I: Prostituta

22 0 0
                                    


El despertador sonó, devolviéndome a la realidad con su molesto pitido. Desperezándome, saqué una de mis manos por entre las sábanas, cansada. Me dolía todo el cuerpo, mi vida no era fácil pero a veces me consolaba pensar que tampoco lo eran las de los demás. Mi mano se dejó caer sobre el botón que apagaba la alarma, entonces el silencio me aplastó, más estruendoso que el sonido anterior, envolviéndome, ahogándome y recordándome con la crueldad que sólo la ausencia de sonidos y el tiempo pueden tener, que estaba sola.
Las seis, hora de que la rutina empezara, finalmente me despegué de las sábanas y comencé a andar por la habitación hasta el baño, donde me quité la ropa y sin esperar a que el agua se calentase un poco me metí en la ducha. Es mejor no llegar tarde cuando tienes jefes como el mío. El agua fría recorrió mi piel provocando que algunos hematomas dolieran más de lo debido. Casi había olvidado cómo había sido mi turno en el bar ayer. Casi.
Orgía de solteros. ¿Lo peor? Que eran sádicos y entre felaciones y penetraciones de todo tipo decidieron dedicarse al bondage, lo cual me desagradaba profundamente, pero simplemente tenía que aguantar, al fin y al cabo, era mi única opción, eso o aguantar la mordedura del frío y del hambre. Y muerden fuerte. Os lo aseguro.
Me dejé llevar por mis pensamientos mientras me secaba. Una enorme cucaracha pasó rozando mis pies, pero yo ya no podía sentir asco. No podía hacer nada sino acostumbrarme e ignorar estas cosas, suficiente que tenía un techo bajo el cual dormir. Vivía en un cuchitril, lo admito. Mi "apartamento" (Si es que se le puede denominar así) consta de una única y mugrienta habitación, a la que se accede a dos pequeños cuartos, uno es la cocina y el otro es el baño. Las condiciones son cuanto menos insalubres, hay cucarachas, escolopendras y otros insectos de los que ni siquiera conozco el nombre.
Un momento, ¿No me he presentado? Mi nombre es Mara, nací en un pueblecito de Soria y cuando terminé la carrera (Por si preguntáis, hice teleco), decidí venir a probar suerte a Madrid. Mis padres se enfadaron y se negaron a ayudarme económicamente y pronto me vi sin dinero en una ciudad absolutamente desconocida e inocente de mí, confié en Mario, uno de tantos chulos de sonrisa hipnotizante que vagan por las calles para captar a ilusas como yo y otras tantas.
En menos tiempo del que pude asimilar estaba metida en un lío considerable, yo que nunca me había visto con unos tacones ahora calzaba unas botas negras de aguja y la minifalda más ajustada que podía imaginar. Me encontré haciendo la calle, hiciera frío, nevara o granizara. Me encontré teniendo que follarme al primer desconocido que decidiera que yo sería la presa de sus depravaciones esa noche. Me encontré siendo sometida y violada en numerosas ocasiones.
Debo confesaros que al principio no soportaba el dolor y lloraba, pero pronto aprendí que jamás debía hacer eso. A los clientes no les gusta y si se quejan a Mario, él hará que sus reglas nos entren por la fuerza, buen ejemplo de ello es la marca que cruza de mi hombro izquierdo hasta mi cadera derecha. Una cuchillada. Un cliente dijo que yo gritaba demasiado.
Tuve que aprender a fingir, a fingir los orgasmos, a hacer pensar que sentía placer y el sexo se convirtió en una monstruosidad. Un hecho de placer desvirtuado hasta el dolor y el horror. ¿Y el amor? El amor era una treta que me trajo hasta aquí, pues Mario se encargó de que cayera bajo sus encantos antes de meterme en este mundo.
Terminé de vestirme, minifalda de cuero, dada varias vueltas para hacerla parecer más corta. Medias de rejilla, botas negras. Tops de vinilo que apenas tapaban mis pechos y al final, una leve chaqueta a fin de poder exhibir bien la mercancía. Hoy tocaba calle. Era pleno invierno y a mí me tocaba sobrevivir así.
Cogí el metro hasta "Casa de Campo" y recorrí el camino que tan bien sabía, Mario estaba fuera, hablando con otra de las chicas, sólo hizo un leve gesto de asentimiento con la cabeza y se fue. Me coloqué en mi lugar y para mi sorpresa, al poco tiempo un coche se paró delante de mí, me acerqué contoneándome y antes de que pudiera decir nada, unas manos me arrastraban con urgencia hacia el interior del vehículo, haciendo que mi ropa desapareciera en el proceso. Pronto me sentí penetrada, y dolía, lo hacía demasiado fuerte mientras arañaba el resto de piel que tenía a su alcance. Sentí que algo se rompía dentro de mí y me sentí sangrar. Sentí el semen de aquel tío mezclándose con mi sangre y acto seguido un fuerte golpe. ¡Me había tirado al suelo, desde el coche!, acto seguido arrojó un fajo de billetes al suelo que cayó a mi lado.
Y ahí estaba yo, sintiendo el contacto del frío suelo proporcionándome un poco de alivio. Sentí a las otras chicas gritar a lo lejos, pero mi visión estaba oscurecida y no podía verlas. Quería decirlas que ahora no me dolía nada. Pero no tenía fuerzas suficientes. Sólo quería dormir un rato. Dormir, sólo un rato.  

Historias del HampaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora