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Dicen las malas lenguas, que la oveja negra comenzó a alejarse de su familia, cuando les confesó que quería estudiar filosofía en la universidad. Aquella disciplina, aclamada en otras décadas y por otras sociedades, era la último que su familia podía esperar de ella. ¿O no era insultante para generaciones y generaciones de letrados que aquella brillante luz de diecisiete años se decidiera por el logos, antes que por aquellas normas concretas de las que ellos vivían?

Otros dicen que lo hizo, porque para sus adentros, se sentía humillada e inferior a aquellos seres con los cuales se relacionaba por sangre. Que la familia con la que se crió hablaba sobre ella a sus espaldas y aquellas personas con las que solía verse más seguido, preferían hacerla sentir que le faltaba algo más para ser como ellos.

Cualquiera fuera la verdadera razón, un día mundano, la oveja negra se encontró a sí misma arriba de un avión, escapando de su familia y su hogar, buscando no solo refugio, sino una nueva vida, un nuevo lugar donde comenzar. Saber, sabía que era más capaz que todos aquellos que un día la habían criticado, y en el fondo, era superior. Y no quería terminar siendo "una más", sino que una "distinta".

Y es por eso, que ahora la oveja negra caminaba por las frías calles de su nuevo barrio, cargando su pesada mochila, mientras tapaba su boca y nariz con su bufanda. El frío era inhumano, o al menos inhumano para ella. Aún así, hizo un último esfuerzo para llegar a su hogar. Deseó que el ascensor no estuviera roto, así no tendría que usar las gélidas escaleras que la conducían a su pieza, tres pisos más arriba.

Y para sus suerte, no estaba roto. Marcó el tercer piso, y en materia de segundos, estuvo en su piso. Los pasillos tenían un olor concentrado a cigarro y humedad, y la única ventana común estaba entrada, por lo que un charco se ubicaba a sus pies. Apartamento n° 302. Sacó las llaves y abrió.

Al entrar, no la inundó un sentimiento de bienestar al estar en casa, sino que más bien, se sintió pequeña frente a la inmensidad del mundo que tenía delante de ella, y al que recién había dejado atrás. Tiró su mochila en el sillón, y se fue hacia la pequeña cocina a prepararse un té, para tomar mientras estudiaba.

Armonía. Hegel. Según él, la belleza se presentaba en la naturaleza a través de tres conceptos. Uno de ellos era la armonía, aquello que había escogido para estudiar. Con la taza de té poco más que hirviendo en sus manos, sacó el libro que había sacado aquella tarde de la biblioteca, y se sentó frente a su escritorio para comenzar su análisis.

Poco pudo avanzar, cuando su celular vibró. Se levantó para silenciarlo, pero vió de quien era el mensaje y se rehusó a hacerlo. Él.

"Abrí la puerta". Y ella hizo caso al mensaje. Abrió la puerta y del otro lado se encontraba la persona autora del mensaje que había leído instantes atrás. Era él. Él con un ramo de tulipanes en la mano.

-¿Te interrumpo?- preguntó, con una sonrisa pícara, la misma de siempre.

-Sí- dijo ella francamente. La interrumpía y demasiado. Por más que él fuese la perfecta definición de armonía que necesitaba, no podía dejar de hacer su análisis. "No", se dijo. -Estaba empezando un análisis justo ahora. Pero pasá... Ya que viniste.

Así ocurría siempre. La timidez del principio, para luego romper el cascarón y liberar a la extrovertida persona que llevaba dentro. Aquella que sólo él era capaz de despertar. Y aún, sin poder explicar cómo, ni por qué, este fenómeno seguía sucediendo. "Explicación mitológica", diría ella, estudiante de filosofía; sin que él pudiera entenderla en lo más mínimo. Porque a todo le encontraba explicación, menos al por qué su persona cambiaba al estar con él.

-Ya que viniste, pasá- le abrió la puerta, y él entró. Miró fascinado el apartamento, como lo hacía siempre. Y se dió vuelta para mirarla a ella.

-Si fuese libre, me vendría a vivir a este preciso lugar. ¿Qué hay que no me fascine?

-Perdón, pero el apartamento es mío- recalcó ella con su sentido del humor un tanto retorcido. Fue hacia la cocina, a preparar café, porque sabía que aquello vendría para largo. Él la siguió, de la forma que lo hacía siempre. Y sus caricias comenzaron.

¿Alguna vez había sentido ella una adicción hacia algo tan fuerte como la que sentía hacia este hombre? Parecía ser el hombre casi perfecto, aquel que se aproximaba más a lo que la palabra buscaba definir: su apariencia exterior y su forma de ser, pasando por asuntos metafísicos como su alma y sus ideas. Era la única persona que ella sí conocía en lo más mínimo. Quizás fuera por lo intimidantes que ambos se volvían para el otro, o por la unión que formaban siempre que estaban juntos. Entonces, ¿por qué, si tenía todas estas cualidades, no era el hombre perfecto?

Esta era la respuesta que a ella más le dolía reconocer, y quizás la cual ponía ese "casi" delante de "perfecto". Su corazón, por más que él lo negara, estaba dividido en cuatro partes principales, y tres no le pertenecían a ella. Muchas eran las veces en las que se sentía mal porque no podía ser algo más que un cuarto, mientras que otras se culpaba a sí misma por haber tenido que romper aquellos tres tercios, y convertirlos en cuatro desiguales cuartos. Legalmente, su amor le pertenecía a otra mujer y a dos hijos. Sentimentalmente, él solamente la reconocía a ella.

-Los tulipanes son para mí, ¿no?- preguntó ella, rompiendo el silencio que se había formado en la cocina.

-¿Para quién más si no?

Ella sonrió y las fue a agarrar, pero fue impedida por un tirón que sintió en su brazo.

-Vine para hablar- le dijo él.

-¿Sí?

-Otra vez. Otra vez los pensamientos me azotan. Cada vez me siento más parte de "ellos", y no de donde realmente pertenezco. ¿Qué hago?

-Quien crea los estereotipos, es aquel quien no tiene la capacidad suficiente para entender que todos somos distintos; por más que nos parezcamos por afuera.
-¿Cómo hacés para siempre tener las palabras justas en el momento justo?
-En mi país dicen que uno no da para recibir. Yo doy respuestas, porque mi profesión me lo permite; pero no espero ninguna a cambio, por más que a veces las necesito.
-A veces me conmovés, por más que me sienta estúpido al lado de toda tu riqueza verbal y pensativa.
-Y a mi me conmueve estar contigo. Como una persona tan distinta a mí desperdicia sus horas, con alguien tan aburrida y tan rara como soy yo.

La Oveja Negra (Eden Hazard)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora