1. Una Nueva Integrante.

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La oscuridad reinaba sobre la cuidad de Kioto, donde cada uno de sus habitantes dormían tranquilamente pero no en el Shinsengumi. En una de las tantas habitaciones, la única vela que alumbraba el lugar poco a poco se iba consumiendo con los quejidos y gemidos de una persona.

Un fuerte dolor provenir de su vientre le hizo gritar, haciéndole recordar que lo más importante en ese momento era traer a su hijo o hija al mundo y no estar pensando en idioteces.

- Vamos niña, ya falta muy poco.

Hiiroko escucho a la comadrona y luego de gesticular una pequeña sonrisa se preparó para seguir pujando. Ya podría pensar con tranquilidad una vez que su pequeñito este en sus brazos.

Otra contracción la hizo gritar más fuerte. Casi podía sentirlo afuera, sin embargo su pequeño o pequeña se estaba haciendo de rogar. Sonreiría si no le doliera incluso respirar.

Se escuchaban pasos fuera de la habitación, más de un par de pies. Eran ellos, debían ser ellos. No imaginaba a ninguno de los antiguos miembros del Shinsengumi o de su familia durmiendo mientras ella estaba gritando de esa manera. Claro que cada quien esperaba a su manera.

Seguramente algunos estarán atormentado al futuro padre, otros estarán incluso más nerviosos que él y otros se limitarán a dar apoyo moral simplemente estando ahí, callados.

- ¡Veo la cabeza, un último esfuerzo niña!.

Aquel fue el grito más desgarrador de la noche e inmediatamente tras él un inconsolable llanto deleitó los oídos de los presentes.

- ¡Hiiroko!.

Ante la agitación y el alivio, la joven abrió los ojos observando como su esposo entraba a la habitación. Se veía muy pálido para su gusto. Sus ojos color verde esmeralda la miraban con muchísima preocupación. Y sin embargo, lucía tan atractivo como la primera vez, con la luna dándole un color irreal y majestuoso a sus cabellos castaños.

- ¡Souji!

Cuando pronunció su nombre, su marido se acercó a ella y la ayudó a incorporarse. La comadrona refunfuñaba y reñía a los otros miembros del Shinsengumi mientras su ayudanta terminaba de lavar y envolver al pequeño bultito en una manta de color blanco.

- Felicidades, es una niña muy sana.- anuncio la joven ayudante con una sonrisa a los nuevos padres.

La pequeña fue depositada en los brazos de la pelinegra y está, con sumo cuidado y deleite destapó su rostro para contemplarla.

Era perfecta. Su tez era clara, estaba pesadita y grande. Sus cabellos serían tan castaños como los de su padre y sus ojos... Hiiro no pudo evitar gemir y llorar cuando vio aquel color azul tan único. Era hermosa, la prueba viviente de su amor con Souji Okita.

- Es maravillosa.- susurró el orgulloso padre y esposo mirando con deleite a su compañera.- Gracias.

- ¡Diablos!.- exclamó una tercera voz horrorizada.- ¡Es idéntica a Souji!.

- Tranquila Ryuujin, los niños cambian.- trato de calmarla Shinpachi.- Además, son las criaturas favoritas de Dios y él no querrá que se quede así la pobrecita.- añadió. A pesar de sus palabras, la sonrisa en el rostro al ver a la niña no se borraba, estaba igual de encantados que todos.- Ouch.

- No digas esas cosas Shinpachi.- le reprendió Hijikata con un amistoso golpe en la cabeza.- No es prudente molestar a un padre respecto a su hija.- aconsejo el hombre.- No lo tomes en serio Hiiro, le conozco y esa sonrisa que tiene no significa nada de lo que dijo. Felicidades Souji, debes sentirte orgulloso. Esa pequeña es tu vivo retrato.

SeiryūDonde viven las historias. Descúbrelo ahora