Where did you go?

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Fue en una tarde fría cuando lo perdí.

La luz del ocaso se hacía presente sobre los campos nevados, completamente blancos, que atravesamos juntos tantas veces; el bosque en épocas de invierno era algo que a él le encantaba presenciar y yo no podía negarme a acompañarlo. Después de todo no podía negar que disfrutaba de las caminatas, de pasar el tiempo a su lado y de ver cómo su blanca piel combinaba con todo el paisaje; y qué decir de esos ojos en todo dorado que hacía perfecto juego con el Sol.

Cosa que perduró hasta el último día de su vida.

Había tenido complicaciones de salud una noche antes, su corazón estaba muy débil y ya ni siquiera tenía la fuerza para colocarse de pie por sí mismo; sin embargo los deseos de atravesar el bosque seguían siempre presentes en él.

Sigo recordándolo...

« — Aominecchi, Aominecchi, ¡date prisa 'ssu! —Alardeaba él, como si todas las energías del mundo corrieran por su cuerpo, como si las bolsas debajo de sus ojos no delataran el cansancio que consumía su cuerpo; como si no viese esos labios morados, haciéndome recordar el rojo que tenían cuando los besé por primera vez. No me disgustaba, para nada, pues Kise siguió siendo hermoso hasta el final, pero sí podía sentir el dolor de verlo decaer... de ir perdiéndolo día con día.

— Geez... ten paciencia, esto es más difícil de lo que parece, idiota. Estás súper pesado, te has puesto gordo —Yo le reclamaba, mientras empujaba su silla de ruedas por el camino que había en el bosque, el cual guiaba hacia un prado en el que especialmente le gustaba estar.

Claramente mentía sobre su peso.

Kise siempre había sido alguien delgado, pero en estos últimos días...

Exhalé un suspiro, negando con la cabeza despacio mientras estiraba una de mis manos para acomodarle la bufanda que llevaba enredada en el cuello. La silla de ruedas se negaba a veces avanzar y tenía que pelear con ella a manera delicada para no lastimarlo con un movimiento brusco que pudiese ejercer. Así de débil estaba él.

— Cállate, Aominecchi, que lo que pasa es que tú eres un debilucho. —Acomodó su bufanda por mi movimiento; aún ahora sé que él quería ocultar el frío que tenía, pero los movimientos temblorinos de sus manos le delataban.

Volteó a verme y me dedicó una de esas sonrisas que me robaban un pedazo de vida en cada una de ellas, y las cuales no podía evitar corresponder de lado.

— Tienes razón. —Le dije, asintiendo entonces mientras empujaba el objeto con ruedas hasta entrar en aquella zona despejada de árboles.

Debido a la nieve era imposible que se vieran flores vivas en el campo, pero eso no hacía menos hermoso el lugar. Exhalé nuevamente y me eché sobre la nieve frente a Kise, observándolo mientras sentía cómo el frío iba marcándose en mi cuerpo, sintiendo que mi ropa se mojaba conforme la nieve se derretía por mi culpa. Aun así, sabía que ese frío que yo sentiría no era nada comparado con el que mi Kise estaba enfrentando.

Me sonrió nuevamente y yo pude notarlo.

Kise era mi flor en medio del campo nevado, y como la flor que era, estaba muriendo... aunque a diferencia de los girasoles, él no moría por el frío. Después de todo él siempre estaba temblando últimamente, en cualquier lugar, incluso a un lado de la chimenea.

Ah.

Me enderecé para quedar sentado y coloqué mi mano sobre las de él, para después estirarme y tomarlo de la cintura. El rodeó mi cuello con sus brazos y se echó sobre mí con poca fuerza, pero con toda la que él tenía; fingí que había logrado tirarme hacia atrás como en los viejos tiempos y ambos reímos un poco. Él acomodó su cabeza sobre mi pecho y yo lo rodeé con mis brazos.

Los dos sobre la nieve, juntos, con el sol cayendo sobre nuestros cuerpo aún, en el punto que más hermoso se veía, justo en el lugar donde tantos atardeceres habíamos visto juntos.

Ahí, las horas pasaron de una manera tan lenta y pacífica, pero a la vez demasiado rápidas para poder disfrutarlas por completo. Era como si el tiempo estuviese jugando con nosotros; entregándonos el placer de sentir que eso jamás acabaría, pero al mismo contando cada segundo como uno menos. Era... complicado.

Bajé mi mirada hacia él, pude ver que cerraba sus ojos, que su respiración ya era costosa y que poco a poco se hacía más calmada. Mi corazón latía con una fuerza impresionante (ojalá hubiera podido darle un poco de mi fuerza cardiáca), mi propia respiración sentía que iba a cortarse, ojalá hubiera sido así.

Él sonrió tan suave como siempre y vi como el último rayo de luz caía sobre su rostro al tiempo que abría sus labios para susurrar un te amo. Un te amo que duró lo mismo que esa luz del Sol, ¿y después? Todo estaba oscuro... »

Todavía me pregunto si para Kise fue igual en ese momento.

¿Habría perdido la luz del Sol o una nueva había aparecido? El consuelo que los demás me daban era a segunda opción, y era la que más me gustaba imaginar.

Que Kise había encontrado una luz mucho más brillante que esa que veíamos juntos, que había encontrado un lugar con más paz que el que compartíamos y que una persona le cuidaba como yo cuando lo tenía entre mis brazos.

Ese día su corazón dejó de latir, ese día su vida se fue mientras estaba entre mis brazos, y tal como estábamos, unidos, se llevó también la mía para hacerle compañía... Lo raro es que a pesar de sentirme muerto, mi corazón aún latía, las lágrimas estaban saliendo de mis ojos y tenía la suficiente fuerza para apretarlo con fuerza a mi cuerpo. El dolor estaba presente también, haciéndome recordar que, aunque no lo deseara... yo aún estaba con vida.

Cornerstone. [AoKi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora