo fracasado.

–¿Qué? ¡Pero si ni siquiera se sienta solo! –argumento, señalando a su compañero. Él no se ha dado cuenta de la situación: se encuentra muy ocupado dibujando en su mesa. Todos lo miramos fijamente. Creo que lo miramos demasiado fijamente, porque levanta el rostro con lentitud y susurra:

–Hola...

–Hola, Gabriel –contesta la profesora, perdiendo la paciencia– por favor, trasládate a esa carpeta –demanda, señalando una mesa en la lejanía del aula– y no la uses como lienzo, gracias.

Cuando todos nos reinstalamos en nuestros nuevos lugares y Lu vuelve de la esquina, la clase de Literatura –finalmente– comienza.

–Supongo que estaremos juntos durante lo que queda del bimestre –comenta Tiago con una cínica sonrisa.

–Sí, así parece.

–Tiempo más que suficiente para hacer que te enamores de mí.

–Eh... no.

–No niegues tus sentimientos, Micaela...

–Error 404: Sentimientos no encontrados.


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