I: Un camino hacia lo desconocido

39 1 1
                                    

Viernes, 23 de octubre de 2011.

Un alarido desgarrador cruzó la cabeza de la muchacha, como un rayo resquebrajando el cielo nocturno durante una tempestad.

     Los ojos de Audrey se abrieron al instante, desconcertados en la oscuridad, mientras su cuerpo se enderezaba sobre el colchón de un sobresalto. El frío arremetió contra ella en ese mismo instante, produciendo escalofríos al combinarse con el sudor de su piel. Podía sentir el cabello pegado a su frente y nuca, y el palpitar de su corazón, alineado con la incesante lucha por meter aire a sus pulmones.

     "Ha sido una pesadilla", pensó, frotándose los ojos pegajosos de lagañas y revisando el reloj de muñeca que tenía puesto. Marcaba las 3:30 am. Poco a poco, sus articulaciones se relajaron, y en cuanto acostumbró su vista a la penumbra, reconoció la habitación en la que había caído dormida hacía unas horas.

     —Hogar, dulce Villa Limón - Murmuró en tono sarcástico -parece que, después de todo, mi pesadilla está aquí.

Audrey se tiró sobre la cama soltando un suspiro y dedicó los siguientes minutos a observar cada pliegue del papel tapiz de que era visible con la luz de la luna y cada grieta formada por los años, avanzando como serpientes venenosas hasta el frágil candelabro que colgaba del techo. Por un instante imaginó aquella resquebrajadura abriéndose hacia las fauces de un gran agujero negro, con tintes púrpura y anaranjados, que la halaba suavemente dentro, para hacerla desaparecer por siempre en un mundo solitario y silencioso que por un instante no le pareció del todo aterrador.

Bueno, podía pasar eso, o el candelabro podía caer sobre ella y aplastarle la cabeza. De cualquier forma, sus pensamientos surreales habían despertado su parte consciente del todo y  lo más seguro era que conciliar el sueño de nuevo fuera una misión tan imposible como sobrevivir en el espacio mismo sin oxígeno, y eso sí que era espantoso.

La familia de Audrey se había mudado a aquel conjunto de apartamentos ese mismo día (o quizá el anterior, pues nunca tenía certeza acerca de sus horas de sueño) en una apresurada carrera por empezar de nuevo. Según sus padres era, como habría dicho la abuela: "tiempo de aceptar las adversidades de la vida y adaptarse al cambio".

La verdad es que el primer pensamiento que cruzó por el cerebro de la chica al escuchar esto, fue que sus padres querían enterrar el pasado bajo concreto para siempre, y entre todo el desastre que se haría en la tumba, caería también una parte de ella, de sus recuerdos y de sus vida misma, como si todo pudiese ser eliminado de forma tan simple, cual borrador sobre un escrito a lápiz. Aquel rompimiento en su interior era la razón por la que, en el mismo instante de su llegada, había corrido a encerrarse en la habitación más cercana y, con la tenue lluvia vespertina arreciando, había caído en un sueño profundo, esperando que, al dormir, su mente pudiera sanar y olvidar, tanto como ellos parecían poder hacerlo y tanto como necesitaban que ella lo hiciera.

La chica se tocó el bolsillo izquierdo de la chaqueta que le había servido de cobijo, y halló su reproductor MP3 con sus audífonos, los cuales se puso de inmediato, sumergiéndose en una canción armoniosa de los Stone Roses. El insomnio era despiadado con Audrey desde hacía ya casi seis meses, pero al menos un poco de música siempre la relajaba y la ayudaba a descansar lo suficiente como para sobrevivir al día siguiente. Se removió en la cama para acostarse de lado, percibiendo el olor a moho que despedía aquel colchón, y comenzó a observar entonces los muebles que no había examinado meticulosamente a su llegada, para averiguar las posibles formas en las que podrían causarle la muerte.

Encontró primero un armario bastante viejo, yaciendo frente a la cama, que recordaba haber visto antes, y posteriormente, alcanzó a distinguir un tocador y un par de sillones viejos y bastante anchos, que por su apariencia rústica, debían dar una sensación hogareña y acogedora a la habitación; sin embargo, a pesar de que el espacio en general era agradable y minuciosamente cuidado para dar tranquilidad a su corazón, ella se sentía completamente desentonada en ese lugar, tan viejo, pero que para ella era tan nuevo, y se percibía extraña, como si fuera una intrusa en aquella nueva casa y esos muebles ajenos de pronto fueran a cobrar vida, iracundos, y a azotarla contra alguna ventana para sacarla de ahí.

Cubierta con aquella sensación de incomodidad, la chica comenzó a añorar en silencio la calidez de su hogar, los recuerdos chocando violentamente contra las paredes de su corazón, como un tsunami en la costa. Se vio a sí misma compartiendo una cena con sus padres, celebrando la Navidad con sus abuelos, sonriendo cerca de dos chicos, corriendo a alcanzarlos, y luego, como si la oscuridad se hubiese cernido para apagar el brillo, vino a su mente el recuerdo más vívido: allí estaba,  arrodillada, rota, junto a un riachuelo de sangre que corría, perenne,  cerca de sus rodillas. Recordó el cosquilleo, viscoso, asqueroso, de aquella sustancia escarlata, mientras la rozaba suavemente; y sin previo aviso, lágrimas comenzaron a bajar en picada sobre su rostro frío. Estaba ahí de nuevo, el suceso que lo había cambiado todo.

Audrey se sorbió la nariz bajo la lluvia de recuerdos que caía sobre su piel y se cubrió el rostro, avergonzada, como si una multitud de personas estuviera de pronto mirándola. Sabía que aquél gesto era ridículo, pero no podía evitarlo. No quería llorar ahora, pues era demasiado tarde y estaba demasiado lejos y demasiado harta para hacerlo.

«Basta», se susurró, tratando de recuperar la compostura, al mismo tiempo que se limpiaba el llanto con la manga de su chaqueta. Acto seguido, se incorporó en la cama nuevamente y se hizo un ovillo contra la pared, reprimiendo todo pensamiento que pudiera asomarse en su cabeza y causar más dolor. Tras varios minutos hipando, el aire comenzó a entrar a sus pulmones con ritmo habitual, y fue entonces cuando el familiar gruñido de su estómago vacío se hizo escuchar. Tenía hambre.

En las Sombras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora