INSECTOS DE FUEGO

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"MEMORIAS ESCONDIDAS" 

CAPITULO 1. INSECTOS DE FUEGO 

Muchas veces las personas han imaginado mundos fantásticos, lugares en los que las personas y la magia coexisten con naturalidad, lugares donde los animales hablan, pueblos bajo el agua, islas flotantes pobladas por bellos elfos y hadas. Pareciera ser que la humanidad siempre se sentirá atraída hacia lo desconocido, aun cuando son muy pocos los que logran conocer realmente la verdad. 

Fue precisamente en uno de los miles de universos paralelos donde ocurrió un hecho que cambiaría la vida de muchos. En este universo el tiempo pasaba lento, la magia era vista como algo cotidiano y los hechiceros no eran temidos ni marginados. El aspecto del lugar era exactamente igual al de nuestro universo hace unos 300 años, incluida la vestimenta de las personas.  

En una pequeña aldea de esta realidad, vivía un granjero con su esposa y un pequeño hijo varón. Una noche las luciérnagas fueron a posarse en sus tierras y con el fuego de sus luces incendiaron todo el patrimonio del granjero. El hombre quedó devastado y sin saber a quien recurrir, pues había perdido todo. 

Esa noche la pequeña familia tuvo que pasarla junto al fuego. El granjero pensaba preocupado que alternativas tenía para alimentar a su familia mientras podían volver a sembrar sus campos. Pensó y pensó hasta que las primeras luces del cielo aparecieron, dejo a su familia tratando de rescatar algo de entre los escombros y camino hasta estar en lo más profundo del centro de la ciudad, en el barrio de los magos de los ricos. Ahí vivía el mago Temarion, famoso porque era el único que podía revivir a los muertos, hacer un hechizo de amor verdadero y cruzar a otros universos. También era conocido porque el precio que había que pagar por sus conjuros era siempre tan alto, que generaciones y generaciones de familias seguían en deuda con el durante mucho tiempo. 

Alfred llego Cewiien hasta la puerta del mago y vio talladas en la puerta algunas letras antiguas con significados misteriosos. A cada lado de la puerta había un busto tallado en piedra azul, tan hermosamente trabajados y tenían tantos detalles que daban la impresión de contemplar fijamente al pobre granjero, que en ese momento deseaba no estar tan humildemente vestido, pues la perfeccion de las esculturas lo hacia sentirse muy inferior. 

La puerta fue atendida por un jovencito muy delgado y con facciones muy finas, había en su mirar una sabiduría de viejo, pero su voz aun era la de un niño. Preguntó entonces: 

-¿Cuál es su asunto? 

-necesito ver al hechicero, es muy importante- respondió tratando de ver hacia el interior de la casa. 

-si. Claro. Todos quieren ver al mago, pero el solo atiende asuntos que valgan la pena. Digame su asunto primero- concluyo tajante el joven. Así Alfred le contó lo mejor que pudo su situación tratando de hacerle entender que valia la pena su asunto. 

-lo comprendo buen hombre-hablo el muchacho cuando el granjero terminó su explicación-. Pero digame pues, que es lo que quiere del mago. ¿Acaso quiere usted reconstruir su campo? Para eson están los magos del campo en la otra calle. Si usted quiere vengarse de los insectos, use un plaguicida mágico, los venden en la esquina por 2 monedas de cobre.  

-no jovencito, lo que yo quiero es dejar de ser un pobre granjero, dejar de vivir en un sitio tan insignificante que incluso pequeños insectos sean capaces de destruir. Lo que yo quiero es poder. Riquezas. ¿Me dejarás pasar?- finalizo el hombre tratando de sonar decidido. 

-le advierto que el precio es alto. Bajo su propio riesgo, pase usted- dijo al tiempo que le abria paso al granjero conduciéndolo por un largo e interminable pasillo con muchas antorchas colgadas a los lados. Al final del pasillo había una pequeña sala de estar con aspecto descuidado y en uno de los sillones estaba sentado un hombre de unos cuarenta años. Tenía un aire de superioridad que resultaba muy atractivo, su rostro reflejaba mucha templanza y mucha mas sabiduría aun que el rostro del jovencito que en ese momento daba la vuelta para salir de la habitación. 

- tome asiento porfavor- dijo el mago señalando una silla vacía frente a el - se ya de su pena, también se de su deseo. Ahora solo le hablaré del precio. Las riquezas materiales solo pueden ser pagadas con riquezas espirituales. ¿Comprende? 

-discúlpeme. No lo comprendo. ¿Cómo puedo ofrecer yo una riqueza espiritual? 

-cuando alguien viene a pedirme que traiga de vuelta a este mundo a alguien que se fue, cobro oro, mucho oro. De igual forma cobro oro por curar enfermedades, por sanar un corazón roto, por romper uno. Cuando alguien viene a pedirme oro ¿Cómo puedo pedirle mas oro? Sería un mal negocio, un mal trato para ambos. Por eso, al pedirme oro, usted debe darme otra cosa. Usted tiene un hijo... 

-¡oh mi señor! No podría entregarle a mi hijo. Es todo lo que me importa. Por el estoy aquí- exclamo alarmado el granjero 

-déjeme terminar. No quiero a su hijo, quiero que me entregue a una hija mujer. Es un precio muy bajo ¿no le parece? 

-pero mi esposa no puede tener mas hijos, lo dijo el curandero del pueblo. 

-le daré 200 años para pagarme. No más. El contrato lo firmará con su sangre y si lo incumple usted. O dentro de 200 años sus descendientes no cumplen, el peor destino les esperará a todos. Los sacaré a todos y cada uno de sus tumbas para que me sirvan por siempre y los que estén vivos sufrirán tormentos inhumanos. ¿Esta usted de acuerdo? - mientras el mago pronunciaba estas palabras, nunca cambio su expresión serena que escondía una ligera sonrisa. 

El granjero acepto, firmo el contrato con su propia sangre y al salir del lugar, supo que en donde había estado su campo, ahora lo esperaba un lujoso castillo con una bodega con suficiente oro para varias generaciones de Cewiiens. Ahora el futuro le parecía esperanzador. En el castillo Temarion, el joven aprendiz le preguntó a su maestro por que había pedido una insignificante niña a cambio de tantas riquezas. Non entendía el valor que tiene una vida.

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