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La primera vez que lo vio, iba vestido de blanco.
Un pulcro e impecable blanco que combinaba maravilloso con su cabello albino, ese que brillaba ante las estelas de luz que se colaban por los ventanales y parecían bailar sólo a su alrededor.

"...Conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjurios, y para cuanto se oponga a la sana doctrina".

Parpadeó aturdido, recordando de repente donde estaba, apretando el libro entre sus manos con demasiada fuerza, haciendo que la tinta negra de las palabras quedasen grabadas borrosas en sus huellas.
Levantó la vista hacia el techo con la mirada nublada, llenando de aire sus pulmones mientras sentía como el cuello de su camisa le apresaba y la calor del lugar le agobiaba.

- ¿Te encuentras bien? Estás pálido.- Susurró Jinki a su lado, mirándole con esa preocupación genuina que le caracterizaba.

- Sí, no te preocupes.

Hizo un intento de sonrisa temblorosa sin ápice de sentimiento, mientras sus ojos traicioneros volvieron a los banquillos donde estaba sentada la gente, ahí donde estaba sentado él, impecable y regio, en su impoluta blancura de ángel celestial, y sintió como su vista se volvía a nublar con solo el choque de miradas de sus ojos oscuros.

- Amén.- Rezaron al unísono, poniéndose en pie para acercarse a recibir su bendición.

Cerró el libro y se levantó con una tranquilidad que no sentía para ponerse al lado del padre, sonriendo a toda la gente que pasaba con una dulzura forzada.

Cuando llegó su turno no quiso mirarle. Se obligó a mirar a un banco de madera vacío, aferrándose al libro hasta que las letras doradas del lomo se le quedaron grabadas. Pero no pudo evitarlo. Sus ojos reaccionaron más rápido que su cerebro y levantó la vista, encontrándose de lleno con esa mirada nocturna que le absorbía el alma. No dejó de mirarle, ni si quiera cuando el padre dibujo una cruz frente a él y le dio su bendición. El continuaba con sus ojos negros clavados en su persona como dagas, dejándole el cuerpo tenso y la garganta tan apretada que apenas podía respirar. Tampoco apartó su mirada cuando pasó delante de él, y su corazón empezó a latir errático al igual que su respiración y su cuerpo pareció colapsar al sentir su aroma tan cerca suyo, envolviéndole hasta que no pudo retener más aire en sus pulmones y sus ojos no vieron nada más que negro.

Esperaba sentir el golpe contra el suelo cuando se dejó caer, pero no fue así. Lo que sintió fueron dos brazos apresando su cuerpo y la suavidad de una camisa contra su mejilla. Se aferró a la delicada tela, aún con los ojos cerrados, retorciéndolas entre sus dedos. Casi podía notar el blanco de la camisa a través del tacto.

-¿Estás bien?.

La suave voz resonó contra su oído, haciéndole temblar interior y exteriormente. Su fragancia estaba por todas partes y el calor que desprendía su cuerpo lo único que hacía era ahogarle aún más.

Se apartó de él a duras penas, con el sudor recorriendo le la espalda y las piernas temblorosas.

- Sí, disculpe.

Su voz sonó más estrangulada de lo que quería. Se apartó el flequillo de la frente y se recompuso todo lo que pudo para ver a ese ángel albino vestido de blanco que le había salvado del golpe.

Su candor contrastaba con la opacidad de sus ojos negros.

-Minho.- Jinki, a su lado, le cogió del codo para atraer su atención, mirándole con inquietud.- Deberías acostarte. Ven, te acompañare a que comas algo y después vas a descansar.

Diablo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora