5. Delirio

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CINCO

Delirio

Me tomó de la mano, y mi espalda se asustó.

Su mano era enorme, pero encajaba perfectamente con mi minúscula mano. Nos guió adentro del edificio, tomamos el ascensor y llegamos al último piso.

Esperaba que en el ascensor usara una maniobra coqueta pero se mantuvo en silencio viendo fijamente las puertas del mismo.

Cuando las puertas se abrieron, el último piso me dejó impresionada. Que belleza, que deleite.

La azotea del edificio estaba decorada con luces amarillas pequeñas dándole un toque acogedor. Habían flores de todos los estilos, rosas, margaritas, girasoles, narcisos, claveles entre otras. Había un pequeño quiosco de madera en el centro, en el techo habían más luces. Y bajo este una mesa para dos, vestida de manteles blancos y velas. Para lo más fabuloso de todo era que nos entrábamos bajo un cielo oscuro, poblado de estrellas y una luna gorda. El lugar era perfecto. Todo estaba jugando a su favor.

— Esto es hermoso — logré decir.

— No sabía cuales eran tus flores preferidas así que compré todas las que encontré en las florería.

Una sonrisa tonta se me escapó.

Nuestros ojos volvieron a conectarse.

— Es muy lindo de tu parte...

— ¿Tienes hambre?

— Estoy muriendo de hambre.

Me ayudó a sentarme. Y cuando el se sentó frente a mí, una inseguridad terrible se apoderó de mi. Era un bombón. Sentí una presión horrible en mi estómago, apenas la pude disimular. Estábamos él y yo. ¿Qué estaría pensando él en esos momentos?

— ¿En qué piensas? — preguntó él apoyando su mejilla sobre su mano.

— En que me encantan los narcisos blancos. — confesé. — Y que la luna es maravillosa.

Una media sonrisa apareció en su rostro.

— Eres hermosa, Hope.

— Bueno, tu no estás tan mal Damon. Muchas chicas han de pensar lo mismo que yo. Creo que has de tener un club de fans muy bien organizado.

— Lo tengo. — dijo y luego se rió.

— Muchas mujeres detrás de ti ¿eh? Sigo sin entender el motivo de tu soltería.

— Me pregunto lo mismo sobre ti. ¿Alguien te ha roto el corazón? Es la única explicación que se me viene a la mente.

— Vaya. ¿A caso una mujer no puede ser feliz soltera? Te sorprendería saber que amo la soltería, pero que creo eternamente en el amor.

— Ja, eso quería escuchar.

— Discúlpenme, buenas noches. Soy Serena y los atenderé esta noche. Aquí tienen el menú. — una muchacha rubia de ojos azules apareció con una botella de vino sirviéndonos. — Regresaré con la entrada en unos segundos, cuando estén listo para ordenar, me avisan.

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