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—Hola, Guille —dijo en voz baja.

Guillermo no podía creer aquello, al fin estaba conociendo a Vegetta777, lo tenía justo en frente.

Ambos chicos se miraron fijamente, durante un muy largo rato, hasta que Samuel sonrió y bajó la mirada avergonzado.

—¿En serio eres tú? —preguntó Guillermo—. Dios, no puedo creerlo...

—Sí, soy yo —respondió—. Me llamo Samuel, por cierto.

—Tú eres el chico con el que Frank se envía notas durante casi todas las clases, ¿no? —preguntó.

—El mismo.

Guillermo sonrió de lado y se sentó en el primer escalón de las escaleras que conducían a las gradas. Samuel se sentó a su lado.

—Lamento si no soy lo que esperabas... —dijo Samuel en voz baja.

—¿Qué dices? —preguntó Guillermo, frunciendo el ceño—. Eres más de lo que esperaba. Sinceramente esperaba que fuera una broma tonta de los de tercero.

—¿Tanto te odian?

—Aquí me odia mucha gente —respondió Guillermo, cabizbajo.

—Y si es así, ¿por qué no te vas? Te alejas de toda esta mierda y eres feliz...

—Iba a hacerlo... hasta qué comencé a recibir unas molestas notas moradas en mi casillero —se rió con ganas.

Samuel escuchaba a la perfección cada palabra de Guillermo pero, cuando este empezó a reír, toda su atención se centró en su risa. En aquel sonido tan estúpidamente hermoso a la par que bochornoso.

Su risa era horrible.

Pero para Samuel era el sonido más hermoso del planeta.

Sus ojos se achinaron más de lo que ya eran, sus mejillas se pusieron rojas y las comisuras de sus labios se arquearon hacía arriba.

Samuel pasó su mirada de sus ojos a sus mejillas... y luego a sus labios.

Quería besarlo.

Quería tocarlo.

Quería estar a su lado siempre.

Y, sin previo aviso, lo besó.

Sus manos rodeando su cara, sus rodillas juntas, los ojos de Guillermo inyectados de sorpresa, clavados en los ojos cerrados de Samuel.

Guillermo quiso alejarse pero no lo hizo. Quiso empujarlo y golpearlo, pero no lo hizo. Quiso dejar de besarlo, pero no lo hizo.

En cambio, puso sus manos sobre las de Samuel, y las apretó con fuerza, utilizando una ternura que nunca antes había usado. Las quitó de sus mejillas y las entrelazó con las suyas.

Después de un rato, ambos se separaron y abrieron los ojos con lentitud. Ninguno de los dos había experimentado algo como eso antes, era nuevo para ambos.

Samuel soltó una de las manos de Guillermo y la llevó a su mejilla, limpiando una lágrima solitaria que escurría. Guillermo sonrió y puso su mano sobre la de Samuel, haciendo más íntimo el contacto.

—Te quiero, Guille.

Guille | wigetta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora